El Real Valladolid sufre en Ponferrada otro descalabro, el enésimo a domicilio en lo que va de temporada

El Real Valladolid de Rubi sufre un galopante síndrome de Diógenes. O eso, o bien el del mal estudiante, que se limita al copia y pega a la hora de hacer un trabajo. Y en Ponferrada debía trabajar, pero… pues eso. Que fue un mal estudiante. Fue el señor que acumula la basura en forma de partidos fuera de casa.
La afirmación, dura, será de las menos dolorosas que se podrán leer en Internet después de otra derrota, nueva, pero a la vez añeja, rancia. A eso le huele a la afición, a la que le duele sobremanera cada despeño, que eso son, y no tropiezos, las caídas cuando se producen así. Más aún a todos aquellos que se desplazaron al Bierzo para, bueno, pues eso.
Las virtudes que en ocasiones los blanquivioletas muestran en Zorrilla se convierten en vicios cuando el Pisuerga no riega los pastos próximos. ¿Qué más se puede decir?
En El Toralín, las cosas se pusieron cuesta arriba a los nueve minutos, cuando Berrocal adelantó a la Ponfe. Para entonces ya mandaba, y no dejó de hacerlo hasta los diez últimos minutos. Antes, antes del descanso, dispuso de varias oportunidades, pero por hache o por be, no entraron –aunque habrían merecido irse a los vestuarios con una ventaja mayor–.
Lluís Sastre, titular en el lugar de Álvaro Rubio, dejó su sitio tras la reanudación a Túlio de Melo. El brasileño mejoró la cara del Pucela, quizá, por aquello de que es igual de grande que el Great Khali. El efecto duró poco, ya que Peña atropelló a Pablo Infante, lo que permitió a Yuri hacer el segundo desde el punto de penalti.
Y, después de ello, la nada. Jonathan Pereira entró por Óscar, lo que dio paso al tercer dibujo del partido; del 4-3-3 al 4-2-3-1, y de este al 4-4-2. Pero, como un cuadro cubista en un colegio, aquello no hubo Cristo que lo entendiera. Se le puede reconocer a Rubi la fe en el cambio a través del cambio, pero nada cambió.
Tampoco varió demasiado la entrada de Omar por Mojica, al menor por lo que es el propio Omar. Estuvo más activo que el cafetero, eso sí, pero porque los minutos que tuvo ‘El Correcaminos’ fueron más bien una nueva toma de contacto con el verde para coger ritmo nuevamente antes de ir con su selección. Hizo alguna que otra cosilla, pero el que de verdad lo intentó al final fue Hernán.
El paraguayo, que como los demás no había hecho demasiado, se vino arriba en el tramo final y generó las únicas oportunidades del Real Valladolid en todo el partido. Hubo una acción dudosa, que pudo ser penalti por mano, pero no. Y otra en la que cayó Pereira, que tampoco. Ni es una excusa ni es un pretexto. Era tal el desastre que si hubiera habido penal, según estaban las cosas, el balón habría acabado en el Reino de León.
Hizo tantos merecimientos la Ponferradina para ganar como el Pucela para perder. Los de Rubi llevan ya siete derrotas a domicilio, el mismo número de encuentros que ha estado sin marcar fuera de casa. Suenan estas estadísticas reiterativas… como suena también repetitivo el mal juego del equipo cada vez que traspasa los límites de la provincia. Y porque el Simancas y el Torde no juegan en Segunda, que si no vaya usté a saber.
