La delantera del Real Valladolid no alcanzó su punto más elevado hasta la llegada de Espinoza y la inclusión en el once de Raúl de Tomás

El Real Valladolid fue irregular de principio a fin en la temporada ya terminada. Si la portería tuvo altibajos, la defensa no encontró su línea hasta el final por mor de los centrales y el centro del campo no fue consistente hasta que se resguardó, el ataque tampoco encontró hasta el final lo que en ciclismo se suele denominar golpe de pedal.
El único protagonista de principio a fin fue una sorpresa, el canterano José Arnáiz, en quien Paco Herrera confió desde pretemporada y quien ya en la primera jornada comenzó a golear. Siempre encarnó la fe, aunque el fútbol no le acompañara, ya que fue un tanto irregular y llegó a encadenar siete partidos sin marcar, pese a los doce que hizo al final.
Las fluctuaciones de Paco Herrera le hicieron variar su posición, aunque arrancó como una especie de ‘falso nueve’ para terminar en un costado –el que fuera–, donde tan buenas prestaciones había dejado en su etapa en categorías inferiores.
Así, fue lo menos inamovible y quien tiró del ataque cuando vinieron mal dadas, aunque no superó la barrera de los 2.000 minutos (se quedó en 2.714). De hecho, entre dudas y lesiones, la delantera fue la única línea donde nadie llegó a los 3.000 minutos. Becerra, Moyano, Balbi, André Leão y Míchel lo hicieron, y Álex Pérez y Joan Jordán los bordearon. Arriba ni siquiera se asomaron.
Seguramente la falta de continuidad pesó a los delanteros, ya que el reparto no les dejó en muy buen lugar. Si bien José promedió 30’16 partidos disputados, fue el único que alcanzó una cifra sustancial. Así, Raúl de Tomás se quedó en los 21’69, Villar en los 20’14 y Mata en los 17’36, muy alejados de la condición o consideración de titulares indiscutibles o siquiera esenciales.
Uno lo acabó siendo, De Tomás, aunque antes debió derribar el muro que supuso la cerrazón de su técnico, quien tardó en confiar en él sin reparos. Públicamente el madrileño dejó entrever en más de una ocasión que creía que si hubiera jugado más las cosas le hubieran ido incluso mejor. Lo cierto es que los catorce goles le convirtieron en pichichi del equipo con uno cada 139’43 encuentros.
Como él y ‘El Niño’, autor de doce tantos, Villar alcanzó la decena, aunque estuvo muy lejos del nivel que podría haber ofrecido incluso antes de las polémicas con la afición y con su posible o esperable marcha al CD Tenerife. Siempre le faltó el duende que tuvo el curso anterior y en no pocas ocasiones desesperó, con razón, a pesar de haber dispuesto de muchas oportunidades.
Menos tuvo Mata, quien a la falta de fortuna y de regularidad tuvo que unir el que jugó mucho fuera de posición. Aquello le pesó y nunca fue más que un recurso peleón, batallador, aunque mucho mejor que durante el tramo inicial de la temporada Iban Salvador, cedido en el UCAM la segunda parte de la campaña. El pequeño guerrero africano estuvo muy lejos del nivel requerido, como Drazic.
Después de mucho enredar durante muchas jornadas, al final la llegada de Espinoza destapó el tarro de las esencias: el Real Valladolid sabía correr, sabía atacar y generar muchas oportunidades y dominar los partidos sin tener que aburrir con posesión horizontal. Al argentino le faltó el premio del gol, pero, salvando las distancias, fue otro caso Hernán Pérez, y no sería de extrañar que, superada la lesión, volviera a tener la opción de jugar en Primera.
Aunque tardó en arrancar, como en general el Pucela, el ataque dejó buenas sensaciones de cara al futuro, con varias piezas jóvenes y otras que utilizadas allí donde deben pueden estar a un gran nivel dentro de la categoría. Falta saber si encuentran continuidad en el (no) nuevo proyecto que dirigirá Miguel Ángel Gómez. Como alguno del filial como Mayoral o Higinio, la merecen.
