La actuación arbitral no entierra al Real Valladolid en el play-off ni la ilusión de la hinchada blanquivioleta
A pesar de ti,
a pesar de tu existencia,
de tus manías, tus defectos
y tu sombra.
A pesar de que lo intentaste.
A pesar de que tú fuiste.
Pero no pudiste, lo sabes,
arrancar mis ilusiones.
A pesar de no merecerte
ni un solo instante aquí.
A pesar de que no te mereciéramos
ni por un instante.
A pesar de que luchaste,
con casi tanto coraje como nosotros.
A pesar de ello, a tu pesar:
No nos robaste la ilusión.
Solo hace que aumentar.
A pesar de ti.

Intentó borrar las sonrisas en el José Zorrilla, y lo acabó logrando. Normal, cuando alguien se obstina de esa manera, es imposible que no consiga sus propósitos.
Tiene el don de la insistencia y la persistencia. Desde el minuto uno, el susodicho se encargó de que la cara de cada aficionado blanquivioleta reflejara un tono quejumbroso primero, resignado después y, finalmente, enfurecido.
Porque sí, el árbitro del partido de ida de las semifinales del play-off de ascenso entre Real Valladolid y Las Palmas es un indeseable. Con toda su carga etimológica; ni al peor enemigo se le desearía este mal. Arias López, no sé si de Zorrilla te irás contento, pero, como colegiado, no te puedes ir satisfecho.
Desde el primer minuto de juego, la balanza siempre estuvo inclinada hacia el lado amarillo en cada falta, en cada choque, en cada acción que requería la intermediación arbitral. El Real Valladolid tuvo que verse con dos menos para que empezara a contabilizar alguna falta a su favor.
Podemos hablar de las expulsiones. De la de Chica, totalmente injusta porque llega antes a un balón dividido, tocando incluso el esférico; o de la de Timor: un error de bulto más del jugador valenciano en lo que a tener la cabeza fría y el temperamento limitado se refiere. Más aún si un terreno resbaladizo le acompaña a equivocarse en la toma de sus decisiones, como durante todo el encuentro.
Podemos hablar también de cómo, en muchos lances, fuimos al límite. Y sí, las amarillas tenían que llegar, es obvio, y preferible también. Prefiero un equipo amonestado que un equipo agazapado, tembloroso por dejarse notar en la pierna y el cuerpo del contrario. Pero, sin embargo, ellos también fueron fuerte, en exceso también. Como las acciones de David Simón, que no solo se ciñen a la agresión (buscada inteligentemente) a Peña, sino también a una durísima entrada por detrás que comete sobre Jesús Rueda.
También podemos hablar del penalti sobre Roger. Pero qué pereza; más cuando admite Óscar que en el ‘suyo’ se deja caer. Qué pereza muchacho, así poco ayudas al equipo. Mataperros me llaman desde entonces, y así lo debió de entender el árbitro.
Pero es mejor no hablar, dejémoslo, sabemos lo que ha sucedido, es martirizarnos. Quizás, algún otro sí deba hablar. Algún otro con más mando que el que pueda capitanear nuestro enfado.
Porque sí, estamos enfadados, y mucho. No te lo vamos a esconder. Nos has enfurecido. La rabia mana por nuestros poros de una manera tan terrible que tardará en cerrarse la herida más allá del calentón obvio. El sábado tenemos la oportunidad de hacer que deje de correr la sangre, o todo lo contrario. Y de olvidarte, y de alegrarnos, de festejar, de sonreír y de disfrutar. A pesar de ti.