El Bilbao Athletic se llevó una pitada sonora y prolongada de Zorrilla
Corría, aproximadamente, el minuto diecisiete de la segunda parte. El partido estaba siendo lo más parecido a una película producida, dirigida e interpretada por el señor Burns. Los que allí, en Zorrilla, nos dimos cita, pudimos ver como el de al lado podía dar unos potentes cabezazos ante el sopor que estábamos presenciando. Cabezazos, muchos de ellos, que de encontrar balón perforarían cualquiera de las dos porterías del estadio de la pulmonía. Un partido poco vistoso, que diría Eufemiano, el de los eufemismos.

Para más inri, el partido se disputaba el segundo sábado de ferias. Con la misma seguridad que he afirmado que el encuentro fue ‘infumable’, puedo aseverar que los efectos del alcohol hacían mella en muchos de los aficionados que sentados en sus localidades se sometían a una especie de tortura que trascendía el dolor de cabeza, cansancio y sensación de malestar propios de una resaca en condiciones.
Aún no he contado lo que acaeció en el minuto diecisiete de la segunda parte, pero huelga decir que hablar de un partido como el que enfrentó al Real Valladolid y Bilbao Athletic necesita de ciertos rodeos, ya que si no, nos quedamos muy cortos.
Pues bien, en dicho minuto (tiempo arriba, tiempo abajo) el blanquivioleta André Leao yacía en el inmaculado césped de Zorrilla aquejado de un golpe fruto de un lance fortuito del juego. Cuando el esférico llego a los dominios de Kepa Arrizabalaga, el cancerbero no dudó en lanzar el balón fuera del campo para que las asistencias atendieran a su compañero. Hasta aquí, todo normal, pero una vez restablecido el habitual desarrollo del juego, el filial bilbaíno decidió no devolver la pelota, en un feo gesto antideportivo, y comenzar su jugada de ataque.
Ello conllevo que comenzara una tremenda pitada al conjunto vasco, una pitada que alcanzó unos decibelios importantes por parte de los ocho mil y pico aficionados que albergaba el Nuevo Estadio José Zorrilla. Pitada justificada y comprensible; pitada como hacía tiempo no se recordaba, sobre todo por la índole de la misma. Vaya, que despertó el respetable y lo hizo como lo hace un bebé, para berrear, protestar y quejarse amargamente.
Los cachorros del Bilbao Athletic, muy probablemente, conocerían el motivo de tan gran muestra de hostilidad, pero esta se extendió tanto durante el resto del encuentro y siguió siendo tan efusiva que llegó a ser desconcertante. Hubo un momento en el que pareció que la pitada en realidad era una queja amarga por el paupérrimo espectáculo que brindaban los dos equipos. Así pues, más de uno le preguntaría a Smithers: “¿Dicen buuuh o Buarns?”. Y algún Hans Topo diría que él declamaba lo segundo.
