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‘El Rata’

por Redacción
18 de julio de 2014
en Noticias
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Relato participante en el I Concurso Literario Blanquivioletras, escrito por Carlos Pérez Gutiérrez

 

Era sin duda un buen buen hombre. Atilano Cifuentes era un trabajador incansable, un gran marido y el mejor padre de familia que se podía tener. Su mujer y sus dos hijas eran su gran pasión. Bueno, y el Real Valladolid. Atilano era el presidente del club de sus amores desde hacía 8 meses, pero no recordaba ningún día de su infancia en que no eligiese al Real Valladolid como equipo propio cuando jugaba en el patio del colegio con sus amigos. A sus cincuenta años, el trabajo era el mejor compañero de Atilano. El trabajo y su inseparable amigo el éxito.

Cuando un año atrás le habían propuesto presentarse a las elecciones a la presidencia del Real Valladolid, no lo dudó. Como siempre, consultó a Mercedes que era su mujer y además su mejor consejera, pero sabía que ella no le iba a decir que no. Corría enero de 1970 y no eran buenos tiempos para el club. Afincado en segunda división desde hacía casi una década, el club se había devaluado deportiva, económica y socialmente. Era necesario dar un paso a la regeneración del club y quería intentarlo. Costaría, pero sabía que su amigo trabajo terminaría convenciendo al éxito.

Atilano tenía un nombre en la ciudad. Dueño de una de las empresas más conocidas de la ciudad, se había ganado el respeto de los vecinos de Valladolid. Ganar esas elecciones no le había costado Domingo Castillo era la antítesis a Atilano. Había heredado una gran fortuna de su padre y no había trabajado nunca. Era listo, pero usaba esa virtud para engañar a todo el que se cruzaba en su camino en vez de usarla para crecer como persona y como empresario. Domingo Castillo había sido el presidente del Real Valladolid en el anterior mandato. Cuatro años que dieron para mucho, pero nunca para bien.

Cada día de los que duró su mandato el club moría un poco mas. Comilonas, viajes fastuosos a cuenta del club y una dirección deportiva marcada por las comisiones recibidas son el resumen de sus cuatro años de mandato. Por suerte para Domingo, un club de provincias levantaba poco entusiasmo mediático y ni siquiera la prensa local conocía a fondo las cuentas del club.

Domingo no podía consentir que Atilano levantase el club. No. Primero estaba él y su nombre y después estaba el Real Valladolid. Sabía además que Atilano tenía un dossier con todas las cuentas de su mandato que quería hacer llegar a la prensa. Y tenía que evitarlo. Cogió el teléfono y marcó el número de Ernesto Dueñas. Ernesto era el jefe de deportes de Onda Vallisoletana, la radio líder de la capital. Ernesto era un tipo obeso, siempre sudoroso y con los mismo escrúpulos que Domingo. O menos.

— Ernesto, soy Domingo.
— ¿Qué te pasa?
— Es Atilano. Tiene un dossier y lo va a sacar a la luz.
— ¿Por qué me cuentas eso ahora?
— No salimos bien parados, Ernesto. Ya sabes de lo que te hablo. Hay facturas de nuestras juergas en los viajes y del dinero que te he ido pagando para… ya sabes.
— ¿Qué quieres hacer?
— Tenemos que hundir su reputación, que nadie le crea cuando lo saque. Pero no tenemos mucho tiempo.
— Domingo, vamos a descansar y le damos una vuelta. Mañana hablamos.

Esa noche Ernesto no pudo pegar ojo pensando en lo que le acababa de contar Domingo. Corría peligro su carrera si eso salía a la luz. Pero hundir la reputación de alguien como Atilano era muy complicado. Sólo había una forma de acabar con su reputación y era acabar con él. A las diez de la mañana marcó el número de Domingo. Éste vivía una gran casa señorial en la Avenida del General Franco, aunque todo el mundo en Valladolid la conocía por su antiguo nombre de Acera de Recoletos. Tampoco había dormido bien y fue por lo que contestó a la llamada con desgana.

– ¿Quién?
— Tenemos que hablar. Dentro de una hora nos vemos en El Salón Ideal.

Colgó sin esperar respuesta.

A la hora convenida se encontraron los dos. No pasaban desapercibidos. No en vano eran el expresidente del Real Valladolid y la estrella local de la radio. Así que decidieron dar un paseo por el Campo Grande a pesar del calor que todavía hacía a finales de agosto.

Ernesto le contó a Domingo su idea de matar a Atilano. Domingo se descompuso y le gritó que si estaba loco. A pesar de que estaban solos, Ernesto le pidió que le dejase hablar y que no le levantase la voz.

Media hora más tarde Domingo aceptó a regañadientes. Sólo faltaba encontrar al verdugo.

A diferencia de Domingo que tuvo una infancia cómoda económicamente, Ernesto vivó en un barrio muy humilde y alguno de sus amigos de la infancia había pasado su vida entre la cárcel y la calle. La calle en su sentido más estricto. Ernesto se acordó de Nicolás ‘El rata’. ‘El Rata’ era un tipo menudo que de pequeño siempre estaba jugando al fútbol o robando en las tiendas del barrio. Cuando llegó a la adolescencia el fútbol le seguía gustando, pero a sus compañeros de cancha ya no tanto. Así que Nicolás tuvo tiempo para ampliar su campo de acción y empezó a robar en otros barrios de la ciudad.

Cada vez que pisaba por la cárcel, ‘El Rata’ aprendía más malas artes. Se convirtió en un brocas pendenciero y cuando estaba fuera, estaba la mayor parte del tiempo borracho. Ernesto vivía en las nuevas casas del Barrio de Huerta del Rey, pero cada sábado iba a visitar a sus padres y así veía en los bares de la calle Embajadores a Nicolás ‘El Rata’ cuando este no estaba en la cárcel.

Domingo estaba muy nervioso. Una cosa es engañar al prójimo, untar a un periodista o cobrar comisiones indebidas y otra cosa era matar a un hombre. Pero por muchas vueltas que le había dado, no se le ocurría una mejor solución. Así que le pidió a Ernesto Castillo estar presente cuando hablase con Nicolás ‘El Rata’. Además, las 100.000 pesetas que le iba a ofrecer al ratero de barrio, saldrían de su bolsillo.

Así que allí estaban los dos, sentados en el Seat 1500 de Domingo que estaba aparcado frente al Mesón Arandino de la calle Embajadores. Hablaban de cómo lo iban a hacer. No querían que ‘El Rata’ fuese el que organizase el asunto. Entre cigarro y cigarro dentro del asfixiante Seat 1500 Ernesto propuso que la semana siguiente llamaría a Atilano pidiéndole hablar con él. No es raro que un periodista le pida una entrevista al presidente del Real Valladolid a una semana del comienzo de la Liga. Le pediría dar un paseo, porque el médico le había dicho que su estilo de vida le iba a matar si no cambiaba. Había elegido otra vez el Campo Grande para dar ese paseo con Atilano Cifuentes. Ahí entraba en acción ‘El Rata’. Había pensado que el mejor sitio para que “el rata” actuase era la faisanera. Estaba siempre muy solitaria y en la esquina entre Filipinos y la Acera de Recoletos. Todo lo que tenía que hacer era simular un atraco y matar a cuchilladas a Atilano. Ernesto le pagaría en ese momento las 100.000 pesetas acordadas.

A las 13:30 vieron a Nicolás. Ernesto bajó solo del coche y fue en su búsqueda. ‘El Rata’ se sorprendió de que Ernesto fuese a saludarle. LLevaba bastantes años esquivandole. Era un macarra borracho, pero no era ciego. Le costó convencerle para que fuese al coche, pero al final cedió. Una vez allí y efectuadas las presentaciones, Nicolás había conocido de inmediato a Domingo, le contaron el plan a ‘El Rata’. No le dijeron quien era el objetivo, aunque ‘El Rata’ lo había preguntado. Dos cigarros después acordaron un adelanto en pago. Ernesto le dio un teléfono a Nicolás donde debería llamar cada día a las ocho de la tarde. Así hasta que Ernesto hubiese obtenido la entrevista con Atilano.

Pasó el fin de semana y a las ocho de la tarde, Nicolás ‘El Rata’ siempre llamaba, sin falta. A Ernesto incluso le parecía que estaba sobrio. El último martes de agosto Ernesto, le dijo un escueto: “A las doce y media, no faltes”.

Ernesto no durmió. Sabía que era la única forma de que el escándalo del dossier no le salpicase. Le gustaría poder haber sobornado a Atilano, pero sabía que eso era tan difícil como que ‘El Rata’ dejase de delinquir.

— Buenos días, presidente. Gracias por atenderme.

— Es mi obligación, Ernesto. Vamos a dar ese paseo, no sea que el médico te riña.

Atilano estaba algo tenso, porque sabía que Ernesto no quería una simple entrevista de final de pretemporada. Estaba esperando el momento en que ese hombre le intentase sobornar. Atilano quiso entrar por la puerta del Paseo del Príncipe, pero Ernesto le dijo que quería ver la pajarera y pasear por la faisanera, que era una zona muy tranquila donde nadie les molestaría. ‘El Rata’ observaba a lo lejos. A Ernesto le conocía por su volumen, pero no distinguía a la víctima tan de lejos. Cuando entraron en el Campo Grande, Nicolás aceleró el paso. Tenía miedo de perderlos entre tanto camino.

Cuando llegaron a la zona acordada, ‘El Rata’ se acercó gritando pidiéndoles la cartera a los dos. Pero, de repente, vio a su víctima y no quiso matarle. Necesitaba el dinero, pero Atilano era el presidente de su equipo y era una buena persona. Salió corriendo hasta que se encontró con una pareja de los grises a los que les contó la trama para asesinar a Atilano Cifuentes.

La foto que abría al día siguiente las páginas de El Norte de Castilla era la de Domingo y Ernesto bajo un titular que decía “Detenidos Domingo Castillo y Ernesto Dueñas por intentar asesinar a Atilano Cifuentes”.

Atilano Cifuentes fue recibido entre una sonora salva de aplausos y con el público en pie el día que empezaba la temporada en el Estadio Zorrilla. Y es que Atilano Cifuentes era sin duda un buen hombre.

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