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El Rayo que no cesa

por Jesús A. Zalama
23 de octubre de 2013
Miguel Hernández1

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Miguel HernándezEl poeta Miguel Hernández escribía a mediados de los años treinta un libro de poemas titulado ‘El rayo que no cesa’. Hoy, casi 80 años después, un nuevo relámpago no ceja en su empeño. A día de hoy no se abandona el amor, un amor exaltado por el buen fútbol que lleva a este Rayo, en muchas ocasiones, a acabar componiendo elegías. El proletario aficionado vallecano clama: ¡Este es nuestro Rayo, bukanero del alma, bukanero!

A ti sola, en cumplimiento de una promesa
que habrás olvidado como si fuera tuya

Con estos dos versos dedicatorios da comienzo el ya citado libro de poemas del escritor alicantino. Si los colocásemos en el cancionero del equipo de Paco Jémez, deberíamos pensar en la pelota como receptor de los mismos. Y es que este Rayo Vallecano se construye a través de la posesión del balón. Sirva como ejemplo la ‘Jornada Trágica’ que Barcelona padeció cuando supo que su mes que un club había perdido la posesión ante el equipo madrileño después de tantísimos partidos siendo el poseedor mayoritario de la pelota.

Pero, es la pelotita egoísta amiga, y se desenvuelve a su antojo. Tratarla de manera más delicada, cuidarla más y guardarla en amparo propio no garantiza absolutamente nada. Este Rayo Vallecano tan ‘toca pelota’ ha llegado a encadenar esta temporada seis derrotas consecutivas, y tras ellas, con pura metafísica, se planteó el cambio de sistema. Las dos últimas victorias volvieron a desaconsejar el venderse al materialismo futbolístico. Aun así, es necesario recordar: la pelota olvida promesas como si fueran suyas.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Siguen siendo palabras de Miguel Hernández, se puede asegurar que Paco Jémez nunca fue tan contundente. Sin embargo, él muchas veces ha achacado los estrépitos de su equipo a sus decisiones. Sirva como ejemplo el día en el que nada fue imperfecto, aquella soleada jornada en la que Zorrilla pudo presenciar un prodigioso seis a uno, digno de guarecerse en retinas pucelanas por años. El esquema rayista es una amalgama hambrienta (de goles), y sedienta de catástrofes.

Cuando estas llegan, llegan las elegías. Los repetidos fallecimientos del Rayo Vallecano derraman lágrimas en sus aficionados. Plantos mitigados por otros dulces sabores ligueros. Sea en la victoria o en la derrota, en la alegría o en el lloro, el proletario aficionado vallecano siempre clamará:

A las payasas almas
de la calle Fofó te requiero,
que tenemos que animar a nuestro Rayo,
compañero del alma, compañero.

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