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El reino de los cielos

por Jesús Moreno
12 de septiembre de 2012
Jugador Nº12

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Jesús Moreno estrena la sección de opinión de la web en Primera recordando el modo en que se logró el ascenso y las señas de identidad con las que la salvación se ha de forjar.

 

Ascenso Estadio 3El dieciséis de junio del 2012 el Real Valladolid confirmó el regreso a su casa. Tras casi once meses de competición y dos años en el infierno, el Pucela resucitó de entre los muertos -en un sentido tan metafórico como estricto tras una temporada nefasta en Segunda y una la quiebra concursal- y retornó al reino de los cielos.

Ahora toca disfrutar de lo conseguido, pero no como el que degusta su postre favorito sabiendo que antes o después lo terminará del plato y se quedará sin nada, sino como se paladea de verdad el éxito en el deporte. Ganando. Y no será fácil, porque en el fútbol profesional nada lo es, pero sí será posible.

Este Real Valladolid está curtido en mil batallas, emboscadas, escaramuzas y guerrillas. Tiene la veteranía de los que llevan marcadas en el cuerpo todas las cicatrices con las que señala el deporte pero además, como diría Pérez-Reverte del tercio viejo don Diego Alatriste, los soldados de Miroslav Djukic quizá no sean los más honestos, ni los más piadosos pero son los más valientes.

Esa valentía ha quedado certificada con sello de calidad en un estilo de juego idéntico ya sea plasmándolo en el Pedro Escartín de Guadalajara o en San Mamés en Bilbao. Y valentía fue lo que les hizo salir a comerse la hierba sin importarles todos los avatares, casi siempre desagradables, que rodearon al club blanquivioleta durante el último año. Aspecto este último que les convierte también, y a diferencia del personaje revertiano, en los más honestos.

Y estos chicos llegan ahora a Primera División. Categoría donde con semejantes señas de identidad, no deberían de tener mayores problemas para mantener el status de equipo grande pese a no ser poderoso económicamente y continuar durante años en esa liga. Una competición sobrevalorada en cuanto a calidad -hasta el punto de tener la seguridad en que más de uno, más de dos y más de cinco equipos serían incapaces de realizar una temporada tan perfecta como la que desarrollaron Deportivo de La Coruña, Celta de Vigo y Real Valladolid el año pasado- y en cuanto a capital pues nos encontramos con clubes endeudados cuando no concursados y donde, ¡por fin!, parece que se empieza a poner coto al despilfarro.

En este punto es de agradecer la cordura que han puesto los administradores concursales por un lado y Miroslav Djukic por otro si, como parece, los primeros han impedido realizar fichajes mientras no saliesen aquellos jugadores que por unas circunstancias u otras no contaban para el entrenador, y nuestro gran capitán serbio ha preferido no reforzar la plantilla si aquellos jugadores que podían incorporarse no iban a suponer una mejora para el grupo.

A pesar del esperpento de la noche del cierre del mercado, por capacidad o por casualidad, lo cierto es que este año se han hecho las cosas con cierto sentido común. Plantilla corta, competitiva, donde a medida que avance la competición todos tendrán las mismas opciones de aparecer en el once titular y evitar así caer en la molicie del que sabe que haga lo que haga será carne de banquillo en el mejor de los casos y donde el Promesas debe, en estas circunstancias, no ya llamar a la puerta sino tirarla de una patada, en palabras de José Antonio Camacho. Es el momento de que los chicos del filial den un paso al frente y griten al entrenador que son merecedores de una oportunidad.

Tras ver los primeros partidos ya podemos estar seguros de que el Real Valladolid ha vuelto a su corte y ha vuelto para quedarse por muchos años. Por fin podemos asegurar que el Real Valladolid ha abandonado el infierno y se encuentra, de nuevo, en el reino de los cielos.

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