A falta de poco más de diez días para que termine el mercado estival, Patrick Ebert no solo puede quedarse, sino que, de hacerlo, seguirá siendo una de las piezas básicas del equipo.
Por extraño que pueda parecer, habrá alguno deseoso de que sea traspasado. Es posible que él mismo siga pensando en salir, como dijo en verano y demostró incluso antes. Pero lo cierto es que, de momento, Patrick Ebert sigue siendo del Real Valladolid. Y, lejos de remolonear, ha empezado con ganas de marcha.
Allí donde antes mandaba un almirante, ha arribado un manager general que ordena, aunque a veces parezca tendente a la autogestión. Suenan igual, pero el orden y la orden son conceptos distintos. Y sin embargo, en el cambio de cadena de mando, se ha extraviado un soldado; como si para él fuera más cómoda la falange que el ‘All U need is group!’.
No es que cabalgue en soledad. Es que así es el dios del trueno. Su mejor expresión es la electricidad y la guerra, esa que propone con su pasión irreductible y su cañón derecho.
Contra el Athletic Club en el debut volvió a hacer un despliegue de los de antes; de los de siempre. En la primera mitad, fue el corazón unido a una cabeza, la de Óscar González, con quien volvió a demostrar una coordinación a lo sumo mejorada por la que muestra con Toni Rukavina. En la segunda, cuando ‘El Mago’ se perdió en lo que debía ser la espalda de Iturraspe y la cara de la zaga, fue hiperactividad, volubilidad y triste impotencia.
Fue más líder cuando quizá más se equivocó, en los 45 minutos iniciales, en los que solo se quedó con las ganas de tirar las botas a Gorka Iraizoz. Fue en este periodo, también, en el que mostró su versión más pura. Pecó de individualista, en alguna ocasión, pero apareció siempre, y muchas veces con tino. Más tarde, cuando se redujo el espacio para galopar, se perdió, como si fuera efervescencia, y no batalla continua.
Siguió intentándolo, por izquierda y por derecha, y también por dentro, pero no hubo manera de lucir y lucirse. La defensa bilbaína pudo más que sus ganas; esas que para algunos son de pega, de cara a la galería, para que venga algún rico a sacarle de pobre, unas veces porque se va a abrir el mercado, otras porque se va a cerrar y, las últimas, quién sabe si por alguna extraña alineación de planetas.
Lo cierto es que, a pesar de su reunión con el Atlético de Madrid, pese al supuesto interés de Tottenham o Besiktas en hacerse con sus servicios, no ha habido ofertas y su vinculación al Real Valladolid hasta el treinta de junio de 2014 sigue existiendo. Y también un compromiso mostrado cada vez que salta al verde, sea su leitmotiv tan egoísta como algunos creen como en pos del grupo resulta.
Por más que fuera se equivocase, dentro del campo siempre fue soldado de Djukic; a veces con más tino, otras con menos. A falta de que se cierre el mercado, aunque el serbio ya no esté, poco o nada parece haber cambiado. Ya no hay falange ni cadena de mando, hay orden y grupo, pero Ebert lanzó en las horas previas y en el debut un aviso a navegantes: aunque pueda parecer confuso o perdido, porque ya no los hay, él sigue siendo el mismo jugador; el mismo soldado.
El gesto de llevarse la mano derecha a la sien, realizando el saludo militar, aunque quizá vacío de intención, puede encerrar en sí un mensaje lanzado siquiera desde el subconsciente; “yo sigo aquí, no cambio”. Y si el alemán no cambia de intenciones ni de camiseta antes de que se cierre el mercado, sin duda alguna el Real Valladolid estará de enhorabuena. Sea con Djukic o con JIM, Ebert es fútbol, corazón y guerra.

