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El triunfo de la necesidad

por Jesús Domínguez
4 de mayo de 2014
en Noticias
Foto: Marca

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El Real Valladolid sigue con vida después de doblegar a un Espanyol combativo, aunque sin mordiente

 

Rukavina || Foto: El Norte
Rukavina || Foto: El Norte

En ocasiones, en la vida, conviene ser pragmático. Mostrar ante la resolución de un hecho una manera de obrar autómata, casi funcionarial. Olvidarse de los adornos, las buenas palabras e intenciones e ir al grano, ser efectista y abandonar los ambages. Buscar, en fin, pasar el trago, un “aquí te pillo aquí te mato” o, como el Real Valladolid a estas alturas de la temporada, priorizar el resultado por encima de todo y convertir la necesidad, sino en virtud, sí al menos en vicio.

No es que hasta el momento desdeñase las victorias. Nada más lejos. Aunque sí se sumergió en distintos momentos de la temporada en debates a caballo entre lo conveniente, lo ideal y lo idóneo; a saber: cerrar filas y porfiarlo todo a dos delanteros, plantear un juego de dominio y posesión y un modelo de juego que supiera conjugar el uso de Manucho con una participación de Óscar, digamos, activa.

Entre la duda entre las dos velocidades, lo cierto es que Juan Ignacio intentó poner en liza una tercera que no ha funcionado, o no al menos en exceso. Entre lo espurio –“no hay más que un plan”– y lo real –que el plan era, sino inexistente, sí al menos inviable e ineficaz– se perdió el técnico, enajenado por no saber si lo que había enfrente eran monstruos o en realidad molinos.

Y en estas estamos hoy. Con un técnico cuya estancia en Valladolid se puede a la del perro que persigue un automóvil: es incapaz de alcanzarlo, y si lo fuera, difícilmente podría ser capaz de manejarlo. Lo que no quiere decir que sea mal entrenador. Nada más lejos. Simplemente, a estas alturas de la temporada –en verdad, desde hace algún tiempo– se puede concluir que, por más que se empeñase en jugar a lo que se deseaba, la probabilidad de que la producción futbolística del Real Valladolid es igual de alta como las de España de ganar este año Eurovisión.

“Pues qué novedad”, pensará el lector. Y con razón. No hemos descubierto la pólvora hoy. Pero conviene recordar lo anterior para contextualizar la victoria lograda ante el Espanyol. Se labró, esta, en el trabajo incesante en defensa y cuatro intentos contados en ataque. En ensuciar el juego del rival e intentar mostrar un poco de decoro con el propio, no tanto por la manera de hacer circular el cuero como por la decisión.

¿Qué otra cosa cabía hacer? Llegados a este punto, las naves que han sido capaces de aprovechar las mareas están ya amarradas o próximas a puerto. Otras, por lo que sea, más dubitativas, no tienen más que rezar y soplar las velas a fin de empujar la embarcación y evitar que la tempestad se la lleve por delante. Dicho de otro modo: cuando la mayoría de los equipos han hecho los deberes, a otros solo les queda aprovecharse de que se dejan llevar por la corriente para salvarse. Convertir, decíamos, la necesidad en virtud, o cuanto menos en vicio.

Al Pucela se le reclamaba que lo hiciera, que le echara los arrestos suficientes como para que los rivales no parecieran más necesitados. Y, por fin, después de mucho, así lo hizo contra un Espanyol que a fuerza de dejarse llevar, si bien es bastante complicado, podría acabar metido en un brete de tres pares de narices, precisamente porque se viene encontrando en los últimos tiempos con equipos que sí se juegan cosas.

Ni se puede decir que el juego mostrado por los blanquivioletas fue bueno ni que desprendiera un aura clara que invita a pensar en la salvación de manera diáfana. Pero al menos, aun con los nervios y a pesar de que Sergio García parecía querer comandar una revuelta en busca de la salvación matemática y definitiva, se puede decir que los de Juan Ignacio pusieron lo que hay que poner para ganar.

Y, en fin, aunque la calidad en este juego tiene mucho que ver, en el tramo final de campaña siempre se dan estos casos, de equipos justitos que ganan solo por el hecho de que se hacen fuertes a base de vaya usted a saber qué. Les vale con correr y poco más. Con defenderse más o menos bien –que no de manera ordenada– y con hacer buena alguna que otra de las pocas ocasiones que se llevan a la boca para triunfar.

No pasó en Balaídos, sí en Zorrilla, donde Jaime salvó varias veces su meta y Rukavina marcó con un tiro lejano. El sueño es que se repita el guión el miércoles ante el Real Madrid, aunque, seamos sinceros, es complicado. Pero, oiga, si en el Benito Villamarín sucede algo semejante y el equipo vuelve a convertir la necesidad en hambre, malo será…

La salvación sigue siendo una posibilidad, y no remota. Al final, esto va de ganar. Y el Pucela ha demostrado que, aunque no ande sobrado de calidad, con arrojo le puede bastar para sellar la permanencia en una Primera en la que el pasado año, este mismo plantel, estaría ya descendido y, sin embargo, el del pasado año no habría pasado apuros. Cosas del fútbol.

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