André Leão y David Timor son los encargados de mimar el balón en la zona ancha y los llamados a competir por un puesto en el once con Álvaro Rubio y Lluís Sastre
Érase un entrenador, de apodo Rubi, de nombre Joan Francesc, cuyo deseo era que sus jugadores mimasen el cuero. Que jugasen al fútbol, en un sentido preciosista del término. A su llegada a su nuevo banquillo, el del Real Valladolid, se encontró con un tipo de mirada triste, tímido, llamado Lluís Sastre, y con otro conocido con ‘Míster Silencio’, un riojano que es diapasón, que responde cuando pronuncias “Álvaro Rubio”.
Tan realista como inconformista, Rubi supo en el mismo momento en que llegó que no sería suficiente con esos dos centrocampistas. Que ni siquiera lo sería un tercero que estaba y que no, un Víctor Pérez llamado a renovar e irse, porque miraba más arriba de ese segundo piso en el que vivía y porque el club no podía afrontar la remuneración acordada en su humilde nueva ’empresa’.
Braulio Vázquez, director deportivo, se puso manos a la obra en ese afán de sumar efectivos de calidad a la plantilla en la parcela ancha. Y, en el mercado, se encontró con un león y un espartano. Casi nada. Un animal y un guerrero para dominarlos a todos, sobre el césped, desde el medio.
André Leão, ‘El León de Freamunde’, fue en primero en llegar. Avalado por su experiencia en Europa en competiciones europeas con el Paços de Ferreira portugués y el Cluj rumano, lo hizo con la vitola de ser un fichaje de Primera. Organizador capaz, de lectura limpia y colocación impoluta, venía de eludir el descenso a la Liga Orangina –segunda división lusa– y con la consideración de ser una de las piezas del mercado vecino más cotizada.
Desde el primer partido de pretemporada, ante el Pontevedra, se vio que está capacitado para ser el epicentro del equipo. Se asocia bien en corto y tiene un buen desplazamiento en largo, algo que hay que unir a las características comentadas con anterioridad. No obstante, si hay un adjetivo que realmente le define, sin duda alguna es el de inteligente. Sabe en cada momento qué necesita el colectivo, algo que a buen seguro Rubi valorará positivamente y compensará con minutos.
Solo le falta la melena para ser el animal que lleva en el apellido, pues la jerarquía y presencia física le habilitan como eventual ‘macho dominante’ en la manada. Como a David Timor la barba de espartano. Primero, porque nos gustan las barbas. Segundo, porque las barbas nos gustan. Y tercero, porque además de gustarnos las barbas, resulta que es un jugador completísimo, el complemento perfecto para Leão.
Resolutivo en el balón parado, tiene una izquierda excelsa, de pateador de fútbol americano. De sangre caliente, solo le falta responder “¡au, au, au!” al grito de “¡avanzad!” –de Rubi, no del rey Leónidas–. Y puede abarcar mucho terreno de juego, hacia atrás, colaborando en labores defensivas, a lo ancho, en las coberturas y en la creación, y a lo largo, bien para hilvanar, para encimar o con el disparo a gol en el punto de mira.
André Leão puede ejercer de mediocentro posicional, defensivo, llamémoslo, si queremos. Timor es el compañero ideal para cualquier otro pivote, el primero en ofrecer la espada, la lanza y el escudo en pos de la falange en el campo de batalla. Un campo verde, un pasto en el que el Real Valladolid de Rubi querrá imponerse por arrojo y por destreza, condiciones que el valenciano ostenta.
La pregunta es, ¿son compatibles? Sin duda alguna, sí. Por lo antes comentado. De hecho, a tenor de lo visto hasta ahora, podría decirse que los dos lo son también con Álvaro Rubio y Lluís Sastre, dado el rol variable de estos y del propio Leão.
Entonces, ¿qué cabe esperar de los recién llegados? Una feroz competitividad. Se trata de dos jugadores experimentados y de calidad contrastada en la máxima categoría, que se ajustan al modelo de juego que pretende imponer el Real Valladolid en su búsqueda del ascenso; de dos potenciales titulares que a priori darán validez al estilo y al proyecto. El objetivo, que el cuento acabe bien.