
Comparecían el Real Valladolid y el Cartagena a las cinco de la tarde con una misma camiseta, la oficial de la Candidatura Ibérica que opta al Mundial 2018, y con un mismo objetivo, tres puntos que les acercase a los puestos cabeceros.
Comparecían con el ánimo de homenajear a un veterano de guerra, Víctor Fernández, otrora buque insignia blanquivioleta y ahora capitán blanquinegro. Y, de tanto compartir, compartieron también incapacidad para crear juego.
Entre el frío, el conjunto del sempiterno veintiuno provocó una fuerte marejada donde la parroquia local esperaba ver una pista de despegue. Hubo en su lugar naufragio, uno más, pese a que todo invitaba a pensar en lo contrario.
Y es que, a pesar de la imagen que el equipo deja fuera de casa, en el Nuevo José Zorrilla ésta era distinta, o por lo menos distintos eran los resultados. De poco sirvió la entrada en el once de Arzo y Antón.
Ya a los diez segundos, Botelho parecía avisar de que no sería una tarde plácida. No obstante, poca incidencia en que no fuese así tuvo el juego cartagenero, ya que en contra de lo esperado, el dominio del esférico fue alterno en el inicio del encuentro.
La alternancia se debió a que el Valladolid pretendía renunciar al balón a pesar de repetir con el experimento que tan bien funcionó ante el Celta y tan desastrosamente ante el Xerez, y a que el Cartagena, quizá sabedor de los problemas de creación blanquivioletas, dejaba hacer.
En un “juega tú, que a mí me da la risa”, más propio de una partida de escoba entre jubilados, se llegó al descanso con apenas un par de ocasiones más, obra de Sisi y un desaparecido Álvaro Antón.
La segunda parte parecía comenzar con otros visos, más esperanzadores para los pucelanos. Las faltas laterales y los corners se sucedían. Ninguno con la clarividencia necesaria como para terminar alojando el balón en las mallas.
El Cartagena tenía suficiente con guardar su meta, única faceta en el juego en la que fueron superiores hasta el minuto setenta. Entonces, Toni Moral – que terminaría expulsado – enviaba un balón al palo que asustaba a la grada. El miedo y el enfado llegarían apenas unos minutos más tarde.
Botelho, quizá el mejor de su equipo en el día de hoy, provocaba un rechace de Jacobo que caería a Toni Moral, que esta vez sí, sembraba la desesperación en una afición que no creía a los suyos capaces de obrar un milagro similar al realizado hace dos semanas. Y, en efecto, en los quince minutos restantes no se obró. La única oportunidad clara de anotar fue un remate al larguero de Javi Guerra.
El feudo que parecía inquebrantable era profanado por un equipo cuyo juego dista mucho del que enamoraba la pasada temporada. Pero que comienza a conseguir resultados de cierto calado, tras sus victorias ante Betis y Valladolid.
Éstos, hasta el momento, eran en casa una aeronave que mostraba en casa precisión suiza y a domicilio agujeros como los de los quesos helvéticos. Hoy, a pesar de no merecer caer derrotado, no mereció tampoco la victoria.
Lo peor, una vez más las sensaciones. La apatía y el juego ramplón de un equipo que hasta ahora era en casa seguro como un auto alemán, y cuyo proyecto, sin embargo, se tambalea cuan castillo de naipes después de mostrar en Zorrilla una cara similar a la de los últimos desplazamientos.
La silla que ahora mismo más se tambalea es la de su técnico, ya en entredicho en las pasadas semanas y sobre quien Suárez afirmó que se pronunciará en la jornada de mañana. Un Suárez que fue pitado tras el homenaje a Víctor y señalado por parte de la afición a lo largo del partido.