Herrera pudo contar de inicio con el catalán y ubicó a Álex López en funciones de ataque. Movimientos dilapidados por la incapacidad del Real Valladolid para gestionar los goles a favor

Del Real Valladolid del principio quedan pocos restos. El depósito de ilusión que rellenó con el rendimiento y las sensaciones de agosto empieza a vaciarse sin que Paco Herrera y sus futbolistas den con la fórmula para revolverse de la actual depresión y reflotar.
Porque la realidad de este equipo es que ha pasado en pocas semanas y cinco derrotas seguidas de brillar en lo alto a fundirse en un ocaso, más allá de vertientes tácticas que el entrenador pucelano pone sobre la mesa cada encuentro para hacer de sus análisis una tarea más reconfortante y, también, exigente.
Ante el Levante, para entender otro tropiezo más, hay que comenzar fijando el contexto en la carencia de posesión de balón. Herrera quiso, no sabemos si aún quiere, nutrir el centro del campo de mediocentros aptos para conservar la pelota.
Que, desde la línea medular, fluya todo: desde las ventajas numéricas por dentro hasta las progresiones ofensivas abiertas. La estación principal de un viaje lleno de piedras afiladas sobre las que no deja de caer.
Con el regreso de Jordán al once titular, al Valladolid se le esperaba más equilibrio, tanto para articular sus balances defensivos como su fase ofensiva. En parte, aun con momentos de más debilidad y dudas, lo logró en el Ciutat de Valencia. El expivote del Espanyol formó junto a André Leão, permitiendo que Álex López pudiera trabajar en zonas más adelantadas. Tanto como dos líneas al norte: en el ataque con Raúl de Tomás (1-4-4-2).
En banda, Villar partió desde la derecha, como acostumbre. En el lado contrario se situó Míchel, progresivamente cuestionado por una masa de aficionados que esperan de él una mayor producción ofensiva y un rol de puente entre la creación y la finalización aún no asumido.
El cuadro castellano entró el duelo con ritmo y una apuesta por el juego directo que le reportó un gol y varios acercamientos al área de Raúl. En lugar de amasar ataques elaborados, verticalizaron pases que buscaron superar los espacios en la defensa levantinista. Con el paso de los minutos, el Levante trató de equilibrar el choque, algo que consiguió gracias a un tanto de Roger.
Y, tras el revés, el Valladolid expuso una fragilidad mental que le terminó pasando factura. Transformó una buena imagen inicial en una sumisión al dominio a los locales, extendido en un primer tramo del segundo tiempo en el que los granotas explotaron, sobre todo, la pobremente defendida banda de Balbi.
Herrera, disgustado con la producción en ataque de los vallisoletanos, en especial de Villar, impuso un doble cambio, retirando al onubense y confiando en José (y sustituyendo a Rafa por Guitián, quien no aportó la tranquilidad necesaria).
A pesar de que Míchel rozó el gol en una acción en la que rompió hacia el área desde la segunda línea, en el partido no sucedían cosas ni el balón viajaba por los pies de quienes deben poseerlo en el Valladolid. El entrenador pucelano hizo otro cambio, encargando a Salvador la función de agitar una parcela del campo poco exigida, pero lo que recibió fueron dos goles en menos de diez minutos.
Un golpe que pareció liberar a los blanquivioletas de la tensión por tener que generar ocasiones de gol, precisamente porque desde entonces crearon más que nunca: insistieron con centros laterales y disparos desde la frontal que precedieron al tanto de Salvador, inválido para hacerse con el empate.
La posición de Álex López en funciones ofensivas y la vuelta espera de Jordán al mediocentro no surtieron el efecto que esperó Herrera. Al catalán se le acumulan los interrogantes: ¿podrá restablecer el estado, sobre todo mental, con el que el Real Valladolid inició la temporada?
 
			