
Quien más y quien menos, con más corazón que cabeza, se plantaba delante del televisor esperando un Valladolid solidario ante un correoso rival como era el Alcorcón.
Después de vencer al Huesca siete días antes sin buen juego y sin desidia, más de uno y más de dos se esperaba un equipo en el que ya no existiese desgana. Pero a más de uno y de dos, la idea le salió rana.
Casi sapo fue la que Abel Resino planteó de inicio, con Jesús Rueda y Álvaro Rubio en el doble pivote y Jorge Alonso en la media punta. Por detrás, en el centro de la zaga, un recién llegado como Faria y alguien próximo a salir, Raúl Navas.
En un campo renacuajo como el de Santo Domingo, se empequeñeció desde el inicio un Real Valladolid que volvía a cometer pecados viejos, como el de desperdiciar el flanco izquierdo con un diestro.
En un dibujo como el que Resino utiliza, lo lógico es que los hombres de los costados abran campo. Al fin y al cabo, para jugar por dentro está ya el mediapunta.
En su defecto, pueden ser los tres hombres de tres cuartos jugadores móviles, con continuas permutas y sin posiciones fijas. Así juegan, por ejemplo, Celta o Rayo. Pero, claro, hablamos del Real Valladolid. Lugar donde lo lógico es desconocido.
Y es que lo lógico es que cuando uno plantea un partido con tres habituales centrocampistas en la zona interior, su intención sea la de hilvanar jugada. Y sin embargo, en todo el primer periodo el Real Valladolid no raseó ni un solo balón. Y de hilvanar, ni hablar.
Es verdad que no ayudaba el juego del rival. Anquela planteó el partido como sabe y acostumbra, directo y al choque. Y sus jugadores no se amilanaron en un solo balón dividido.
Los centrales fijaban la marca de un otra vez desaparecido Javi Guerra, cómodos. En superioridad y sin una siquiera incómoda presión del rival, aquellos jugaban fácil con Rubén Sanz, quien a su vez buscaba a los también ex blanquivioletas Fernando Sales, Borja o a su máximo baluarte, el punta Quini.
A éste lo mantuvo en secano durante todo el encuentro un luso con pinta de chulo de playa, Fábio Faria, con tal tranquilidad que parecía no haber abandonado jamás la costa portuense.
Probablemente, el pobre hombre no entendiese nada de lo que sucedía a su alrededor. Posiblemente no por el idioma, sino por comenzar a ver distinta la calidad que creía haber encontrado en sus compañeros al aterrizar desde Lisboa.
Recién aterrizado en esto del fútbol, en la otra capital peninsular, parecía Abel Resino pasada la primera media hora. O, en su defecto, aterrizado sin lentes de lectura.
Porque la lectura del encuentro debe ser otra cuando el plan inicial acaricia el esperpento, como de hecho lo hacían unos jugadores que volvían a mostrar la desgana y apatía del ya pasado año.
Con Javi Guerra como islote, y viendo como transcurría el partido, la entrada de Antonio Calle se antojaba más necesaria que la retoma de Perejil, incluso cuando el punta está ya con la apuerta abierta para ir a pedir tal condimento al que vive en el entresuelo, el tal Recreativo.
Esperaría sin embargo para hacer el cambio a que Álvaro Rubio se disfrazase de Ramón María del Valle-Inclán y regalase el esférico a Borja – como Faria, chico alto, pero éste de amarillo – y Quini, quien después de seis semanas sin ver puerta, no perdonó a Jacobo, sustituto de un Justo lesionado.
Rueda, out. Calle, in. A falta de trece minutos. Y sin calentar. Para honrar a genio modernista y su recuerdo con un esperpento 2.0. Porque si Ramón María levantase la cabeza, clamaría al cielo en facebook y twittearía sobre su desconcierto.
Otros muchos lo hacen en su lugar sobre ese último cuarto de hora en el que la oscuridad volvió a cernirse – más aún – sobre las intenciones vallisoletanas, tan lúgubres que si de algo brillaron fue de ausentes.
Poca luz más hubo en la posterior rueda de prensa, en la que se vio la cara oscura del alma de un entrenador incapaz de hacer autocrítica. Porque, es verdad, hay jugadores que no dan la talla, pero su obligación es la de sacar el máximo provecho a sus hombres. Y no lo hace.
Flaco favor se hará si obvia nombres y el próximo sábado en Villarreal juega el mismo equipo, o siquiera parecido. Flaco favor ante otro equipo cuyos trazos pueden seguir dibujando un Valladolid mediocre, cuya mentalidad actual debe pasar, primero de todo, por la salvación de la categoría.