El centrocampista italiano llega a Valladolid cedido, con la intención de hacerse un hueco en la élite del fútbol europeo, que deberá cavar allí donde Víctor Pérez ha enraizado.
“¡Ay, qué guapo es!”, se escuchó decir a una joven aficionada. La frase, permítanme la intimidad, incluso se pronunció en las entrañas de este portal. Como si fuera un ídolo adolescente de la canción pop. Uno de esos mojabragas, rollo Justin Bieber, por quien las niñas sin más de dos neuronas matarían incluso a su madre. Y probablemente sobrevalorado.
Pero sucede que Fausto Rossi es bastante más que un aullido desesperado y ensordecedor, como el del cochinillo poco antes de ser degollado, que, dicen, esconde un “oh, baby, baby, oh baby”. Es una sonrisa de jugón, de esas que enamoran, como lo hacía la de su compatriota Fabio Cannavaro -ruego que mi chica me perdone pero, ¡qué hombre!-, como se espera que lo haga su calidad, que es lo que, al fin y al cabo, llevó a Marcos a interesarse por él hace ya tiempo.
Viene a ser, en clave bianconera, una suerte del primer Thiago Alcántara. Una de las más firmes promesas de la cantera de la Juventus, como el español lo fue del Barça, internacional en categorías inferiores y señalado en rojo su nombre desde hace años como jugador de carácter, fútbol y jerarquía. Aunque, por lo que cuentan de él aquellos que le han visto, sus semejanzas van más allá.
Quizá le falte algo que tiene el niño mimado de Pep. A lo mejor por ser de distinto linaje carece de magia, o por lo menos en similar gradación, aunque no está exento de lo que en ‘El hombre que miraba fijamente a las cabras’ tuvieron a bien llamar “el toque de la muerte”. Para entendernos: calidad no le falta, aunque hasta la fecha no haya mostrado regularidad. Lo mismo clava en ti la mirada y no ocurre nada que provoca un desmayo.
Como al Thiago primigenio, se le intuye potencial apostado en el costado izquierdo, aun siendo diestro y aunque otros prefieren verlo en la mediapunta. Pero, como al hijo del cojo crónico, a la vez, al italiano -Rossi, queremos decir, Alcántara nació en la bota pero no pació allí- es difícil encontrarle sitio en el coto reservado al diez. Al exblaugrana, porque la falsedad del nueve. Al ya blanquivioleta, porque le pertenece a Óscar.
Quizá al actual jugador del Bayern se le vio en plenitud como embustero extremo izquierdo -¡dichoso engaño culé!- ante el Santos en la final del Mundial de Clubes de 2011. El turinés, que en diciembre cumplirá veintitrés años, no la ha alcanzado, si bien podría. Máxime cuando Juan Ignacio Martínez gusta de cambiar de perfil a sus hombres de banda de la línea de tres cuartos.
Aunque no ha venido para eso; o no solo. La idea de base existente para con él pasa porque sea sustituto natural de Víctor Pérez, quien llegó también a Pucela con la vitola de mediapunta irregular. Teniendo en cuenta sus condiciones, aunque apenas esté acostumbrado a jugar como pivote puro, y sí más como interior, puesto que a priori no cabe en el JIM Team, es en el centro del campo donde más se le va a ver, a priori.
Capacitado para llevarla manija del equipo, no carece de sacrificio defensivo, lo que hace suponer que la adaptación, pese a lo anterior, puede ser un hecho. Para que se produzca, deberá, no obstante, fajarse con el pico y la pala, pues la raíz de Víctor Pérez llega casi a la Plaza Mayor, si es que ese el verdadero centro de Valladolid.
No puede recibir el trato de buena noticia, pero sí de resquicio el hecho de que el albaceteño, en las tres temporadas que lleva como jugador blanquivioleta, ha demostrado que, como cualquier humano, necesita ser dosificado, a riesgo de lesionarse.
Él deberá darle resuello y, si cae, relevo, algo de lo que el equipo ha carecido hasta su llegada. Por eso se le intentó traer en enero y por eso esta intentona, por fin, plasmada en un contrato de cesión que podría ir más allá. No será sencillo no económico, pero la apuesta de la dirección deportiva es clara: lo queremos, y si sonríe y nos hace sonreír, lo querremos. Como si el flechazo debiera ser puesto a prueba.
Como en las manos de George Clooney, en sus pies está que al mirarla fijamente la cabra caiga fulminada o tire al monte. Ser algo más que un chico guapo y que su cohorte de seguidores se declare rossiner no solo por su sonrisa, sino también por su fútbol. No lo tendrá fácil. Ganas, en su primera experiencia en la élite, después de acariciarla con los dedos como internacional, todas.
