A todos nos ha pasado eso de que nos traicione la memoria y no saber dónde hemos dejado la cartera, las llaves de casa o el móvil, aunque, seguramente, no nos habrá pasado a todos lo de no saber dónde hemos dejado… nuestro Ferrari. Bueno, pues lo cierto es que esto sí le pasó a Ion Tiriac, exdeportista de élite rumano que ha hecho que la historia que nos ocupa parezca un invento. Pero es completamente real.
¿Quién es Ion Tiriac?
Pero, antes de conocer la historia, conviene conocer a su protagonista. Nacido en Brasov, Rumanía, en 1939, Tiriac empezó desde muy joven a relacionarse con el deporte de élite y tuvo varios etapas exitosas que ya de por sí rozan lo extraño, por destacar en dos disciplinas muy distintas. Si en 1964 fue capaz de representar a su país en los Juegos Olímpicos de Invierno como jugador de hockey sobre hielo, en la década de los setenta logró ganar Roland Garros por parejas junto a su compatriota Ilie Nastase, además de llegar, varias veces, a la final de la Copa Davis.
Hitos que no explican en sí la relación con ese Ferrari perdido pero que sí es el punto de partida de todo. El caso es que en la década de los ochenta, una vez retirado de los circuitos profesionales, el extenista empezó a ser manager de diversos jugadores como Henri Leconte, Adriano Panatta o Boris Becker, entrenándoles y sirviéndose de su experiencia para mejorar su tenis. Ese mundo, además, lo acercó a la flor y nata de las familias adineradas en Mónaco, lo que le permitió asomarse a un mundo que le apasionaba: los coches de lujo. Este sí es el paso clave para entender la historia.
Un Ferrari olvidado en Múnich
Tal y como pudo contar el propio Ion Tiriac en una entrevista en televisión, había una cosa que deseaba, por encima de muchas otras. Convertido en objeto de lujo por la calidad de sus acabados y, sobre todo, por la exclusividad de la firma, obtener un Ferrari siempre es un deseo lógico para cualquier amante del motor. En el caso de Tiriac, el modelo era importante. Aunque tenía ya un Ferrari en su colección, tenía la obsesión por hacerse con un modelo F40, por lo que intentó en varias ocasiones hacerse con uno de segunda mano que había pertenecido a Stéfano Casiraghi y que rondaba los 200000 dólares.
Pese a intentarlo todo, solo consiguió acabar añadiendo un Ferrari F40 a su colección un tiempo después, pagando más de tres veces más su valor, con la poca previsión de que la nueva pieza de su colección no tenía sitio para dormir en su garaje. El exdeportista rumano contaba ya con varios modelos en ese momento y eso le hizo tener que dejarlo en un garaje de alquiler, en la ciudad donde lo adquirió, la sureña capital alemana de Baviera, Múnich.
Perdone, ¿este Ferrari es suyo?
Solo la llamada del dueño del garaje, más de diez años después, hizo que Ion Tiriac se acordara de nuevo de ese Ferrari F40 que había abandonado en Múnich. El propietario, consciente de la presencia del vehículo durante una década, advirtió a Tiriac que el coche seguía allí y que nadie había pasado en ese tiempo a recogerlo. El dueño de ese garaje y quien realizó la llamada no fue otro que el extenista Boris Becker, que le hizo el favor de guardar un Ferrari F40 diez años antes.
Ese mismo año, tras la llamada de su expupilo, Tiriac vendió el Ferrari F40, consciente de que el vehículo, tras diez años sin moverse, debía ser ensamblado y puesto a punto de nuevo en Maranello, algo que no estaba dispuesto a asumir. Una compra fruto de la obsesión que supera los límites de la lógica y que pone en la palestra los caprichos de los coleccionistas de lujo como Ion Tiriac, cuya fortuna se estima en más de 2000 millones de dólares y que posee una colección cercana a los 400 vehículos de lujo de multitud de marcas y épocas.
