El Real Valladolid no puede pasar del empate a cero ante la Ponferradina en un partido en el que apenas generó peligro y en el que los bercianos pudieron ganar en el tramo final

El Real Valladolid fue incapaz de doblegar a la SD Ponferradina en un partido en el que, aunque dominó durante al menos 45 minutos, no supo generar el peligro suficiente como para ganar.
La paciencia con la que obraron los blanquivioletas llegó a desquiciar a su afición, sobre todo en la segunda mitad, en la que pareció tornarse en desidia y, seguro, se convirtió en apatía. La pereza mostrada, alejada de la avidez del enfrentamiento ante el Córdoba, fue tal que estuvo incluso a punto de costar caro, toda vez que en el tramo final del encuentro los bercianos dieron un paso adelante y obligaron a Kepa a erigirse salvador.
No dio la sensación de inicio de que la cosa fuera a ser así. Ya se sabe, las apariencias engañan. Y el Pucela, en apariencia, era ambicioso, con el dibujo confirmado en la previa con dos delanteros, que desplazaba a Manu del Moral al costado diestro. Solo por eso, se podía pensar que Portugal quería más, cuando esto se trata de querer mejor.
Y lo cierto es que el Real Valladolid nunca quiso bien. La amasó, la amasó y la amasó hasta aburrir y aburrirse. Le faltó chispa, y quizá por eso pudo parecer que también ganas, porque nunca imprimió al duelo una marcha más, necesaria para inquietar a un rival que, por otra parte, ni presionaba ni atacaba.
Habrá quien diga que el estado del césped no ayudó, y que el viento tampoco. Como si el terreno fuera distinto para cada uno de los dos contendientes. Aquello fue como un lunes típico de invierno, de esos en los que asoma uno la cabeza de las sábanas y le entran ganas de llamar al jefe para decirle que “estoy malo, hoy no puedo ir trabajo”. Como al niño al que mamá toma la temperatura, al Real Valladolid le tocó ir al cole, pero arrastró la pereza los noventa minutos.
Así, como al revoltoso cuando le flaquean las fuerzas, no tuvo peligro, si acaso, en el primer periodo, un centro-chut en una falta que botó Rennella y al que no pudo llegar Marcelo Silva al remate o un disparo de Manu del Moral tras un buen servicio de Rodri. Y en realidad, tampoco se le pudo llamar peligro, como a lo que llevó Álvaro Antón con un disparo que pudo ser franco y sin embargo se marchó muy alto.
El escenario cambió ligeramente tras la reanudación. Como si el tiempo de asueto le hubiera servido para activarse, a la Ponfe no le faltaron ganas de decir “aquí estoy yo”. Ahora bien, si llegaba a Zorrilla en una mala racha, era difícil imaginar que pudiera salir de ella sin aptitud, que sin Yuri le falta. La baja del brasileño, ya sentida, a buen seguro seguirá pensando en adelante, puesto que sin un referente en ataque, los bercianos resultan casi inofensivos.
Eso es, casi. Porque como dicen que querer es poder… Cabe esperar que algún día, a fuerza de hacerlo, aunque carezcan de delanteros de gran calado para la categoría, podrán. Aunque no fue así en el Nuevo José Zorrilla. Si bien lo intentaron, una vez perdieron la timidez, se encontraron con esa escasa repercusión de sus hombres de ataque, en parte también, porque Kepa se encargó de decirles que hoy no.
A punto de cumplirse la hora de partido Rodri vio puerta, pero como en otras ocasiones anteriores, a destiempo, en fuera de juego. Como el reloj averiado que dos veces al día atina, él acertó una, y para una que acertó… Fue preludio del paso adelante de la Ponfe y del enfriamiento definitivo del Pucela. Para entonces, el viento producía ruido, de forma no natural, desde la grada. Poco a poco, esta se fue impacientando con los suyos, pero los pitos de poco sirvieron.
El crecimiento de los –esta vez no– blanquiazules se hizo palpable cuando Raíllo, central por el cual Braulio mostró interés en el pasado mercado invernal, estuvo a punto de marcar en el 68′. Más tarde sería Acorán quien tendría otra oportunidad, antes de la más clara, final, también de Raíllo, ante la cual Kepa, que había tenido una actuación gris, salvó un punto que no fue mucho más claro.
Antes del final, Roger, que se reencontró con si afición, y Mojica, con un zapatazo que se perdió cerca de la base del poste, lo intentaron sin que sus tiros llevaran realmente marchamo de gol. Pero, aunque para entonces la afición se había venido un poco arriba, como queriendo guiar a los suyos a la victoria, la sensación de que el empate era inevitable y sobre todo, justo, ya era invariable.
Porque realmente la Ponferradina mereció empatar, por acción suya y omisión de los blanquivioletas, que jamás se toparon con su versión de hace dos semanas y, más bien, fueron parecidos a la cara que mostraron la semana pasada. Aunque la igualada a cero supone el cuarto envite consecutivo sin encajar, de poco vale, fue fría; un nuevo freno en las aspiraciones a ocupar puestos altos.
