Cuando el Sporting de Gijón decidió, en abril de 2025, apostar por la figura de Asier Garitano como nuevo entrenador, lo hizo con la necesidad de hallar un salvavidas a una etapa demasiado convulsa. El club atravesaba un momento delicado, asomado al abismo y con la amenaza real del descenso, por lo que su fichaje representaba esa tan típica búsqueda de orden a través de un entrenador con experiencia y capaz de rescatar un vestuario desorientado. En su presentación, el técnico vasco habló de ilusión y de trabajo, de recuperar la calma y la competitividad en un entorno marcado por la urgencia.
Esa fue la dirección de Garitano desde el inicio, imponiendo una estructura que pudiera solventar la falta de calidad en el equipo. Su receta fue la que suele ser siempre: disciplina, solidez defensiva y un mensaje de serenidad para que el calendario fuera marcando el paso. El equipo venía encajando con facilidad, necesitaba estabilidad y una base sobre la que volver a creer y en su mismo debut logró una victoria ajustada que calmó los nervios y devolvió cierta confianza a un Sporting que respiraba con dificultad.
A partir de ahí, la hoja de ruta fue la de un técnico que, sin prometer fuegos artificiales, dio resultados para alejar al equipo del hoyo. Hoy, con Garitano fuera del Sporting tras un comienzo demasiado plano y dubitativo, parece necesario hacer balance de lo que fue con Garitano un Sporting de Gijón que se salvó de sufrir de más la temporada pasada pero que, en la 25/26, no conseguía enamorar ni acercarse al reto impuesto esta temporada.
Una etapa de resistencia
Es preciso asumir que el balance de su primera etapa fue más pragmático que brillante. Asier Garitano consiguió lo que se le pidió, que era asegurar la permanencia, pues el equipo sumó los puntos suficientes para salvar la categoría tras un final de temporada sólido, cimentado en un bloque más compacto y menos expuesto. En Mareo se hablaba de orden, de una defensa más estable y de un grupo que, sin deslumbrar, había aprendido a sufrir para sumar semana a semana.

El Sporting de Gijón cerró aquel curso con un alivio enorme, y durante el verano se transmitió la sensación de que el proyecto podía encontrar continuidad con la pieza de Garitano en el banquillo, pues había cumplido su cometido y parecía lógico que se le permitiera desarrollar una propuesta más elaborada con tiempo y planificación. Sin embargo, incluso antes del arranque de la nueva temporada se empezó a desmontar esa expectativa, con rumores continuos de contactos que dieron sensación de duda.
Con él, en esta 25/26, el equipo nunca llegó a despegar aunque las sensaciones no fueran del todo malas. En ataque, la previsibilidad se convirtió en rutina. Faltaban ideas, profundidad y chispa en un Sporting que siempre aspira a discutir la zona alta. La solidez que había sido bandera en la 24/25 empezó a agrietarse y los resultados del equipo cayeron en picado. Cinco derrotas consecutivas terminaron por sentenciar a Garitano. En el club se percibía inquietud y la paciencia se agotó en la derrota ante el Castellón. El mensaje pausado del técnico, que meses atrás había servido para estabilizar, no fue capaz, esta vez, de calmar las aguas.
Ruptura y cambio de rumbo antes de visitar el José Zorrilla
La destitución se produjo de forma abrupta, apenas disputadas nueve jornadas de la temporada 25/26, pero la decisión, aunque sorprendente por la rapidez, llevaba semanas madurándose. La directiva quería un golpe de timón que generara ilusión y confianza en el entorno, y ese cambio de guion llegó con Borja Jiménez, técnico joven, ambicioso y con un discurso más ofensivo que había dejado muy buenas sensaciones en Primera y Segunda División con el Leganés.

La elección responde a una necesidad de resultados y a una cuestión de imagen. Garitano había sido el entrenador del rescate, del trabajo silencioso y de la supervivencia, pero Borja Jiménez, en cambio, representaba algo completamente distinto. En su hoja de servicios se vislumbraba la promesa de un proyecto renovado, con una mirada clave hacia al futuro (contrato hasta 2027). Un mensaje que el club quiso enviar para generar estabilidad y sensación de plan futuro, poco tiempo antes, además, de un partido siempre marcado en el calendario como el de la visita al Pucela.
El calendario quiso que su salida coincidiera dos semanas antes de una cita de peso. La visita al Real Valladolid en el José Zorrilla siempre es un marco importante para aficionados de Gijón y Valladolid. Un escenario simbólico en el que, más allá de la intensa (y polémica) victoria ante el Racing, marcará el debut de Jiménez fuera de casa y, de algún modo, puede servirle para medir su efecto en una plantilla que debería estar para más ante otro de los equipos que aspira a la zona alta.
