En un fútbol que tiende cada vez más al pragmatismo y al resultado inmediato, hay entrenadores que se empeñan en construir desde la idea. Y Míchel Sánchez, al frente del Girona FC, sigue siendo uno de esos irreductibles idealistas del balón. Su equipo no siempre consigue ganar, pero siempre propone. En esta temporada 2024/25, marcada por un calendario asfixiante y una plantilla con altibajos, el técnico madrileño ha seguido dibujando un equipo reconocible, competitivo y fiel a su estilo. Y eso, en este contexto, ya es un mérito.
A lo largo del curso, el Girona ha reforzado su identidad como conjunto un proactivo, con un estilo basado en la posesión, la movilidad y la ocupación racional de los espacios en el campo. Subidos a esa propuesta se han logrado sus mejores retos. Pero, a la vez, la situación actual les ha obligado a competir en contextos más complejos. Ahí, el equipo ha debido aprender también a ajustar su discurso a través de la propia necesidad.
Míchel ha sido más flexible que en temporadas anteriores, consciente de que el nivel de exigencia crecía jornada a jornada y que el devenir de los últimos meses exigía cambios. Si en el pasado la fe en el 4-1-4-1 parecía innegociable, este año hemos visto muchas más variaciones. De un 1-4-2-3-1 al 1-4-3-3 y al 1-3-4-3 en fases concretas. Apoyándose incluso en estructuras asimétricas que han buscado generar superioridades por dentro y por fuera en diversos momentos de sus partidos.
La identidad del Girona perdura a pesar de todo
El Girona 24/25 no ha sido el equipo revelación que sorprendió a todos hace un año. Pero sigue siendo un equipo reconocible con el que Míchel ha logrado mantener una impronta clara. Adaptarse a las exigencias del calendario y las circunstancias, a menudo demasiado duras por las lesiones que ha ido encontrando esta temporada en momentos clave, ha sido todo un reto.
Con la Champions League por medio y en una liga en la que no han sabido emular la sorpresa de hace unos meses. Un equipo que ha mejorado en pragmatismo pero que, en general, ha brillado menos. Un equipo que, en rasgos generales, tenía una plantilla más poblada que en la 23/24, pero sin los rendimientos de jugadores como Aleix, Éric García o Dobvyk.
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— Girona FC (@GironaFC) May 12, 2025
El juego como idea, no como esquema
Pocas veces el dibujo ha sido un fin en sí mismo. Lo que importa para Míchel es el comportamiento del equipo. Con balón, el Girona quiere mandar, aunque este año no siempre ha conseguido hacerlo, la salida de balón es una prioridad a la que pocas veces renuncian. A través de ella tienen mucho más peso como equipo y argumentan el paso posterior.
Jugadores clave ahí como David López o Blind han dado pausa y visión a esa base. En el paso siguiente, el apoyo de Oriol Romeu no ha conseguido ocupar con efectividad la dura baja de Aleix García y hacerse con ese rol con maestría. La salida del metrónomo de Girona sí ha provocado que ese desajuste se note. A pesar de todo, esa base mixta, con Iván Martín, Oriol Romeu y sobre todo en las últimas citas, Arthur, han sido claves para tratar de pulir ese rol.
En los costados, el equipo ha sido un vaivén, pues ha crecido en efectivos, pero con piezas que han tenido un rendimiento irregular. La llegada de Bryan Gil o Danjuma, sumado a la potencia y el desequilibrio de Asprilla o Tsygankov marcan esa amplitud necesaria que de por sí el Girona de la 23/24 conseguía en las alas, actualmente más laterales que carrileros. Hoy, a la izquierda Miguel Gutiérrez o Blind, el primero creciendo mucho por dentro, y la versatilidad de futbolistas como Arnau o Francés por derecha, han sido las claves para entender ese rol del lateral que vale para más que para subir.

Por delante, la creatividad de Yángel Herrera o el empuje de Donny van de Beek no han sido siempre suficientes para que la amenaza del gol surgiera por dentro. Esa se la han repartido nombres como los de Stuani (máximo goleador una vez más), Abel Ruiz, Portu o Miovski (más desaparecido de lo esperado), cada uno con un rol distinto que ha bebido de las necesidades del equipo en punta para aparecer o no en el once.
El Girona nunca fue un equipo que tuviera problemas para defenderse con balón, en madurar jugadas largas y en buscar la profundidad solo cuando el momento lo pedía, pero este año, especialmente tras caer en Champions League, sí ha notado como esa meta quedaba a menudo bastante lejos. La mutación en caso de necesidad y esa falta de prejuicio a la hora de variar caminos es, quizá, la mayor evolución respecto al pasado.
El problema de vivir tan arriba… y perdonar de más
Donde el equipo ha sufrido más es en campo propio, sabiendo que su personalidad en salida de balón se perdió con algunas de las bajas, la llegada de Arthur mejoró esa consistencia, pero no resolvió todos los problemas de un equipo al que no le han salido bien todas las apuestas. La presión tras pérdida sigue siendo un sello, pero cuando no ha funcionado, las transiciones defensivas han dejado demasiado herido al equipo gerundense. Con las líneas tan altas, cualquier error posicional o técnico ha sido castigado con dureza. Además, la solvencia defensiva ya no es la que era, sin piezas clave como las que tuvo la pasada temporada.
Ahí es clave entender la falta de acierto arriba, lo que condena al equipo a nivel anotador (41 goles a favor, 34 menos que la pasada campaña a estas alturas) y hace que en los repliegues sufra de más. El Girona, acostumbrado a estar más cómodo con balón, no ha sabido encontrar ese ritmo en campo rival cuando lo ha necesitado y, como consecuencia, se parte.
A pesar de todo, la solvencia de este Girona se ve más allá de su posición y de esta reciente lucha por la salvación. Aunque en global haya pesado un año tan complejo, lleno de lesiones y de apuestas poco efectivas, la realidad es que el manejo de la situación de un Míchel al frente del barco es de todo menos decepcionante.
			