El corazón de Óscar González da los tres puntos al Real Valladolid en el añadido de un encuentro en el que Las Palmas dio la cara, pero en el que pudo irse con ella partida de haber tenido los de Djukic mayor clarividencia de cara a puerta.
 – No te entiendo. Créeme, me esfuerzo en entenderte, pero no te entiendo.
 – Nadie te ha pedido siquiera que lo intentes. Que confíes es más que suficiente. Coge mi mano y déjate llevar.
Entonces ella sonrió, entrelazó sus dedos con los suyos y ambos comenzaron a andar. Por el camino alternaron risas con frustraciones. Se querían, y de hecho se quieren, pero el amor no es excusa para que de cuando en vez el sendero semeje ser sinuoso, bien para el uno o para el otro.
Cada día una canción
A él le gusta la música clásica. Ella prefiere el indie. En función de sus estados de ánimo dejan que las preferencias del otro suenen en su reproductor de música. Por estúpido que parezca, al final del trayecto consensúan una canción de las que han escuchado esa tarde como la canción del día. Amor, lo llaman.
Hace quince días, él dejó que ella decidiese, hastiado. El tema elegido era de título irrepetible. Tan largo como un domingo sin fútbol. Tan moderno como el expositor de gafas de pasta de una moderna madrileña. Tan frustrante para él como el empate que frente al Almería venían de sufrir.
Los acordes anteriores, posteriores a su anterior visita a su lugar favorito, habían sido compuestos por Carl Orff. Él se había decantado por Oh Fortuna! como canto desgarrado, como paradójica respuesta a las celebraciones de unos tipos que -no todos- hablaban en otro idioma.
Hoy probablemente no haya abatimiento ni desgana. Probablemente esta noche esa pareja dance alguna danza ritual previa a un apareamiento épico, a la par que sentido. De fondo, incluso en silencio, habrá gritos, los de una voz que se rompe; y una orquesta que recuerda a Henry Purcell mientras toca a Britten.
No es para menos, pues es el ritmo de la Guía de orquesta para jóvenes lo que mejor define lo vivido en el Nuevo José Zorrilla, en el envite dirimido entre Real Valladolid y Unión Deportiva Las Palmas. En toda su extensión, musical y futbolística.
Óscar dirige la orquesta
Empezó el encuentro sonando como fuegos de artificio, pero pronto se diluyó. Cayó en una lentitud que analizada de forma sucinta podría afirmarse impropia, pues ambos contendientes tienen más fútbol que el esgrimido durante el primer periodo. Se perdieron, sin embargo, en el sonido del viento y la percusión; en el de los trombones y los timbales.
A la vuelta de vestuarios emergió la figura de Nauzet como preludio de lo que vendría después. Recibió el cuero en el costado, se fue de su marcador y, pegado a la línea de cal, se internó y se deshizo del central. Paró el reloj de la hinchada, que gritaba “pásala”, y describió un engaño de pase a Barbosa, que terminaría abatido y con la obligación de recoger el cuero de su red.
Oboes y violines envolvieron el juego local de nuevo, con la mala suerte de que apenas doce minutos después de que los vallisoletanos se adelantasen en el marcador apareció el grancanario David García cuan fagot para romper la armonía y el suave timbre que parecía avanzar hacia una victoria pucelana.
Óscar González tuvo varias ocasiones para romper el empate, como antes de los goles y del asueto las habían tenido Javi Guerra y especialmente Álvaro Rubio, pero hasta que Alberto Bueno -sobre todo- y Mehdi Nafti insuflaron de oxígeno los pulmones del equipo la orquesta no volvió a unirse en pos de tan ansiada fuga de goles.
El ‘diez’, que no conoce otra forma de jugar al fútbol que batuta en mano, dirigió su mirada al ‘quince’, virtuoso solista del balón. El trato del cuero se volvió alegre, armónico, con el penalty a Guerra sacado del área y la roja perdonada a Barbosa como nota disonante, y es que ya se sabe que no está hecha la lira para que la toque el asno.
Y entonces llegaron los gritos
El ritmo grácil con que Óscar y Bueno hilvanaban jugada les convirtió en trileros. No en busca de un engaño, sino de un gol que provocase un grito unísino, la comunión entre altar y púlpito, elementos invertidos en el fútbol y en ocasiones, mal que pese a los prestidigitadores del esférico, incluso disociados.
No fue así cuando Guerra envió la caricia que debió ser pena máxima sobre Barbosa ni cuando Momo sacaba bajo palos un testarazo de Juanito. Para entonces hasta los más infantes habían hecho la primera comunión con Djukic y los suyos. Tan solo faltaba la confirmación, que llegó. Y cómo llegó.
Alberto Bueno lanzó un córner que nadie acertó a rematar. El rechace, como atraído por sus botas de funambulista, terminó de nuevo en él, y él de nuevo centrando. El cuero lo cabeceó Guerra hacia el primer palo, donde se encontraba Óscar González para, con el corazón -que late blanquivioleta, y que en ese momento fue el de todos-, hacer el segundo en el noventa y tres.
En la ciudad se oyó en ese instante un rugido, un grito descarnado. El gol fue de los que rompen voces, de los que hacen añicos las gargantas de quienes alzan los brazos al cielo en señal de una victoria trabajosa. Ésta pudo llegar antes, ciertamente. El azar quiso que no fuese así, y quizá fuese lo mejor. Nada como la épica en forma de orgasmo del fútbol para estrechar lazos.
 – ¿Confías ahora?
 – El camino es tortuoso, pero caminaré a tu lado
 – ¡Que suene Benjamin Britten! Dame la mano y sigamos adelante. La primera nos espera.
			