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Infieles

por Redacción
14 de octubre de 2015
en Noticias
Imagen: Rosa M. Martín

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Relato participante en el II Concurso Literario Blanquivioletras, obra de Joaquín (Perú)

 

Era un domingo ocho de marzo del 2015, Joaquín le cubrió el hombro con las sábanas y le despejó los cabellos de la frente para despedirse de ella con un beso. Eran poco más de las cuatro de la madrugada y su esposa Fabiola aún dormía profundamente. Joaquín había dormido con la misma ropa con la que saldría, de modo que cuando apagó el despertador de su velador, solo tuvo que ponerse los zapatos para salir.

Ya en días anteriores le había contado del plan que había hecho con su grupo de amigos fanáticos del Real Valladolid de reunirse en la casa de uno de ellos y partir a las cinco hacia Sevilla en la camioneta de uno de ellos, a ver el partido que tenían al mediodía contra Real Betis por la jornada 28 de la Segunda División del Fútbol Español. El Pucela venía de golear como local 3-0 al Sporting de Gijón la semana anterior y se afianzaba como uno de los favoritos para ascender a Primera, hecho que ilusionaba a sus aficionados y les motivaba a hacer semejantes viajes por ir a alentar a su equipo al estadio.

La distancia entre Valladolid y Sevilla es de casi seiscientos kilómetros, por lo que correctamente calcularon que el viaje en auto les tomaría unas seis horas por la carretera A-66. Dado lo temprano que habían salido, los tres compañeros que iban en el asiento trasero se fueron cabeceando la mayor parte del camino, pero Joaquín iba de copiloto y consideró un riesgo quedarse también dormido por temor de contagiarle el sueño a quien iba manejando, por lo que prefirió mantenerse despierto y conversando con el conductor. Le contaba de lo comprensiva que era su esposa Fabiola con su fanatismo por el Pucela, que siempre le daba permiso para ir a apoyar a su equipo, incluso ahora que no iban a jugar de locales y que le tomaría todo el día ir y regresar de verlos jugar.

Llegaron temprano al Benito Villamarín de Sevilla, por lo que pudieron comprar las mejores ubicaciones en la sección del estadio designada para los aficionados del Real Valladolid. La mañana soleada y despejada recordaba a los presentes el comienzo de la primavera. Joaquín y sus amigos veían calentar y estirar a sus jugadores mientras comían una merienda, pues habían salido en ayunas. El tiempo pasó rápido antes del pitazo inicial del árbitro, quien al segundo minuto de juego mostró su primera cartulina amarilla al volante N’Diaye del Betis. Sin embargo, la alegría de la visita duró poco cuando al término del primer cuarto de hora el árbitro decide emparejar las cosas amonestando también al defensa pucelano Rueda.

Lo que es peor, el Real Valladolid se va al entretiempo con el marcador en contra luego de que el delantero Molina del Betis anotara al minuto 36′ con asistencia de su compañero Castro, quien a los siete minutos del segundo tiempo metería su propio gol gracias a un pase del volante Portillo. Joaquín y sus amigos se llevaban los pelos hacia atrás mientras sujetaban sus cabezas con sus manos: Tan temprano que se habían levantado y tanto que habían viajado por ir a ver perder inexorablemente al equipo de sus amores. El marcador en contra ciertamente exigía al director técnico Rubi realizar modificaciones, pero sacar a su capitán Rubio fue quizás un desacierto, al menos en comparación con el cambio de delantero a los 70′, con De Melo entrando en reemplazo de Pereira, quien venía haciendo un partido en verdad discreto.

Apenas pasó un minuto cuando el defensa Chica se hace expulsar por una segunda amonestación, dejando a su equipo con un hombre menos cuando aún restaban veinte por jugarse. El Real Betis aprovechó la ventaja numérica para liquidar el partido, consiguiendo que les cobren una falta dentro del área rival para que Castro anote de penal el segundo de su cuenta personal. Joaquín y sus amigos vieron el remate desde los doce pasos sentados en sus butacas resignados, con los codos apoyados sobre sus muslos, con una mano cubriendo la otra hecha un puño, y sus mentones apoyados sobre estas.

Al ver a los jugadores del Betis celebrar el tercer tanto, uno de los amigos de Joaquín les dijo a los demás para levantarse e irse, que era un martirio ver perder a su equipo por un marcador tan abultado y jugando éste tan mal además. Joaquín le replicó inicialmente que no debían ser infieles yéndose antes de que termine el partido, sino que debían permanecer alentando hasta que termine, como buenos fanáticos. Sin embargo, ni bien terminó de decir esto, y apenas un minuto después de haber marcado de penalti, Castro anota su triplete, el “hat-trick”, confirmando lo que sería el mejor día de su carrera profesional.

Joaquín y sus amigos no estuvieron atentos a la jugada del último gol, pues todavía se encontraban discutiendo si debían quedarse hasta que el partido concluya o no. Pero la llegada del cuarto gol puso fin a esa conversación, pues Joaquín dejó de oponerse y, en silencio, los cinco amigos se levantaron de sus butacas y caminaron hacia las escaleras más cercanas que les llevaran a la salida del Benito Villamarín hacia la playa de estacionamiento donde se encontraba la camioneta con la que emprender el viaje de regreso.

El camino de vuelta se hizo más largo y tortuoso que el de ida, a pesar de que regresaron por la misma carretera A-66 por donde habían venido, pero ésta se veía ahora más lúgubre y triste para los cinco viajeros, quienes tuvieron seis horas para arrepentirse y sentirse avergonzado de haberle sido infieles al equipo de sus amores, abandonándolo a su suerte en su momento de mayor necesidad. El cielo rojizo propio del atardecer y el sol que se iba ocultando en el bosque distante les restregaban la metáfora de soldados que dejan a un compañero caído en pleno campo de batalla.

Cuando arribaron a la casa del amigo dueño del vehículo, donde se habían reunido antes del alba, todos se despidieron muy escuetamente y se alejaron caminando por rumbos distintos, cabizbajos. Joaquín se encontraba ensimismado en su tristeza que no se percató de los ruidos que venían de su dormitorio hasta que se detuvo en el marco de la puerta del mismo, para ver a su querida esposa Fabiola envuelta entre las sábanas con otro hombre, imagen que se le quedaría grabada en su memoria para siempre, éste sería de lejos el peor día de toda su vida, pensó.

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