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Juan Villar hace un doblete y mueve las aguas

por Jesús Domínguez
20 de diciembre de 2015
Alfaro y Juan Villar || Foto: LFP

Alfaro y Juan Villar || Foto: LFP

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El Real Valladolid golea al Tenerife en otra tarde de dulce para ‘El Duende de Aroche’, que marcó tres goles, dos de ellos legales

 

Juan Villar
Juan Villar

12.811; la mejor entrada del año. Quizá no fue para tanto, pensarán algunos, seguramente con bastante razón. Que más se perdieron los que no acudieron es incontestable.

El Real Valladolid ganó por cuatro a uno al Tenerife en el partido más cómodo del curso. Y lo hizo gracias a su duende, ‘El Duende de Aroche’. En otra exhibición, Juan Villar guió a los blanquivioletas al segundo triunfo consecutivo, con dos goles válidos y uno que no lo fue.

Su idilio con Zorrilla empieza a ser como el del diestro al que veneran por encima de todos en una plaza, y que comulga con ella como si no hubiera otra más. Por números, pero también, y sobre todo, por torería.

Entendiendo esta por pasión y por entrega en pos del espectáculo, convendrá el lector que no hay otro a día de hoy de blanco y púrpura que ponga más; con más arrestos. Por eso la grada le jaleó cuando marcó el tercero. Por la perfección de su estocada, que mató a un rival bravo, que amenazó con levantarse. Porque puede ser su nuevo ídolo.

Todo empezó con media grada de prestado –bendito préstamo, viendo lo que hay– y con un tempranero gol bien anulado. Fue como el pase de recibo por chicuelinas, la primera sonrisa que esboza uno cuando sabe que “aquí va a pasar algo”. Y pasó. Vaya si pasó.

Sin que hubiera tiempo para digerir que ese primer gol no valió, hubo hombre al suelo, y expulsión de Alberto, central tinerfeño. Marcaría esto el devenir del partido, por el desequilibrio numérico y porque Óscar González marcó el primero desde los once metros.

Tres minutos después, en el veintiséis, André Leão sirvió un balón magistral a Villar para que marcara el segundo, el suyo –primero válido– y el de los de Portugal. Con tanto tiempo por jugar, solo quedaba pensar que lo que restaba sería cómodo; que por primera vez solo habría goce y disfrute. Y sí pero no.

Hubo cierta relajación defensiva en los locales con viento a favor. Y esto lo aprovechó ‘Choco’ Lozano, un delantero fuerte y aguerrido, que si bien era un islote, era capaz de poner en el brete a la zaga blanquivioleta cada vez que respiraba cerca del cuero. En honor a la verdad, tampoco es que lo hiciera mucho, pero…

Pese al gol canario, el Real Valladolid no se inquietó en exceso, siguió manejando el cuero con pausa hasta la línea de tres cuartos. Y allí intentaba volar, a veces precipitado, normalmente guiado por Álvaro Rubio. Buscaba un tercer tanto antes del descanso que quitara a la afición esa sensación de que otra vez podría acabar la cosa en sufrimiento, pero no lo encontró. Lo intentó Alfaro, pero Cámara sacó bajo palos su vaselina.

Las peores sospechas se confirmaron en la reanudación, aunque no los peores presagios. Los vallisoletanos mostraron cierta pesadumbre, mientras que el Tenerife intentaba responder atacando a los espacios que quedaban entre los centrales y las espaldas de los laterales, donde ni aparecían estos ni los mediocentros en cobertura.

La quietud de los atacantes en labores más ‘sucias’ llevó la inquietud a la grada, creciente cerca de la hora de partido, cuando Kepa tuvo que salvar el empate en un disparo de Suso. Fue el punto de inflexión, como un cambio de tercio. Como si todo lo anterior no valiera, y lo de Juan Villar fuera la verdadera faena.

Entonces, ‘El Duende de Aroche’ volvió a crecer. Cazó el rechazo de Diego Rubio, voluntarioso e hiperactivo en el rato que jugó, y anotó el tercero. Pero, por encima de este hecho, destacó la sensación dada. Cuando por megafonía se anunció al goleador, se produjo una catarsis que recordó a la producida cada vez que marcaba Guerra.

La afición –los fieles y los de prestado– gritó el apellido representando la danza de zombies a la que hace referencia la canción que suena de fondo. Fue como cuando en la plaza a ‘El Juli’ o Morante le gritan “torero, torero”. Un festejo que hace tiempo era necesario en Zorrilla, un alivio, en tanto en cuanto era la estocada definitiva.

Guzmán || Foto: LFP
Guzmán || Foto: LFP

Lo que siguió fue una fiesta, un tanto descafeinada porque no había siquiera tres cuartos de entrada. Como si a Morante o ‘El Juli’ le siguiera el Daniel Luque de turno, un segundo espada ruidoso, a la sazón, Guzmán Casaseca. Ante el nuevo error de Diego Rubio con la espada, apareció el pacense para marcar el cuarto.

El Nuevo José Zorrilla hizo una ola que fue más bien marejadilla, por la incomparecencia de parte del agua. Pero no hablemos de los ausentes. Aunque el gol de Guzmán fue el destape, hay que apuntar un gran porcentaje del éxito a Villar, que está de dulce y es quien mueve las aguas.

El andaluz es el remo que mueve la barca hacia un lugar más tranquilo. Representa una mejoría lenta pero segura, confirmada con este triunfo, el segundo seguido por primera vez en el curso. Con el arte del extremo que apura la línea y que sabe adentrarse en el área y la pasión del torero, ha encarnado el despertar de un equipo que, no obstante, agradece el final de 2015 y abraza el 2016 como año en el que no cabe más que mejorar.

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