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por Redacción
14 de octubre de 2015
en Noticias
Imagen: Rosa M. Martín

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Relato que obtuvo una mención especial en el II Concurso Literario Blanquivioletras, obra de Carlos Pérez Gutiérrez (Valladolid)

 

Quique no sabía donde estaban sus compañeros. Se había quedado rezagado en el túnel de vestuarios después de hacerse la foto con sus compañeros en el césped de Zorrilla. De todas las excursiones del colegio esa era la que más le había llamado la atención. El día en que nació su padre le había abonado y aunque no era consciente de su primer partido en Zorrilla, ya eran muchos los recuerdos que guardaba en ese estadio. Así que cuando acabaron de hacerse la foto de grupo, Quique, desobedeciendo a los profesores, se salió del grupo y corrió hacia la portería del Fondo Norte, simulando una contra que acababa en gol. Y luego el éxtasis celebrando el gol en la Tribuna Este donde se pone con su padre. Acababa de marcar el gol imaginario del ascenso y sacó las pistolas imitando a Roger Martí.

Cuando se quiso dar cuenta estaba solo en el césped y caminó con calma hacia el túnel de vestuarios en busca de sus compañeros. Corría el minuto noventa y el míster le cambiaba para perder tiempo, así no tenía mucha prisa en abandonar el campo. Tardó tanto que el árbitro le sacó una tarjeta amarilla ante el bullicio nervioso de un público que se dividía entre la celebración del ascenso y la petición de hora.

Solo llegó a escuchar el lejano sonido del autocar. Se asustó un poco y comenzó a chillar pidiendo ayuda. De una de las puertas, no tardó mucho en salir un hombre en chandal de aspecto aniñado. Se acercó que Quique al que ya le empezaban a brillar los ojos. Y no era por la emoción del gol y del ascenso. Pero se aguantó el llanto como un campeón y contó que se había perdido y que sus compañeros se habían ido.

Aquel simpático empleado, que luego averiguaría que era uno de los ayudantes de Rubi, se llevó al niño a su despacho y descolgó un teléfono para llamar a la zona noble. Contó en pocas palabras lo ocurrido y pidió que llamasen al encargado del grupo para que volviesen a recoger a Quique. Después de escuchar unas palabras de su interlocutor, asintió con la cabeza y colgó. Cogió al niño de la mano y lo subió a las oficinas mientras le explicaba con tono tranquilizador que habían llamado a su profesor y que en seguida volverían a buscarle.

Cuando llegaron a las oficinas el niño curioseaba y se fijó en una sala llena de trofeos. Jesús, que así se llamaba el empleado, le enseño al niño los trofeos haciendo hincapié en la Copa de la Liga que ocupaba un lugar preferente de la sala. Acostumbrado a ver perder a su equipo, Quique no comprendía cómo podía haber tantos trofeos en esa sala. Tendría que hablar con su padre cuando llegase a casa.

Jesús dejó al niño con dos chicas que sonrientes le explicaron que ya habían hablado con su profesor y que en un rato volverían a por él. Ellas volvieron a su conversación mientras Jesús abandonaba las oficinas de vuelta a su pequeño despacho escaleras abajo. Bajaba cabeceando mientras pensaba en la bronca que le iba a caer al crío, cuando de repente se volvió y entró de nuevo a las oficinas.
-Cuando vengan a por el crío, les mandáis abajo –gritó–.
Volvió a coger a Quique de la mano y volvieron escaleras abajo
-Vas a tener más suerte que tus compañeros –le dijo entre risas–.

Cuando llegaron abajo, muchas caras conocidas salían de un vestuario. Iban bromeando y se sorprendió al ver a David Timor llorando de risa mientras escuchaba a Alfaro contarle un chiste. Mojica salía cantando una canción con un ritmo extraño y Javi Varas y Oscar salían conversando seriamente con una complicidad que un niño de diez años no era captar de captar. Así uno a uno fueron abandonando el vestuario y Quique miraba con unos ojos tan abiertos que Felix Rodríguez de la Fuente le habría incluido en un documental sobre las lechuzas.
-MÍSTER –grito Jesús–.
Rubi se volvió sorprendido. Iba leyendo unos papeles que bien podrían ser los ejercicios de la sesión matinal y preguntó con la mirada a Jesús que ocurría. La cara del mister era un poema mientras veía a su ayudante acercarse con un niño de la mano.
-Espera un momento, Quique –dijo mientras se acercaba al entrenador–.
Charlaron durante treinta segundos, que a Quique se le hicieron mas largos que la prolongación el día del ascenso contra el Alcorcón.
-Quique, acércate, dijo Rubi de forma cariñosa. ¿Quieres entrenar con nosotros mientras vienen a buscarte?
La cara se le iluminó y con un balbuceo que no llegó a escuchar el cuello de su uniforme dijo que sí. De no haber sido por el movimiento de asentimiento de su cabeza, se lo habrían tenido que volver a repetir.

Saltaron los tres juntos al campo en último lugar. Todos hicieron un circulo en el centro del campo mirando al sorprendido niño que acompañaba al míster.
-Hoy tendremos un fichaje –dijo Rubi sonriendo–. Os presento a Quique.
-Hola, Quique –dijeron casi al unísono demostrando que eran un equipo-.
Quique, perdiendo el miedo dijo un hola ya perceptible a dos metros. Y chocó la palma que Javi Chica le ofrecía a su lado. Tomó la palabra el entrenador y dijo a sus jugadores:
-Mirad la ilusión de este niño. Recordad cuando vosotros teníais su edad e intentad rememorar lo que sentíais ante un partido de fútbol. Entonces solo estaban pendientes vuestros padres y abuelos. Mañana empezamos una promoción de ascenso de la que está pendiente toda la ciudad, continuó hablando cada vez en voz más alta. El fútbol para una parte de los protagonistas es un negocio. Es vuestro trabajo, los clubes son sociedades anónimas, las plataformas televisivas sólo miran por sus intereses y un patrocinador tiene más poder que . MIRAD A ESTE CHAVAL –gritó Rubi–. Este chico no cambiará de equipo aunque le ofrezcan más dinero. Aunque sólo vengan diez mil cada domingo, toda la ciudad está pendiente de vosotros. Pensad en lo chicos como Quique. Mirad la cara de felicidad que tiene por estar aquí con vosotros. Hacedlo por él. Por ellos. Y no penséis en vosotros –Rubi acabó su charla peinando el pelo a Quique de forma cariñosa. Todos guardaron silencio, pero un silencio de afirmación–.

“¡Vamos, Quique, hazte una foto con nosotros!”, gritó Álvaro Rubio. “Este ascenso será tuyo. Te prometo que iré a buscarte yo mismo el día de la fiesta y vendrás con nosotros en el autobús”. Todos formaron para hacerse la foto. Podría escribirse un tratado de psicología estudiando las caras de todos los protagonistas de esa foto. En ese momento volvieron a buscar a Quique. Este se despidió de toda la plantilla con un hasta pronto. Y así empezó todo. La foto de la plantilla del ascenso solo la tiene una persona en la ciudad. Esa foto cuelga de la pared de la habitación de Quique.

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