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La palmera y un carbón a medias

por Jesús Domínguez
5 de enero de 2014
en Noticias
Javi Guerra || Foto: LFP

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El Real Valladolid y el Real Betis Balompié empatan en un triste partido en el que el miedo a perder impidió a los dos ser merecedores de los tres puntos

 

Omar Ramos
Omar Ramos

Dicen los padres a sus hijos que los Reyes Magos lo ven todo. Que han de portarse bien si quieren que cumplan con su lista de deseos, o al menos una parte, ya que también a Oriente ha llegado la desaceleración económica que golpea este lado del mundo, más consumista y menos fantástico.

Y entonces los niños optan por convertirse, en los días previos a la llegada de sus majestades, posteriores a la redacción de su carta, en ser un remanso de paz allí donde, por norma, suelen ser una amenaza de Tercera Guerra Mundial. Incluso cuando sus progenitores les advierten que los tres monarcas saben qué han hecho durante el año, si han aprobado o suspendido, si le han escondido la dentadura postiza a la abuela o si se han pegado con ese primo pequeño que les resulta tan pesado.

Los más timoratos, detienen sus hostilidades y pasan a ser muebles o una suerte de mascota cariñosa. Los más traviesos, en cambio, optan por la confabulación y negar que han sido ellos, echándole la culpa al perro de los males. Como si Melchor, Gaspar y Baltasar no fueran como Obama, que sabe antes que nadie el once de Ancelotti y las ofertas de El Mundo en Orbyt.

Otros niños son, de por sí, mansos. No tienen que fingir bondad, porque les es inherente. Y si no, que pregunten a Juan Ignacio y Garrido por sus chicos, que de bonachones que son reciben más cornadas que el hambre, que diría aquel. Y ni siquiera entonces se rebelan. Y así les va, que el resto de niños les han tomado por el pito del sereno y son Real Valladolid y Real Betis Balompié dos de los infantes más maltratados de la clase.

Es, cada partido de fútbol, una suerte de pelea en el patio de colegio, en ese rincón al que no suele acercarse el profesor que vela porque nadie se gane carbón, o una de esos encuentros que tienen lugar a la salida, en los que uno demuestra como espectador que, lo de comer ensalada, como que no, pero lo del corro de la patata lo tiene bien interiorizado; tanto que no deja salir de dentro a uno de los contendientes a menos que un adulto disuelva la concentración o haya lágrimas, en cuyo caso el llorón se ganará para siempre tal apelativo y, su agresor, será al día siguiente uno de los jefes de la manada.

Fue, el partido entre Betis y Valladolid, algo así como un enfrentamiento urdido por los bromistas de la clase, que sabían que el matón de turno se iba a almorzar en un periquete a ese chico de gafas que, según él, le había mirado mal con la lente izquierda, y que el profesor de religión les deja salir antes, lo que permite organizar una velada antes de irse a comer y contar a sus madres que fíjate qué buenos son ellos y qué malos los demás, que se pegan al salir del cole.

Aunque el apelativo choque, sí, fueron los bromistas quienes provocaron que se tuvieran que ver las caras blanquivioletas y verdiblancos. Ellos, que son de los que en clase ni respiran por no molestar, y en casa estudian por no jugar, no se habrían ni mirado a la cara de no ser por el fuego cruzado; esto es, porque sus compañeros les pasaron notas de dudosa caligrafía falsa en la que se leía bien claro “nos vemos a la salida”.

Y en efecto, se vieron. Se miraron con más miedo que vergüenza, por encima de unas gafas que no usan, porque saben que es mejor achinar los ojos que ganarse la enemistad del bruto. Y, como no eran duchos en el arte de la guerra, no supieron que hacer. Algunos contaron después que el silencio lo rompió un “vaya mierda”, porque se aguantaron la mirada tan poco que ni siquiera pudo haber un “uh” que llama a arrebato.

Otros, con hermanos mayores, en esa edad que parece ser más proclive a que de pavo te salgan alas que de adulto te salga bello, se chulearon diciendo que el silencio lo rompieron ellos, invitándoles a bailar, que su cuerpo se mueve como una palmera, suave, suave, su, su, suave, en señal de mofa, como les fue enseñado; algo que no pasó, pero que hubiera quedado bien en aquel quítame de allá este esférico, que me estorba.

Javi Guerra
Javi Guerra

El Valladolid, que un día vio dos minutos de pressing catch en televisión mientras papá hacía zapping, alzó los puños sin mucho convencimiento, amenazante. El Betis, a quien mamá decía que si se encontraba con un matón debía correr, empezó a moverse a su alrededor, dando pequeños pasos, casi imperceptibles, a la vez que buscaba una salida. Y como veía que no, a veces gruñía y echaba el cuerpo hacia adelante, como su gata cuando se siente acosada.

Así pasó el tiempo hasta que sonó el timbre y el malo disolvió el conato, al grito de “circulen, que aquí no hay nada que ver”, que llevaba intrínseco un “ya les daré yo ahora espectáculo”. Y todos los niños se fueron a casa con una sensación de sinsabor y decepción que, de no ser porque saben que no todos se ‘pegan’ igual, les haría perder el gusto a la salida del colegio.

Salvo dos, que se fueron cariacontecidos, pensando en la gracieta de verse envueltos en una disputa de pega, en la que ni caricias recibieron, con lo bien que funciona el llorar o haber sido atacado cuando uno quiere que le regalen algo. Iban también farfullando, culpando a aquella dichosa nota de haberse ganado carbón, porque los Reyes Magos lo ven todo y seguro que han visto sus brotes violentos.

El consuelo –es de suponer– llegará en la mañana de Reyes, cuando se levanten a orinar porque han bebido mucho la noche anterior, a sabiendas de que el pis será su despertador, y vean que solo tienen la mitad del carbón. Consuelo o desconcierto, porque quizá no imaginen que la otra mitad la tiene un compañero.

O más bien lástima, si entienden el enfrentamiento como lo que en realidad fue, un duelo de necesitados en el que el premio se lo llevaba el matón y el carbón el temeroso, algo que el miedo impidió ver a unos y otros. En cuyo caso les embargará la pena, por haberse motivo suaves, suaves, su, su, suaves y no haber golpeado; pues comprenderán que, en el fútbol, vale más ser matón y llevarse tres puntos que palmera y ganarse carbón, siquiera a medias.

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