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La suerte del campeón

por Rebeca Díez
10 de julio de 2014
Julio || Foto: Rebeca Díez

Julio || Foto: Rebeca Díez

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El guardameta del Real Valladolid Promesas se prepara en cada partido su particular ritual para atraer a una fortuna que, durante doce años, ha buscado vestido de blanquivioleta

 

Julio || Foto: Blanquivioletas
Julio || Foto: Blanquivioletas

Como cualquier actividad en la que el éxito se deba, en alguna proporción, a tener algo de suerte, el fútbol no se libra de las supersticiones. Siempre han estado a la orden del día. Del día a día de los futbolistas que siguen a pies juntillas algunos rituales para llamar a la suerte antes del encuentro que van a disputar, como evitar ciertos colores o besar una medalla.

“La verdad es que sí, soy bastante supersticioso”, reconoce Julio, quien ha tenido la suerte –buscada con ahínco, y merecida– de renovar su unión al Real Valladolid durante dos cursos más, que sumará a los doce que ya lleva en las categorías inferiores del club. El trece, lejos de atraer al mal fario, ha traído buena suerte, ya que hará, por primera vez, la pretemporada con el primer equipo.

Entrar al césped con el pie derecho y santiguarse antes del pitido inicial son gestos que hemos asumido como naturales cuando, en el fondo, no son más que cábalas que buscan llamar a la fortuna. El meta vallisoletano acostumbra a jugar con la muñeca izquierda vendada. No se trata de una lesión, sino una cábala que nació cuando decidió que entraría a formar parte de su particular rito.

Cuando en el vestuario los jugadores comparten sus últimas sensaciones antes del partido, Julio ya se encuentra en el terreno de juego. “Al salir, doy un pequeño salto y entro con el pie derecho”, explica Julio. En Los Anexos al Nuevo José Zorrilla, en cada entrenamiento, se le ve a lo lejos. “Caliento en la parte del fondo de Los Anexos, en el córner, a la izquierda de la portería”, añade el cancerbero. De nuevo, a la izquierda. Para que las cosas salgan a derechas.

Y, cuando los veintidós elegidos están sobre el césped, la portería se convierte en su aliada. “Toco un palo, toco el larguero y toco el otro palo. Toco el suelo, me santiguo y doy una palma”, detalla. La palmada que indica, como aquellos fuegos que inician la traca final, que lo mejor está aún por llegar.

Cuando el árbitro está a punto de llevarse el silbato a la boca, se coloca sobre la línea y empieza “a motivarse él solo”. En su concentración y rito, cuando el silbato suena, da un sprint hacia adelante. El mismo que le lleva cada día a tratar de superarse. Aunque, con todo, hay algo que no teme: al amarillo. Paradójicamente, vestido así paró el penalti del ascenso. Porque la suerte también se busca.

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