El Real Valladolid se impone al Villarreal B en un encuentro más trabajado que sufrido gracias a los dos goles de Manucho en su estreno como titular esta campaña.

La suya es la triste historia de un piloto que tardó en volar. La historia de un aviador a quien un tal Sir Alex Ferguson decidió firmar un contrato de aprendiz después de varias prácticas en las que creyó verle condiciones.
Pasado algo más de un año, el escocés permitió que aquel angoleño que quería ser oficial de vuelo intentase ganarse los galones en otras plazas.
No tuvo paciencia, o bien vio que se había equivocado -él, como ser humano, también lo hace-, que aquel punta que tanto apuntaba no disparaba todo lo bien que un club del calibre del Manchester United precisa.
Creyó que, por envidiable que fuese su físico, el savoir faire de aquel africano a quien había dado la alternativa nada menos que Ryan Giggs no triunfaría en un equipo donde el hambre y los ojos ensangrentados apremian un día sí y al otro también.
Manucho quiso convertir su boca en buzón. O convirtió en tal la propia, vaya usted a saber. El caso es que, después de jugar en Panathinaikos y Hull, el chico aterrizó en Valladolid con un traductor debajo del brazo. Del exceso de ambición del uno o de la incompetencia del otro nació la leyenda de los cuarenta goles, un sambenito del que aún hoy no se ha deshecho.
Tampoco en la ciudad del Pisuerga logró cuajar. Sus excesos y los de quienes le rodearon, su rendimiento escaso y el esfuerzo económico que el club realizó para hacerse con sus servicios puso en tela de juicio su participación hasta el punto de salir la pasada temporada a dos conjuntos turcos distintos.
Volvió a la antigua Pincia en verano, de forma obligada y circunstancial. No encontró acomodo y empezó la temporada al margen, con un pie fuera y uno dentro. Se cuestionó incluso que se le otorgase una ficha en lugar de dársela a Matabuena. Trabajó y trabajo, et voilá!, cuando nadie contaba con él, apareció.
Resurgió -e hizo resurgir al equipo- cuan ave fénix el día en que el Numancia rindió visita al José Zorrilla. Esta tarde, ante el filial del Villarreal, en su reestreno como titular, fue más referencia de lo que hasta la fecha habían sido Alberto Bueno, Dani Aquino y Javi Guerra.
Sus características, diferentes a las de los tres hombres que habían actuado anteriormente como delanteros, obligaron a Miroslav Djukic a introducir un par de matices en su filosofía de juego. Pasó el Real Valladolid del habitual ‘toco y manoseo’ al ‘acaricio y centro’, algo que Javi Guerra había reclamado hace semanas.
La entrada definitiva de Carlos Peña y Nauzet Alemán en el once blanquivioleta propicia que los soldados del almirante serbio muestren una mayor profundidad de la hasta ahora conocida por el equipo. Ciertamente, se sigue buscando a Víctor Pérez ‘El Mago’ Óscar en posiciones centrales, pero con el salmantino, el canario, Balenziaga y Sisi, la amplitud y la profundidad son, sino las que deben ser, casi.
No había ni tan siquiera transcurrido un cuarto de hora cuando Manucho, el piloto que tardó en volar, remató a la red un servicio puesto por Nauzet desde el banderín de córner. Ni fue el tanto su primera aparición ni la ocasión que le sucedió la segunda. Para entonces había ya demostrado que sí, que podía ser su día.
El Villarreal B había aparecido en el encuentro respondón cuan adolescente, pero respondió ante la colleja amilanándose, temeroso del potencial y las ganas del angoleño, de Sisi, de Óscar y Nauzet. Conocedor de sus limitaciones y habituales errores defensivos, el filial amarillo dio un paso atrás y buscó achicar unos espacios que existen en su zaga más que en ninguna -son el equipo más goleado de la categoría-.

Manucho siguió a sus cosas, bajando del cielo de Pucela todo aquello que volase con la intención de alojarlo en la jaula defendida por Mariño. En ella no pudo anotar Nauzet Alemán al filo del descanso, en una de las más claras ocasiones del primer periodo para los locales.
Enfrente Jaime no fue más que un mero espectador, pues aunque el mini-submarino parecía empeñado en intentar esconder el balón a sus compañeros, fue incapaz de hacerlo con acierto y de aproximarse con peligro a las inmediaciones de su meta, claro síntoma de lo mucho que echaban de menos a Joselu, pichichi de la categoría.
El modisto que cortó el patrón de la segunda mitad copió al que hiló la primera. El Real Valladolid lo intentaba, pero seguía sin cerrar el encuentro -dolencia que comienza a revestir una cierta gravedad-, algo que no buscó tampoco con demasiado ahínco. Lo encontró, en cualquier caso, gracias al aviador de triste historia.
A falta de un cuarto de hora para el final, el angoleño al que Ferguson primero firmó y luego descartó se encontró dentro del área con un balón servido por Carlos Peña desde el costado izquierdo. Con el pie siniestro, anotó, desplegó las alas y voló feliz, recordando en el despegue al delantero que fue en su primera etapa como blanquivioleta, y que sin embargo ya no es.
El dos a cero llevaba la justicia y la tranquilidad a marcador y grada. Esta última se disiparía cuando, a falta de unos diez minutos para el final, Diego Mariño se llevaba por delante a Sisi cuando éste galopaba en busca del tercero. Con la barbilla ensangrentada por el golpetazo, el pequeño extremo salió del césped agasajado por una grada que terminaría el partido inquieta.
Así sería por el susto y la tensión -o la falta de ella- que mostró el equipo en el tiempo restante, permitiendo al Villarreal B aproximarse a las inmediaciones del área primero y en el marcador después, cuando una cesión de Rueda con el pecho terminó alojándose en la meta de Jaime.
El gol provocó en la grada un ‘ay’, que no duraría más de sesenta segundos y no iría a más, pues el trencilla no tardaría más de un minuto en pitar el final y permitir al conjunto que dirige Miroslav Djukic ser el mejor equipo local de la segunda división y dormir en puestos de ascenso directo a la máxima categoría.
			