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Arthur Brand, detective: “El robo del Louvre es igual a Ocean’s Eleven”

por Miguel R. R.
28 de octubre de 2025
El robo del Louvre es igual a Ocean's Eleven

El robo del Louvre es igual a Ocean's Eleven

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El Louvre vuelve a copar todos los titulares, pero esta vez no es por una nueva exposición ni por un récord de visitantes. No, qué va. Esta vez el protagonista es un ladrón que decidió hacer su propio homenaje a Ocean’s Eleven, pero en versión parisina. A plena luz del día, entre turistas, cámaras y vigilantes con cara de llevar regular lo de madrugar un lunes, alguien logró entrar y salir de uno de los museos más vigilados del planeta con varias piezas bajo el brazo. Si no fuera real, sería perfecto para un guión de Netflix.

Y lo cierto es que este asalto ha reabierto un viejo debate: ¿de verdad están seguros los grandes museos? Según Arthur Brand, detective de arte y especialista en recuperar obras robadas, lo tiene claro: “es más fácil robar en un museo que en una joyería”. Y no, no lo dice por provocar ni por generar titulares sencillos, sino por experiencia. Según él, los museos están llenos de cámaras y sensores, pero también de rutinas, confianza ciega en la tecnología y, sobre todo, de gente que nunca espera que algo así pase en un lugar tan profundamente vigilado.

El robo del Louvre, digno de película

El propio detective explica que los ladrones no suelen improvisar y van una y otra vez al museo para mezclarse con los visitantes, tomar nota de los turnos, de los ángulos muertos y hasta del tipo de candado que usan las vitrinas para poder prepararlo todo a conciencia. De hecho, sus planes no se llevan tanto con el cine. Eso sí, sin banda sonora.

La gran diferencia es que, mientras las joyerías tienen guardias armados y empleados que saben qué hacer si alguien levanta la voz o genera desconfianza, en los museos lo más parecido a una alarma suele ser un visitante tosiendo cerca de un cuadro, pues todo el mundo da por hecho que es imposible robar en un museo.

Y, en el fondo, tiene razón. En realidad un museo no deja de ser una paradoja monumental, pues es un templo del arte y, al mismo tiempo, un paraíso para los ladrones pacientes que saben examinar sus opciones. A diferencia de los diamantes, las obras no se pueden esconder fácilmente, pero su valor simbólico y económico es tan alto que sigue mereciendo la pena correr el riesgo. Por ello, Brand advierte que los museos viven con una falsa sensación de seguridad y confían en que la fama y la constante atención en las obras que acogen los protege de casi todo, cuando precisamente es esa fama la que los convierte en un trofeo aún más codiciado.

Algo no tan sorprendente

El detective insiste en algo que parece obvio, pero que a veces no parece serlo y es que la seguridad en realidad no depende solo de cámaras y sensores, sino de personas preparadas para actuar si algo no va como debe. Muchos de los empleados de los museos saben contar de pé a pá la historia de una obra, pero no saben qué hacer si alguien intenta llevárselo. En las joyerías, en cambio, cada movimiento está calculado, mientras que en los museos el protocolo a veces consiste en llamar a un supervisor que está en el descanso y que no tiene un tiempo de reacción realista para parar ninguna agresión o robo.

La lección que deja este nuevo episodio sorprendente es tan sencilla como inquietante: el arte no está a salvo ni siquiera en los lugares donde debería estarlo. Los museos son guardianes de la belleza, pero también muestran una vulnerabilidad muy humana. Mientras existan piezas únicas, existirán quienes quieran apropiarse de ellas, ya sea por dinero, por ego o por la pura adrenalina de lograr lo que parece (casi) imposible.

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