Andreu Fontás, Rafinha y Nolito dan un toque azulgrana al estimulante Celta de Luis Enrique con un pasado común, los tres estuvieron a sus órdenes en el Barça B.

Cuando el Real Club Celta de Vigo se deshizo del Abel Resino, que había logrado la permanencia que Paco Herrera parecía no estar dispuesto a conseguir, flotó en el ambiente una razón, que no era el técnico adecuado para seguir aprovechando el vivero de A Madroa donde se encuentran, cercanos, el zoo de la provincia de Pontevedra y las instalaciones en las que crecen canteranos como en ningún otro lugar en Galicia.
Ducho en otras artes, acertado como por arte de magia, el exentrenador del Real Valladolid pareció el adecuado para tiempos de crisis. Una vez superada, por algún extraño motivo, su ideario no acaba de echar raíces ni tan siquiera cuando tiene éxito.
En esta ocasión, debido a que quería reforzar el equipo más de lo que en Vigo creían debido; pretendía un giro que daría, a propósito o no, la espalda a las fructíferas categorías inferiores del club.
Llegados a este punto, en el que la prioridad era alguien acostumbrado a la pesca en la ría, y no en el Gran Sol, como anteriormente habían sido Eusebio o el ya citado Paco Herrera, surgió un nombre, el de Luis Enrique, libre de las ataduras de la Roma, aunque vinculado al Paris Saint-Germain, donde no iba a seguir Ancelotti. Por ello, no parecía un objetivo real, pero vaya si lo fue.
Lucho llegó a Balaídos después de ser pretendido por el Real Valladolid y llevar las conversaciones a tal puerto que Carlos Suárez reconoció su malestar por no haber podido firmarlo. Pero, al final, el Pisuerga no es océano. Ni Los Anexos las instalaciones donde el Real Club Celta y su base se ejercitan, siempre bajo la atenta mirada –nunca mejor dicho lo de ‘bajo’- del asturiano.
Firmado su contrato, el hombre con el que lloró España en el ’94 dijo que sí, que él daría un buen uso y manejo a la cantera, aunque necesitaría de vertebradores, un tipo de jugador más experimentado con el que ya había trabajado en el filial del Fútbol Club Barcelona y que venía a ser base silenciosa del equipo, núcleo que acompaña a las jóvenes promesas en su desarrollo.
Así, con la llegada del brasileño Charles cerrada de antemano, antes de su llegada, arribó cedido Aurtenetxe, un valor por acabar de formar procedente del Athletic Club, y tres jugadores con los que ya había trabajado en el segundo equipo culé, el defensor Andreu Fontàs, el atacante Nolito y, esta sí, una de las mayores promesas del fútbol europeo, Rafa Alcántara.
Estas tres llegadas fueron buenas nuevas para el propio técnico, que se aseguraba así tener tres hombres de calidad contrastada, próximos a su ideario, y para el aficionado celtiña, que veía como su equipo sumaba un hombre de rotación y calidad en labores defensivas, donde habían naufragado en el pasado, un ayudante en conducción capacitado para sumar minutos de calidad y permitir rotar a Álex López y Borja Oubiña y un atacante al que se le presumía gol, bien desde el costado o como nueve.
Asimismo, con estas cuatro piezas, el Celta se aseguraba volver a los orígenes, al plan de juego definido que había quedado de lado con el práctico Resino, por exigencias del guión, pero que jamás habrían querido abandonar, el de un fútbol atractivo y, en la medida de lo posible, combinativo; de la escuela Barça, que destacan tantos otros hoy, como si La Masía fuera la factoría donde se inventó el fútbol.
Después de verse incapaz de hacerse con un hueco en los planes de Pep Guardiola y Tito Vilanova, Fontàs acabó jugando la segunda mitad del pasado curso cedido en el Mallorca, donde tampoco acabó de ser lo que parecía que podía. Jugó mucho en el centro del campo, más que como central, algo que no le era ajeno ni antinatural, aunque sí probablemente incómodo.
Si bien adolece de una excelsa rapidez de movimientos, su sitio está en el centro de la defensa, donde destaca su salida de balón, tanto en corto como en largo, de calidad, aunque no lo suficiente como para llevar la manija del conjunto; no porque carezca de calidad, sino porque su ritmo, en la franja ancha, penaliza al equipo cuando su par es ávido de sangre.
A pesar de su juventud, además, muestra jerarquía. Sabedor de que con metros por detrás sufre, por cuánto le cuesta girarse sobre sí mismo, ha depurado su tino yendo al cruce y sabe cuándo debe recular para evitar que un atacante más veloz le gane los espacios entre él y el guardameta. Y, bueno, no solo eso. En el centro están Álex López y Oubiña, la gran pareja.
Nolito, por su parte, es un jugador de clara vocación ofensiva, potente y con gol, que maneja bien los espacios y el fuera-dentro. Así es como triunfó de la mano de Lucho en el Barça B, lo que le sirvió para debutar en el primer equipo y ganarse un gran traspaso al Benfica, donde tuvo sus ratos buenos, pero acabó diluyéndose entre la feroz competencia.
Se mueve entre los tres cuartos, escorado, y el punto de penalti, aunque no es un extremo puro ni un nueve. Está a caballo entre ambas cosas, es un mix de tantos que hay en el fútbol actual, un tipo de jugador que ha proliferado desde que Thierry Henry convirtió en arte el dribbling largo, la ruptura en seco y el abandonar la banda para buscar la puerta rival.
Sirven, tanto el uno como el otro, como lo hicieron en el pasado, para alcanzar un plan de juego matizado con respecto al que bebía el Camp Nou en los tiempos de Pep; para introducir un matiz de conducción y potencia que permitió a Luis Enrique convertirse en el entrenador que es en el Mini Estadi. De atrás se sale tocando, sí, pero no hay juego de posición, hay pausa y circulación, pero también verticalidad y potencia.
Rafinha, más Lucho que ninguno
En este escenario, Rafinha se mueve como ninguno. Porque puede ser la prisa y la pausa, la horizontalidad o el juego directo. Baste recordar que, en las categorías inferiores del FC Barcelona, entidad a la que volverá el curso que viene, jugó de ancla en el medio del campo, como interior, de extremo y de falso nueve, y en todos sitios bien.
El territorio del ‘cuatro’ en Vigo le está vedado debido a la presencia de Borja Oubiña, pero en las posiciones restantes ya se le ha podido ver. Y siempre con personalidad; con incidencia en el juego del equipo.
No posee su técnica, pero escorado juega a ser Iniesta. Maneja el juego de posición con destreza, lo que le permite una buena lectura, individual, colectiva y del cuero. Posee, además, una aceleración mucho mayor, del tipo inglés, que unida a lo pegado que lleva el balón y su buena ejecución del disparo lo convierten en un peligro…
… que aumenta, a día de hoy, cuando juega como extremo. Aparece en el derecho, con querencia interior, pues es zurdo, y es capaz de romper con potencia y velocidad. Sin la fantasía de su hermano Thiago, no está exento de calidad; más bien al contrario, posee un potencial y cualidades que llevarán su techo allí donde él quiera.
Porque también tiene personalidad. Aunque, en Vigo, no le es preciso mostrarla en exceso, puesto que el solo hecho de ser hijo de Mazinho, una institución del club, le hace contar con el favor de una grada que le disfrutará durante todo este año; como Lucho, un técnico que quiso un Celta culé * y que, aunque los resultados no sean los mejores, empieza a lograrlo a través del juego.

