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Madera de Job

por Jesús Domínguez
7 de abril de 2012
en Noticias
Foto: Marca

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El Real Valladolid rompe el maleficio de Chapín ganando al Xerez sin pasar excesivos apuros y haciendo gala de un pragmatismo feroz.

 

Balenziaga Guerra
Foto: Marca

Un buen día a un gran genio se le ocurrió escribir ‘Madera de boj’, una novela teñida de Galicia, de humor y de inventiva. Una suerte de narrativa que terminaría siendo la última novela de Camilo José Cela, uno de los autores más versátiles que España ha dado en el último siglo.

Quizá por aquello de haber vivido en la misma provincia que alumbró al gran genio, o quizá simplemente porque en su estancia en A Coruña Djukic se empapó del savoir faire gallego hasta el punto de ser capaz de dotar a sus jugadores de una personalidad casi tan imprevisible como las de aquellos que contestan a preguntas con cuestiones.

Para evitar pleitos con los herederos del autor de Iria Flavia, es otro el material con el que el serbio ha esculpido a su equipo: las mismísimas carnes del Santo Job, cuya paciencia, por otra parte, yace cuatro calles a la derecha de la flema del irritable Cela, quien en sus últimos años de vida -en paz esté, maestro- de inglés y sosegado no tenía más que un ancestro.

Casi cualquier envite del Real Valladolid podría dar buena cuenta de ello, pero si uno tuviese que escoger un encuentro como paradigma del temple del equipo a buen seguro elegiría el disputado en el estadio jerezano de Chapín, donde el estoicismo vallisoletano logró romper por fin su maleficio después de una incontestable victoria por cuatro goles a cero.

Empezaron los locales poseyendo el cuero y las ocasiones, especialmente de la mano de un José Mari que amenazaba con amargar la tarde a Marc Valiente y Jesús Rueda, que volvía al once por las molestias de Juanito. Campano y Redondo aprovechaban la presencia de un extremo no nato, Alberto Bueno, llevar peligro por el costado que defiende Peña.

No tardaría el Pucela demasiado en apaciguar los ánimos locales, sin embargo. Para ello recibió la colaboración del central Robusté, que cometió la torpeza de no esconder los brazos ante el control de Javi Guerra. En apenas trece minutos, como de la nada, el Real Valladolid se ponía por delante gracias a la definición de Víctor Pérez desde el punto de penalty.

El Xerez siguió a lo suyo, y el Valladolid también. Los de Moreno tenían al José Mari por diana a la que enviar cualquier balón -parado o en movimiento- que estuviese en su poder y los de Djukic la calma suficiente como para impedir que su rival hilvanase con comodidad, pero con la presión insuficiente como para que las recuperaciones fuesen más errores no forzados que robos puros.

Frente a la imprecisión y poca claridad andaluza, los hombres de negro buscaban dar un paso más hacia los tres puntos con un segundo gol, tanto que llegaría pasada la media hora de juego. Jaime sacó de puerta hacia un costado, en el que Guerra prolongó hacia la zona central del terreno de juego, donde Óscar González recogió el cuero y corrió como si estuviese en Pepe Rojo.

Estuvo, incluso, a punto de atravesar la línea de fondo, como si pretendiese un puntaje mayor. Hombre letrado para esto del fútbol, cayó en la cuenta de que aquí caen tan solo de a uno, y que lo mejor era cruzar el esférico hacia el lado contrario al que se encontraba cercado por un zaguero y casi cerrado por Toni Doblas.

El segundo gol albivioleta fue el tanto de gracia para el jerezano, que pudo recibir un tercero antes del descanso después de que Alberto Bueno dibujase escuadra y cartabón en mano una ruptura de la línea defensiva que bien podría ser utilizada en las escuelas de arquitectura como ejemplo de cómo se deja a un punta solo ante el meta rival; no así la definición de Guerra, que en el intento de ajustar tras la duda terminó viendo como el tiro se perdía por la línea de fondo.

Al poco de reanudarse el encuentro, Robusté cometió la tercera estupidez del encuentro, la segunda con una pena máxima como castigo. Se perdió por el camino que llevaba a Bueno y, cuando llegó, intentó despejar el talón del madrileño, propiciando que Nauzet Alemán hiciese el tercero desde los once metros.

Para entonces el Xerez ya se desangraba. Si no perdió más sangre, fue porque el Pucela caminó alrededor de su cuerpo tendido con la frialdad del psicópata que ejerce de cirujano. Antes hizo un último gol para despacharse a gusto. Para no dejar a Guerra sediento, únicamente. Con la muleta parada frente al viento, como los buenos diestros, el ataque de Djukic ejerció a la perfección la técnica del engaño antes de que el justiciero del gol diese la puntilla frente a la meta.

No hubo ya mucha más historia. El técnico serbio se reservó al mago y al artesano, al diez y al diez y medio, y de paso a Nauzet, por lo que pudiera pasar. Al trote y al trote, con algún que otro galope, intentó con éxito mantener la portería a cero y pensar a paso lento en otra cosa, en una serie de recortes soñados distintos a los de Óscar, a los de Bueno y a los de Rajoy.

Frente a la cara preciosista que con cierta asiduidad expone, el Real Valladolid mostró su ‘cara B’ para lograr su tercera victoria a domicilio. Sin inquietarse, demostrando que igual que Djukic es un hombre tranquilo, parafraseando a Camilo José Cela, todos somos madera del Santo Job.

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