Los errores en las áreas echan por tierra el buen hacer de un Real Valladolid que fue de más a menos, arrastrado por la frustración y la importancia

Muchacha de ojos tristes, siente el Real Valladolid que ‘Maldito abril’ es su canción. No se ha abandonado –todavía– a la desesperanza, pero da la sensación de que es cuestión de tiempo; “todo me pasa”. Eso parece después de cosechar la tercera derrota consecutiva frente a un Real Zaragoza ante el cual ese infortunio llamado desacierto pesó, y de qué manera.
No se puede decir que los pupilos de Miguel Ángel Portugal fueron inferiores al rival. Y sin embargo, solo una de las numerosas ocasiones llegó a puerto, y tuvo que ser precio rechazo. El Zaragoza, que generó dos y media, solo se dejó la media sin meter y se llevó tres puntos sin haberlos merecido, ya que no fue para tanto.
Como si los dos fueran verdaderos aspirantes a terminar arriba, ambos equipos salieron prestos y dispuestos a la batalla. Los maños se refugiaron en el veloz Freddy Hinestroza y en el no menos rápido Dongou, aunque siempre (o casi) hubo un zaguero local preparado para repeler un centro del primero o de Pedro o para recordar al camerunés que no es Eto’o, aunque su fundación lo alumbrara. Formando estos tres con Lanzarote el póquer de atacantes de los zaragozanos, dio casi siempre la sensación de que faltaba uno más.
Sucede que la falta de presencia en el área la suplió bien el conjunto rojillo, a tenor de los hechos. Golpeó primero, precisamente gracias a que en el área había un vacío (también en defensa) que aprovechó Lanza para, llegando desde atrás, marcar. “Qué injusto”, decían muchos, y quizá era así. Ni los méritos de unos ni los deméritos de otros indicaban que el resultado debiera ser ese.
Aunque algo timorato e intermitente, el Real Valladolid venía presionando la salida de balón de un rival que dudaba cada vez que esto pasaba. Pisaba terreno enemigo, sobre todo por izquierda, donde Mojica dijo que hoy sí. Sin embargo, aunque puso varios centros con peligro, nadie acertó a enviarlos a la red, bien por sus propios fallos o porque Manu Herrera lo evitaba. De esta manera, Villar envió un testarazo al travesaño antes del cero a uno y, después, él mismo y Roger daban al traste con un dos para dos.
La cosa no acabó ahí. Los dos mismos protagonistas otra vez no alcanzaron a ver puerta o rematar dos nuevos centros del colombiano, surtidor principal de ocasiones. Y el cafetero se dio de bruces con el meta en una falta directa botada con potencia y repelida a córner. Antes del descanso, un nuevo chut en envío directo a pelota parada corrió la misma suerte, pero, esta vez sí, hubo gol: Del Moral se lo encontró después de un servicio de Villar.
Venía a hacer justicia al fútbol ofrecido. Los dos la querían, aunque el Zaragoza ni se complicaba ni presionaba en exceso. Siendo un buen rival, ordenado, no parecía excelso; parecía como si el acierto estuviera de cara para los de Portugal, estos pudieran ganar. Pero claro, faltaba toda la segunda mitad. Y al contrario que el primer tanto, el segundo se hizo sentir en las filas locales.
Llegó más o menos pronto, sobre la hora de partido. Al contrario de lo que había pasado en el primer acto, no habían sido muchas las oportunidades de gol. En adelante fueron menos. Un quiero y no puedo. Porque no se puede negar, el Real Valladolid fue honesto consigo mismo y con su afición. Pero lo fue por inercia, careció de fe y de imaginación. Apenas un nuevo intento de Villar después de un centro de Hermoso generó verdadera sensación de peligro. Ni tan siquiera a la tijereta que intentó Rodri se le pudo llamar así.

El paso de los minutos acrecentó la sensación de frustración e impotencia. De nada sirvió el cambio de dibujo que supuso la retirada de Juanpe y la entrada del citado Rodri. O que el Zaragoza se quedará con uno menos. Sin llegar a parapetarse ni defender demasiado hundido, el cuadro dirigido por Lluís Carreras se dedicó a gestionar los tres puntos, y le salió bien. No salió ni una sola vez al contragolpe, pero tampoco lo necesitó, ni sufrió en exceso un empuje descreído, como quien dice, rutinario.
Los pitos del final reflejaron el descrédito de una afición que no supo premiar el fútbol de su equipo porque ya no debía hacerlo. Quizá en otro momento no penalizara el tropiezo, pero cuesta afearle que lo hiciera siendo el tercero seguido en forma de derrota en este funesto mes de abril que amenaza con despedir toda posibilidad de promocionar (si es que, matemáticas al margen, en marzo las había).
Muchacha triste, el Real Valladolid canta a La Fuga como si fuera este el recuerdo de una pareja que se marchó. “Maldito abril, solo viene a recordarte que ya no eres feliz”. Desde hace tiempo, además, aunque sea ahora cuando el espejo escupe toda la verdad, que diría la canción. Una verdad que duele: este año tampoco va a ser. Maldito abril…
