Relato participante en el I Concurso Literario Blanquivioletras, escrito por Elena Riol Fernández
Inmersa en la canción ?’a senda del tiempo’ espero impaciente su llegada. Son las 20:15 de un intenso dieciocho de mayo y cada segundo se me antoja más largo. Dirijo mi mirada hacia la izquierda, y a través de la ventanilla de mi vetusto coche observo un señor de mediana edad hablando por teléfono, con mirada desafiante y agitando enérgicamente sus manos, y su larga cabellera blanca teñida de violeta. Me asusto al contemplar aquella aparatosa escena, él, inquieto, se percata de mi presencia y me mira pendenciero (o por lo menos así lo interpreto yo).Un sudor frío recorre mi cuerpo a pesar de sentir que mis pies y mis manos arden como si en llamas estuvieran.
Dirijo mi mirada hacia una mancha inquebrantable de mi arrugado pantalón beige y pienso: ya está, Elena, no levantes la cabeza de nuevo. Pero mi curiosidad es tal que impulsivamente alzo mi mirada hacia el horizonte para comprobar, sin ser vista, que los movimientos de aquel extraño sujeto no se posicionen en dirección a mi polvoriento vehículo.
Miro y… nada… ha desaparecido… Por un momento suspiro aliviada pero entonces me entra el pánico, pero, ¿por qué tienes que pensar mal de ese pobre hombre Elena?, me cuestiono. Quizás tenga un problema familiar o quizás se le haya averiado su renqueante medio de transporte y este deliberando una batalla con el taller para ahorrarse unas perras, fantaseo, aún, algo recelosa…
Es entonces, cuando observo a lo lejos a una multitud hastía y confusa caminando cabizbaja hacia el interior de la ciudad, una ciudad que, en la lejanía desprende hoy un color más gris de lo habitual. Vaya… por unos minutos había olvidado la razón por la cual me encontraba allí, parada en medio de aquella calle con las luces de emergencia iluminando el asolado asfalto; de repente , esa razón golpea la ventanilla de mi coche, sonrío y desbloqueo cada puerta de acceso al interior del achacoso aparato con ruedas. Recibo a cambio una tímida sonrisa que quiere agradar pero no sabe.
Por fin está aquí, rumio aliviada. Sube al coche y nos fundimos en un silencioso pero descoyuntante abrazo.
Dirijo mi mano hacia la radio y subo el volumen, y en ese momento… ahí está… la fatídica noticia taladrando mis oídos, inundando el corazón de mi hermano de amargas y saladas ilusiones rotas.
Entristezco impotente y una lágrima recorre perezosa mi mejilla.
Ahora entiendo todo… arranco y sigo mi camino hacia la desolada Valladolid. La radio sigue encendida, pero yo solo puedo escuchar el sonido de mi pensamiento cada vez más y más fuerte; me cuestiono la importancia de ese momento, la gravedad del acontecimiento y entonces… silencio.
A veces el silencio es la mejor respuesta hacia un sentimiento roto, a veces no basta con intentar entender, a veces solo basta con sentir. Y es entonces cuando me doy cuenta de que tras esa tarde no es un equipo lo que se ha roto, no es la afición de un equipo la que ha abandonado, no es la apatía de una ciudad lo que inunda las calles; sino el desahogo de una población que cree, hoy más que nunca, que todo es posible, que lo hicimos una vez y lo volveremos a hacer, que esa lagrima amarga tan solo es un desahogo momentáneo de un cansado corazón y que igual que sabemos llorar, sabemos luchar y sabemos vencer porque al fin y al cabo eso es lo que hacen los valientes.
Que es en los momentos malos cuando la familia se une más, que es en los momentos agrios cuando una madre seca con una sonrisa en la tez, las lágrimas de sus hijos, que es en los días grises cuando un padre abraza a su hija reconfortándola y ofreciéndola seguridad y que la ciudad se ve más bonita con sus calles teñidas de blanco y violeta, porque eso pasa en las familias unidas, que cuando las circunstancias no les acompañan, su humilde casa se llena de personas aportándola color y un sentimiento renovado, y es ahí cuando comprendí que hoy más que nunca debemos apoyarnos todos como una gran familia, la familia del Real Valladolid, en nuestro hogar el Nuevo José Zorrilla.
