A nadie a estas alturas se le escapa que José Rojo ‘Pacheta’ vive con pasión. Así, en abstracto; el fútbol y también la vida, que no deja de ser una extensión de lo que el fútbol compila: nervios, emoción, tensión, enfados, alegrías y un buen puñado más de sentimientos. Al técnico de Salas de los Infantes se le vinieron unos cuantos en lo que fue su retorno a un banquillo del estadio José Zorrilla dos años y medio después de ser destituido. Como diría él mismo en sala de prensa, en la “mochila” se los llevó. La alegría de la ovación recibida, y también alguna que otra sensación más de esas antes mencionadas.
En contraste con los pitos que se llevaron Almada, Latasa y -sobre todo- Javi Sánchez, cuando se le vio asomar por la bocana de vestuarios hacia su banquillo, Pacheta recibió una merecida ovación (habrá quien piense que no, y en su derecho estará; quien firma así lo cree). Fue sentida, porque Zorrilla tiene eso; hay quien dirá que no aprieta o quien dirá que todo lo contrario, que la afición del Real Valladolid es exigente o vive estresada, pero, tal y como hace la ciudad, si algo tiene es que es leal con quien le entrega todo cuanto tiene. Y sí, Pacheta lo hizo.
“Mientras viva, esta ovación no se me olvidará nunca. Me la llevo para mi mochila. Lo agradezco en el alma. Gracias a la gente de Valladolid”, dijo en sala de prensa un entrenador que es contenido a menudo, tanto en las críticas como también, humilde, en los elogios o cuando los recibe. Así, su comparecencia estuvo marcada casi por un déjà vu: aquellos que la escucharan y que hubieran seguido su etapa como técnico blanquivioleta, cuando lo oían, seguramente pensaban estar escuchando una de sus ruedas de prensa de antaño, de cuando se sentaba en el banquillo local.
Ovación brutal a Pacheta. pic.twitter.com/cJws8uF2b0
— Marcos EC (@MarcosEC29) November 3, 2025
Pacheta y una emoción incompleta
También tuvo Pacheta palabras para los aficionados del Granada desplazados, unos gestos de afecto que el hoy entrenador nazarí querrá devolver en el Nuevo Los Cármenes. Con todo, su emoción fue incompleta; no se llevó la “mochila” llena porque no pudo hacerse con los tres puntos después de hacer una buena primera mitad y de ver cómo el Real Valladolid volteaba el marcador con una buena actuación en la segunda. Durante esta, se le vio muy metido en el área técnica, rozando el salirse, acariciando la cal, vibrando como siempre. Y conversando también con el cuarteto arbitral.
Nunca fue dado el de Salas a hablar de los árbitros, pero había que intentarlo. Como quiera que se le vio dialogar con ellos en varias ocasiones, y había habido varias jugadas que uno podía percibir en tono gris, también se le preguntó por ello, que no todo iba a ser la emoción de volver a casa (que lo sigue siendo; nunca lo fue, como tampoco para Chema Monzón, su segundo, o Guillem Galmés, integrante de su cuerpo técnico). Pero no: Pacheta no ha cambiado; no quiso ahondar en aquello que le había generado malestar, pues si nunca lo ha hecho, menos aún lo hace en la derrota -siempre ha dicho que no quiere parecer que pone excusas-.
Quizás el enfado estuviera con la mano que provocó el penalti del 2-1, torpe de Manu Lama, y sobre la que dijo, lacónico, que “si la ha pitado es que es mano”. Puede que estuviera, si no, en una caída de un jugador suyo en el área del Real Valladolid ante Juric, que al verse desbordado saca la pierna y puede llegar a impactar. Sea como fuere, y como quiera que Pacheta siempre prima otros aspectos del fútbol, se quedó con esa sensación del cariño que recibió y del fútbol que por momentos (durante el primer periodo) su equipo fue capaz de hacer allí donde retornó dos años y medio después.