Pocos nombres resuenan entre los muros del José Zorrilla como el de Pepe Moré. Forma parte su recuerdo de ese grupo de futbolistas que, por presencia, constancia y compromiso, son parte del alma de un club. En el caso del Real Valladolid, el nombre del jugador y entrenador, Pepe Moré, es volver a recordar que este equipo, en otra época, ganaba, convencía, ilusionaba y representaba los sentimientos de toda una ciudad.
Un capitán de hierro, que fue símbolo de una época y la figura silenciosa pero firme de un Real Valladolid que conseguiría grabar en piedra los logros y las gestas de ese Valladolid de nuestros padres y abuelos y que deberá seguir amando y recordando cada generación blanquivioleta. Moré representa todo aquello en lo que el aficionado cree y reconoce como propio. Su trayectoria en el Pucela es una medida sobre los goles, las victorias y los partidos, cómo no, pero sobre todo mide la huella de un catalán que adoptó a Pucela en su corazón.
Moré, un catalán en la meseta
Nacido en L’Ametlla del Vallès en 1953. Cuando llegó a Valladolid corría el año 1976 y procedía del filial del Barcelona. En ese momento, su llegada parecía solo un paso más en una carrera de momento sin focos, pero con el tiempo se convirtió en una historia de amor duradera que iba a tener momentos clave inolvidables.
El joven centrocampista catalán se adaptó a la ciudad, al club y sobre todo al terrible clima de Castilla y León tras despedirse de la costa catalana. Todo con la naturalidad del que encuentra, por fin, un espacio en el que estar cómodo. Durante doce temporadas defendió la camiseta blanquivioleta con una entrega inquebrantable y convirtiéndose en capitán (probablemente el más grande de todos los que hubo) de una generación que logró algo que pocos han conseguido: levantar el único título oficial de la historia de un club, en este caso, del Real Valladolid.
A diferencia de otros ídolos, Pepe Moré nunca fue un futbolista de grandes declaraciones ni de un protagonismo mediático. Era otra época y otro fútbol, lejano de esa rutina de Instagram y redes sociales que hoy abunda. Su liderazgo se ejercía desde dentro del campo, pero había mucho trabajo de vestuario y de trayectoria. De respeto al que conoce y te enseña.
En ese fútbol de entonces, en los momentos duros cualquiera se agarraba a la fe que transmitía un capitán. Respetado por sus compañeros y por los entrenadores que pasaron por el banquillo blanquivioleta, en su hoja de servicios figuran 448 partidos oficiales y 58 goles, una cifra destacada para un centrocampista, pero que se desvivía por equilibrar al equipo sin perder de vista los necesarios goles de un Pucela histórico.
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— Real Valladolid C.F. (@realvalladolid) June 30, 2024
Dentro de la exigencia del fútbol de esos días, se exigía resistencia, pillería y mucha personalidad. Moré reunía todo eso, añadiendo ese plus de iniciativa para ser ejemplo clave para los suyos, jugando cada encuentro y cada balón como si fueran los últimos. Cada entrada, cada pase, y cada indicación hablaban de un profesional que entendía el oficio futbolístico como una responsabilidad que no podía desoír en ningún momento.
La Copa de la Liga: una noche para siempre
La fecha del 30 de junio de 1984 está unida con fuerza a la figura de un Pepe Moré eterno en esa foto antológica que resume gran parte de los motivos de su importancia en Valladolid. No es una fecha cualquiera. Esa tarde, el equipo dirigido por Fernando Redondo y capitaneado por el gran Moré, logró escribir su nombre en la historia del fútbol español al conquistar la Copa de la Liga, un título algo despreciado, pero que nunca será olvidado en la ciudad.
En ese torneo, ya efímero en el calendario del fútbol español, reside gran parte del orgullo blanquivioleta. Difícilmente, la memoria del vallisoletanismo dejará escapar ese recuerdo de la victoria por 3-0 en Zorrilla tras el empate sin goles de la ida ante el Atlético de Madrid en el Vicente Calderón. Todo se resolvió en casa, en un José Zorrilla repleto y vibrante que, en la vuelta, logró que Valladolid apareciera en los mapas del fútbol español tras imponerse a los colchoneros en una prórroga mágica, con goles de Votava (en propia puerta), Fortes y Minguela, otros dos mitos inolvidables para la ciudad.
Pepe Moré no marcó, pero como capitán fue el encargado de levantar ese trofeo que aún logra enorgullecer a quienes lo vivieron, lo vieron o lo escucharon de quienes todavía se emocionan al contarlo. Símbolo del compromiso colectivo, la imagen del brazalete blanquivioleta elevando la copa no solo simbolizaba el título en sí, sino que era la representación del esfuerzo de toda una generación en torno a un equipo que supo competir frente a los grandes y encontrar su recompensa.
El salto al banquillo
Tras colgar las botas años después, en 1988, Pepe Moré no tardó en vincularse de nuevo al fútbol y al club de su vida, aunque esta vez desde el banquillo. Empezando con el filial fue subiendo peldaños poco a poco, con la misma discreción con la que había vivido su etapa como jugador. En varias etapas, Moré se hizo cargo del primer equipo blanquivioleta, a menudo en momentos de gran dificultad.
Su mano es especialmente recordada entre los años 2001 y 2003, cuando logró mantener al equipo en Primera División a pesar de las complicaciones con un estilo pragmático y competitivo que logró conectar con la grada y asentar la voluntad y el objetivo del equipo. Moré, sin reclamar elogios, jamás ha sido olvidado por un Real Valladolid que le tiene un respeto inmenso, pues ha sabido conservar como parte del patrimonio afectivo del club.
En un Valladolid que ha ido perdiendo esa capacidad para ser competente ante los grandes y reclamar el foco en el blanco y el violeta, el recuerdo de los valores de Moré y los suyos hace florecer de nuevo la fe, la nostalgia y esa voluntad de apoyar de manera inquebrantable a un equipo humilde, pero construido con grandes historias y personas.
Cada vez que en el José Zorrilla se habla de orgullo, compromiso o historia, la figura de Moré se aparece como la de un ánima. Porque hay jugadores que trascienden por la costumbre de levantar trofeos, pero a la calidad y la entrega de Pepe Moré le valió con levantar solo uno.
Sigue aquí la serie Pucela Retro:
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