Llevo toda la temporada diciendo “no son tan malos”, como cuando Fidel Castro intenta apaciguar a sus camaradas cubanos en un amago de acercamiento a los yankees y de abandonar el comunismo. “Incluso le han puesto mi nombre a una calle en San Francisco”, templa el revolucionario antes de escandalizarse porque un compinche le bisbea algo al oído: “¡¿Llena de qué?!”. Los Simpson predijeron los grandes hitos de la civilización occidental y también que la aberrante temporada del Real Valladolid estaba todavía menos justificada si cabe. No son tan malos, lo diga un barbudo caribeño o lo lamente la afición al ver a su equipo plantar cara al poderoso FC Barcelona por muy novatos que sean sus canteranos, la inexperiencia de la famosa ‘Unidad B’ y todos esos eufemismos para catalogar a tantos jugadores por los que suspirarían en media Europa y toda Castilla.
Ese vestuario está lleno de… ninguna palabra que pueda escribirse en una columna que aspire a ser medianamente seria. Vayamos al fútbol. Una tonelada de puntos separa al florido líder del decrépito colista, invitación en apariencia a que los culés vapulearan a los blanquivioleta e incluso estamparan su nombre en el libro de las goleadas humillantes. El humilde Getafe arrasó 0-4 y porque no quiso más, mismo tanteo que el Sevilla meses atrás, Osasuna solo necesitó apretar un poco para ganar los tres puntos. Etcétera. Y resulta que contra el Barça los futbolistas decidieron honrar a la profesión. ¡Pidan un deseo, que los centrocampistas locales metieron firmes la pierna para ganar balones divididos! ¡Diablos, que los centrales despejan por arriba y por abajo en vez de alejarse de la pelota por si mancha! ¡Caramba, que el portero tiene manos y, como pedía Di Stefano, al menos no mete dentro los disparos que van fuera!
Diríase que el cometa Halley sobrevoló Valladolid o que el agua contenía a saber qué pócima; los periodistas visitantes con quienes vi el partido llegaron a gritar “¡Maletines!”cuando uno de los nuestros tiró un desmarque a la espalda de la zaga blaugrana. La respuesta, me temo, se encuentra más bien en las cámaras. Era el día de correr, de achuchar, de exigir al cancerbero rival, de sudar, de aprovechar la audiencia millonaria para que algún director deportivo despistado o entrenador poco puesto en la actualidad pucelana se fije en esos pobres diablos que en unos meses penarán en Segunda, si Arabia o un contundente finiquito no lo impiden.
Campañas tan aciagas como esta nos llevan a aquellos versos de Mariano Rajoy de “cuanto peor, mejor para todos, y cuanto peor, para todos mejor; mejor, para mí, el suyo: beneficio político”, que en clave vallisoletana se puede interpretar como el perro del hortelano, aquel que ni come ni deja comer, aquel que se enfada cuando los suyos juegan mal y hacen el ridículo y se ofusca cuando luchan y rinden. Pues sí, somos esos perros, ofendidos con los futbolistas porque solo sacan el orgullo y el fútbol cuando les conviene. “No son tan malos”, pregono desde agosto en el desierto de la opinión pública futbolística, esgrimiendo que hay más que rascar de esta plantilla, pobre y desajustada en lo deportivo y egoísta e insolidaria en lo moral.
Sigo pensando que, con un entrenador de verdad, pretemporada mediante, el conjunto inicialmente enterrado por Paulo Pezzolano podría haber dado mejor rendimiento. Insisto en que haber apostado antes por Diego Cocca, tampoco un virtuoso de la pizarra pero que algo sabía, nos hubiera alejado de la ignominia de los últimos meses. Qué decir de Álvaro Rubio, quien ha soterrado en unos meses el cariño labrado en años de labor silenciosa en la medular. Probablemente hubiéramos descendido -o no- pero seguro que no así. No entro en el disparate de gestión deportiva de los despachos, que agüita también, como la que le hubiera venido bien a Ronaldo el sábado por la noche. Señalo directamente a los bueyes con los que había que arar esta temporada y matizo a Fidel Castro. No son tan malos. Son peores porque pudieron y no quisieron.
