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¿Objetivo o sueño?

por Jesús Domínguez
19 de mayo de 2012
en Noticias
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El Promesas se juega este domingo seguir adelante con el sueño del ascenso en Los Anexos frente al Loja granadino.

 

Mongil
Foto: El Norte de Castilla

Jon. Toni, Gil, Mongil y Felipe. Pesca y Ochoa. Navas, Lolo y Creus. Larsson. No va más. Nada menos. A falta de Rodri, lesionado de larga duración, Javi Torres Gómez dispondrá de su once de gala para continuar frente al Loja por la buena senda que lleva hacia la consecución del sueño, y a la vez del objetivo.

A la Segunda B se le llama meta con la boca pequeña; en bajito, casi susurrando. Pero lo es. No cabe duda de que lo es. Por sí mismo, disociado de la competición, cualquier argumento que hable del fútbol formativo como mero objeto de desarrollo carece de peso. Más aún en la pretensión de ‘ser Valladolid’, de impregnar el club de cabo a rabo de blanco y violeta.

Desde el conocimiento de los límites y puntos fuertes de cualquier equipo, por joven e inexperto que sea, establecer un fin objetivo, ponderado, es vital para su formación y desarrollo, tanto en lo individual como en lo colectivo. No cabe duda que del conocimiento del Real Valladolid Promesas se desprendía la disputa del play-off como meta mínima a alcanzar. Pero, ¿qué pasa con el ascenso?

En abstracto, también debe serlo. Porque cuanto menor sea la distancia entre primer equipo y filial, probablemente mayor sea la posibilidad de que al Nuevo José Zorrilla llegue un mayor número de jugadores surgidos de la base, formados en casa. Que en la lejanía se puede vislumbrar la llegada de alguno es una realidad. No menos que la proximidad allana el camino.

Cerrando el plano general es cuando pueden llegar las dudas, no tanto por la calidad y potencial del equipo como por la del rival, difícil de conocer de primera mano en una categoría como la tercera división y de comparar en la inexistencia del precedente. El Loja, rival frente al que el Promesas se juega el ascenso, puede ser mejor pero, ¿quién se atreve a lanzar un juicio previoen el contexto del play-off?

Provocar que el equipo interiorice una necesidad de ascenso es contraproducente. También una superioridad o inferioridad en realidad desconocidas. El éxito debe estar en el estudio y en el acierto de quien trabaja con ellos en la asimilación de la situación como relevante, pero a la vez normal.

No es buena la presión mal entendida y la creencia de que hay que subir porque sí, porque, como diría Djukic, “somos Valladolid”. El serlo implica luchar por dos colores, por un equipo; por una afición y una ciudad, pero sin dejar de mostrar esa personalidad y esos matices que se encierran dentro del mantra que tanto repite el técnico serbio. Supone jugar al fútbol para ser protagonista, y ser protagonista para alcanzar el éxito, para ser grande.

Somos nada más que Valladolid, pero también nada menos. Eso deben entender los chicos de Javi Torres. Que en ellos está el futuro, pero que éste no existe sin el presente; que las prisas no son buenas y que el éxito no lo alcanza quien quiere, sino quien mejor gestiona el proceso del que se vale para alcanzar la meta.

Entonces, ¿el ascenso es sueño u objetivo? Ambas cosas. Porque, sin llegar a ser sinónimos, son dos términos estrechamente ligados. Dos términos que implican deseo, que establecen al final del camino una cota a alcanzar, y salvo cuando lo onírico produce una extridencia, habitualmente alcanzable.

El hecho de ser ambicioso no implica dejar el realismo a un lado. No por el hecho de soñar deja uno de estar despierto. Por banales que puedan parecer, estas cuestiones deben estar en la mente de todos los jugadores del Promesas que salten al campo en busca del salto de categoría. Deben ser conscientes que Valladolid se es o no se es, y de que no se es más o menos. ‘Ser Valladolid’ es nada más que ser uno mismo, pero también nada menos.

En la capacidad de mostrar su personalidad radica el éxito. Incluso en la derrota, si es que de forma no deseada llega. Ciertamente, la fortaleza no garantiza victorias, pero carecer de fuerza sí puede provocar pérdidas. El ascenso no debe ser una obsesión que traiga a la mente la dichosa fatiga cognitiva que Lillo puso de moda, sino un estadío de la propia mente. Un mero conocimiento de a dónde se quiere llegar siendo uno mismo.

El ascenso no es ni sueño ni objetivo. Es el final de un proceso de conocimiento y reconocimiento, de un camino lleno de estímulos que se aproxima al final. Como ‘ser Valladolid’ y como todo en la vida, debe ser uno mismo. Nada más. Nada menos.

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