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¡Oh, capitán, mi capitán!

por Jesús Moreno
17 de junio de 2012
SoldadosdeDjukic

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Jesús Moreno relata qué supone para el club y el aficionado la figura de Miroslav Djukic, uno de los mayores culpables del salto de categoría.

 

SoldadosdeDjukicCuando mis amigos de este portal me pidieron que diera mi visión sobre lo que ha supuesto la llegada de Miroslav Djukic al Real Valladolid al principio pensé que era una tarea sencilla pues salta a la vista los logros que el míster ha conseguido con este equipo.

Pero, sin embargo, a poco que uno se ponga a reflexionar y siempre que se pretenda hacer un ejercicio de justicia con el serbio, descubrimos que el Real Valladolid ha fichado mucho más que un entrenador al uso. Ha contratado a mayores un gestor de grupos, un psicólogo, un jefe de prensa, un director de marketing y un community manager. Y probablemente yo tampoco esté siendo justo con Djukic, porque estoy seguro de que es mucho más que todo eso.

Tras dos años horrorosos que dieron con los huesos del Real Valladolid en segunda y sin la posibilidad de ascender en el primer intento, la llegada del almirante era vista con cierto escepticismo por gran parte de la afición blanquivioleta.

No terminaban de convencer ni el libro de estilo -pues su propuesta de fútbol dominador, de toque y ofensivo a veces no casa bien con las emboscadas que, a modo de partisanos, preparan ciertos equipos de la categoría y donde se tiende a pensar en la necesidad de músculo sobre talento para superarlos- ni la falta de experiencia ya que ese, entre otros, era un hándicap que se había llevado por delante a Antonio Gómez unos pocos meses antes.

Así pues Djukic no solo tenía que ganarse la confianza de la plantilla sino que además debía convencer a la hastiada afición quizá algo recelosa por la contratación de un semi desconocido.

El final, afortunadamente, ya lo conocemos todos. El fútbol por fin ha hecho justicia con el mejor equipo de la categoría en cuanto a juego. El ascenso en el play off-ha supuesto culminar con grandeza el trabajo bien hecho y ha permitido a los aficionados saber qué se siente cuando se gana un título.

La plantilla del primer equipo ha visto en él una especie de John Keating, el mágico profesor de ‘El Club de los Poetas Muertos’. Un motivador capaz de sacar de cada uno lo mejor que lleva dentro y cuyos pupilos serían capaces de ponerse en pie sobre sus asientos, marciales, y gritar “¡oh, capitán, mi capitán!” en honor a su míster. De cerrar filas en torno a él, de cruzar el Rubicón con los ojos cerrados si es que ese es el deseo de su entrenador.

Carlos Suárez
Foto: Marca

Pero no sólo el primer equipo. Los chicos del Real Valladolid Promesas saben que ahora cuentan. Para ellos Miroslav Djukic esta vez es el capitán Jack Aubrey. El ‘master and commander’ en el que aprender, el espejo en el que verse reflejado. Saben que si a su talento le unen los consejos del almirante, llegarán donde se propongan.

La directiva ha encontrado por fin su bálsamo de fierabrás capaz de dar la cara en las situaciones más complicadas y de apaciguar a una plantilla que no cobra en un club asfixiado por las deudas.

Y los aficionados hemos sido dotados del entrenador al que todos querríamos tener por jefe en nuestros trabajos. Un hombre exigente, honesto, comprometido y sincero que ha sabido leer nuestro ADN y resumirlo en dos palabras: “Somos Valladolid”; alfa y omega del sentimiento pucelano.

A veces me pregunto si cuando Carlos Suárez estampó su firma junto a la de Miroslav Djukic era consciente de que no solo fichaba a un entrenador sino que además contrataba a un hombre del Renacimiento conocedor de muchas más artes que la de preparar a un grupo de jugadores para ganar un partido.

Enhorabuena presidente si es que usted era consciente de la joya que traía al Real Valladolid. Y bendita ignorancia si es que desconocía que ese simpático serbio iba a ser el encargado de solucionar la mayoría de problemas de la entidad –sí, también los económicos gracias al ascenso- e iba a dotar de tranquilidad, solidez, estilo y orgullo al Real Valladolid.

 

Gracias, Miroslav.

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