El ascenso del CD Parquesol a la Primera B dejó bonitos detalles como el que tuvo el juvenil con sus compañeras y desbordó el Saso de alegría

Hace algo más de un mes crucé un pasillo por primera vez. Aunque solitarios, el pasillo y yo, no pensé que fuéramos a congeniar demasiado. Fue a primera hora de la mañana y era uno de esos, bueno, ya saben, de hospital. Me recordó a mis veranos en Vallecas, a cada vez que cruzaba el de mis tíos para dejar mi maleta. En aquel cuarto había una muñeca de esas de porcelana que parecen ser más diabólicas que angelicales y algún banderín del Real Madrid de ‘La quinta del Buitre’.
Años más tarde recuerdo apagar luces a oscuras y salir corriendo, como tantos otros niños, no fuera a ser que en ese carril hacia mi propia habitación apareciera algo –o peor: alguien; acaso una presencia– que me llevara por delante. Me pasó hasta bien crecidito; me costó llegar hasta el final del pasillo en la casa de un familiar, hasta la habitación donde había fallecido mi bisabuela, temeroso de que de repente se me volviera a aparecer ‘la portuguesa’.
Ha habido momentos, por qué no decirlo, también recientes, en los que creí tener los brazos de un pingüino, ser incapaz de estirarlos para rodear a nadie. La cabeza, como la vida y el fútbol, es traicionera a veces. Sin embargo, reconforta siempre; siempre abriga, por lo menos eso creo que sucede cuando alguien de verdad lo merece. A veces tarda, pero creo que realmente pasa (también todo lo contrario).
En el momento en el que Alicia Rey marcó el tercer gol frente al Dinamo, aquel que materializaba el ascenso a Primera B del CD Parquesol, confieso que mi mirada se fue directamente al banquillo. Allí todo era algarabía, y sí, abrazos. Abrazos de gol, de esos que se dicen, pero de mucho más, porque era mucho más el tanto. Era, ojalá, el inicio de una era incluso mejor de unas guerreras que visten de color naranja.
Yo también recibí uno de los varios sinceros que me quedaban también por dar. De alguna manera, y aunque el periodista no debe ser protagonista –suele decirse–, sentí todo aquello un poco mío, un poco nuestro. Como cuando el Promesas ascendió a Segunda B en un pueblo gallego, tan ensimismado y apartado del resto del mundo que si me preguntaran por un pueblo gallego de verdad, diría su nombre. Entonces un penalti me obligó a cambiar lo que tenía escrito. Esta vez no hizo falta variar el guión: todo fue según lo previsto.
Y entonces Yarima descorchó el champán –y mira que le costó…–, el equipo manteó a su entrenador, hubo gritos de alegría y de festejo y más y más abrazos. La epidemia se extendió y a mi alrededor todo se tornó en brazos extendidos, y en algunos creí ver desplegarse las alas de las futbolistas a las que Rubén Jiménez ha sabido guiar hasta la gloria. El ascenso era (es), en definitiva, eso, un “todas juntas, ¡a volar”.
El insospechado gesto del equipo juvenil de Liga Nacional –que jugaba poco más tarde–, haciendo el pasillo de campeonas a sus compañeras de club, fue una prueba más de que sí, el fútbol se escribe también en femenino, y una manera de decir que ojalá se escriba en mayúsculas y negrita en nuestra ciudad después de lo que estas chicas han conseguido.
Antes del silbatazo final confieso que pensaba que una jugadora merecía ser la última en marcar. Luego, que otra también podía poner la puntilla. Más tarde que quizá debió ser una que no jugó. Y me acuerdo incluso de algunas que ya no están pero dejaron su sello, precursoras que llegaron de la mano de Santos García y que hoy, en otros clubes o funciones, siguen dignificando el deporte. De algún modo, el ascenso también es de Anabel o Sandra, de Alexia o de Lorena.
No sé si cuando vuelva a cruzar el pasillo que decía al principio lo haré con los mismos nervios de la primera vez (o, en menor medida, de la segunda), pero sí sé querría hacerlo con la misma determinación con la que lo hizo este histórico Parquesol entre sus compañeros. Que los catarros se curan, que ellas son el ejemplo, y Rubén, un gran médico. Que no hay abrazo sincero que no cobije, y que los de gol siempre lo son. Imagínense si lo son los de un ascenso…
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