El futbolista alemán presenta una rotura en el bíceps femoral de la pierna izquierda que le mantendrá fuera de los terrenos de juego hasta mediados de septiembre, como mínimo.
Por más que se corte el pelo o haga el saludo militar, Patrick Ebert sigue oliendo a pasado. La fragancia añeja que desprendió su buen fútbol en el debut, para desgracia del Real Valladolid, sigue sin desprenderse de ese indisociable -y cada vez menos suave- aroma a fatalidad y fragilidad.
Si por norma existe la creencia de que las mejores esencias se guardan en frascos pequeños, con él Valladolid terminará mutando el tópico para decir que los recipientes son, en su lugar, de cristal de bohemia, de ese que parece tallado el magnífico jugador alemán.
Apenas ha transcurrido un único partido liguero y el bravo soldado ya ha caído, como si combatiera a torso descubierto bajo el fuego enemigo, torpe y descuidado. Así, después de un ilusionante inicio ante el Athletic, no podrá ser de la partida, como mínimo, en los dos próximos encuentros, ante el Villarreal y el Getafe; lo que dejará a los de Juan Ignacio, de nuevo, como si no hubiera pasado el tiempo y todavía fuera Djuka el almirante, con el corazón marchito.
Aunque los galenos del club no se marcan plazos, máxime conociendo el funesto historial de Patrick Ebert, cabe aguardar a que el extremo derecho teutón reaparezca, como muy tarde, en la jornada cinco. Intentarán, empero, que los dolores provocados por la rotura en el bíceps femoral de la pierna izquierda -esos que existen y que algunos no creían- remitan con antelación y pueda reaparecer en la cuarta, ante el Atlético de Madrid.

