Un postrero penalti permite al Getafe rebañar dos puntos a un Real Valladolid que debió ganar y al que los detalles le volvieron a marcar

Miradas perdidas, lágrimas de desconsuelo. Justo cuando empiezas a abrir la boca para probar la miel de la comisura de los labios, zas; otro golpe. La sensación solo es amarga. El llanto brota y da igual quien te abrace, la tristeza gana. Gana por no ganar. Porque pudiste hacerlo, pero sobre todo porque debiste. Debías por la necesidad y porque lo merecías. Porque te levantaste y pudiste incluso sentenciar. Pero otra vez el resultado no acredita lo acumulado. Otra vez el castigo.
El Real Valladolid lo tuvo todo y lo perdió al final. Por eso las lágrimas de Antoñito en la banda, las de Moyano en el campo o, sobre todo, las de Óscar Plano, que fue quien hizo el penalti evitable a Hugo Duro, apellido perfecto para lo sucedido en ese minuto noventa y tantos y para lo vivido a estas alturas de la temporada, en la que los dos puntos que se escaparon significaban vida.
Es complicado hacer un análisis frío cuando es tan difícil encontrar el consuelo. Sin embargo, hay que hacerlo: la suerte se busca y la mala fortuna, cuando es reiterada, es por algo. Los detalles, tan manidos, volvieron a volverse en contra a pesar del buen juego, que lo hubo. La tristeza es obvia, porque el merecimiento era máximo, pero hay que saber dominar todas las facetas para manejar la palabra competir. Y ante el Getafe, que es de los equipos que mejor compiten, volvieron a escurrirse varios.
El golazo de Aramberri, llegados al punto de ansiedad y necesidad que tienen equipo y afición, puede llevar a pensar en una sospecha habitual, ya que aunque es difícil prever un disparo tan fuerte y tan lejano, es otra vez a balón parado. Como ha pasado en otros tantos momentos de la temporada, el Pucela se levantó; si el tanto llegó en una acción aislada, a partir de entonces el cuero fue blanquivioleta y los méritos también.
En un centro lateral Sergi Guardiola fue con todo para empatar a la media hora y probar con el empate aquella mejoría. Con esa tendencia se llegó al descanso y se reanudó el partido en la segunda mitad, cuando Keko tuvo un par de ocasiones para obrar la remontada. El Getafe, que ya había sufrido el contratiempo de la lesión de Antunes, se quedó con diez por la segunda amarilla a Olivera. Una mano de Djené, en un despeje que se iba fuera pero que se topó con su brazo desplegado, se convirtió en un penalti con el que Ünal hizo el segundo.
Quizá fue más penalti aquella acción del central africano en la que se llevó por delante como un tren de mercancías a Moyano. Sea como fuere, el Real Valladolid se vio por delante y realmente merecía ir así, pues el juego le acompañaba, todo lo contrario que al rival. Pero competir es más, es manejar registros, matices, menudencias, en fin. Y hace tiempo que los de Sergio González no lo hacen. Como prueba, el duodécimo gol anulado en lo que va de curso, esta vez a Waldo. Salió el pacense acompañando la galopada de Nacho en un contragolpe y se adelantó cuando encaraban los dos a Soria, y otra vez el VAR entró.
El extremeño, hiperactivo, erró cuando dio ese paso adelante, pero activó el ataque en cada opción que había de salir rápido. Aunque Sergio, como contras el Leganés, plegó velas ya dar un paso atrás metiendo a un tercer central para contrarrestar la entrada de Jorge Molina y un hipotético avance del conjunto de Bordalás, inanimado en ataque hasta entonces. Y como en Butarque, salió mal.
Salió mal, además, en algo que se sabía que podía pasar, que el Getafe sabe aprovechar. Un saque de banda en el tiempo añadido acabó con el esférico en el área, y cuando Plano fue a despejar, impactó en Hugo Duro, que estaba de espaldas y sin opción de control ni de remate. En las ganas de quitarse el cuero de encima el madrileño cometió infracción y Jorge Molina empató. En el minuto 94. Tarde, otra vez muy tarde.
De un posible tres a uno se pasó al dos a dos por no ser capaces de dominar los matices que a veces acompañan a la suerte. Porque sí, de nuevo puede hablarse de justicia, de fortuna, de situaciones adversas, pero al menos parte de estas se pueden controlar. Y el Pucela no las está controlando. Y por eso está como está, por más que duelan las lágrimas del final. Porque un día es infortunio, pero algo falla cuando se dan tantos. Algo va mal al duodécimo gol anulado y al enésimo tanto encajado a balón parado. Aunque sí, las sensaciones invitan a confiar… siempre que se abandone la creencia en el mal fario y se aprenda a controlarlo.
 
			