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Perspectiva y realidad

por Jesús Domínguez
5 de marzo de 2012
en Noticias
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Para algunos, el Apocalipsis, como el mileniarismo, va a llegar. Otros dicen, de oídas, que la realidad cuesta lo mismo que un esputo.

 

Perspectiva caballeraPor más que lo intento no logro acordarme en qué curso fue. Tan solo recuerdo que el profesor se llamaba Alfonso y que yo era un patán. A decir verdad, no sé siquiera por qué hablo en pasado. En lo que a las artes se refiere, sigo siendo un patán. Mi mayor mérito artístico se resume a representar a hombres con palos y círculos, como si estuviese anclado en los tres años. Y la música… bueno. Recuerdo que un profesor decía que veía en mí pulmones de saxofonista, lo que viene a ser un eufemismo de chico entrado en carnes.

El tipo en cuestión tuvo el gran mérito de hacerme amar el jazz por encima de quien toque. Puedo decir sin rubor alguno que mis vicios le deben casi tanto como a mi abuelo, que me inculcó mi amor por el fútbol.

Al periodismo aprendí a quererlo yo solito jugando en el patio del colegio. No sabía aún quienes eran Pepe Domingo Castaño o SuperGarcía, pero yo soñaba con ser un hacha de las ondas mientras radiaba los partidos que jugaba.

El mar en mi casa nunca dio pa’ mucho. Cuando era pequeño me cansaba de escuchar a mi abuelo decir que se le había caído la maleta a la mar, y que por eso llevaba los bolsillos llenos de humildad en sus viejos y caídos pantalones. Gracias a él -o por su culpa-, mi mayor capricho de niño era coleccionar cromos. Nada de videoconsolas de ultimísima generación…

Ni tan siquiera me gustaba demasiado jugar al fútbol. No en las dimensiones actuales. Yo era más de fútbol sala, donde ser igual de torpe con una y otra pezuña y aquellos pulmones que luego un tipo loco definió como de músico me servían para sentirme útil. También el ser el único al que le gustaba jugar atrás y el hecho de que no callaba ni debajo del agua. Era tan plasta y -aunque esté mal decirlo- tan sacrificado que solía jugar en una categoría por encima de la mía.

Como en la vida misma, no era un dechado de virtudes, pero profesores y misters me tenían por un niño tan modelo como repelente. Casi pelota. Tan buen tipo que el tal Alfonso, al que maliciosamente llamábamos entre nosotros Portu, se fajó hasta casi alcanzar la exasperación en enseñarme a dibujar en perspectiva caballera e isométrica.

Creo que tuvo éxito. Por lo menos todo el éxito que puede tener un maestro en enseñar a un adolescente zopenco a manejar el lápiz cuando este considera que a él saber dibujar de nada le va a servir cuando sea periodista. Esto es, el suficiente para que aprobase con un cinco tan raspado que todavía creo hacerme sangre cuando hago anotaciones a mano (nota mental: esgrime esta excusa cuando recibas quejas de tu caligrafía).

Tan efímeras fueron sus enseñanzas que no sabría ahora mismo diferenciar qué dibujo está hecho en base a cada uno de las dos tipos de representación. Y, en honor a la verdad, tampoco es algo que me impida conciliar el sueño. De hecho, apostaría a que la inmensa mayoría de los periodistas deportivos de este país han desterrado al lugar más recóndito de su cerebro tal conocimiento, si es que en algún momento lo han poseído.

Llámenlo desfachatez, pero diría, incluso, que existe una ingente cantidad de compañeros del gremio que desconocen el sentido de la palabra perspectiva. O eso, o es que vestir la camiseta del equipo de turno les viene tan grande que el pedazo de tela que les sobra les cubre los ojos y les impide no ya ser objetivos, sino por lo menos realizar unos análisis próximos a la realidad, desde un conocimiento y una mesura que deberían ser intrínsecos.

Quizá por mi condición de gallego, o simplemente porque amo al periodismo, encuentro pocas cosas que me lleven a adoptar la expresión de ‘El Grito’ con mayor celeridad que la no ponderación. Soy tan poco amigo de la hipérbole que mis raíces portuguesas -que en mi tierra, como as meigas, habelas hailas a manos henchidas- se apoderan de mí cuando alguien se muestra tan grandilocuente como demagogo. Y más si el sujeto es periodista.

En el caso del Real Valladolid -que ya es hora hablar de la blanca y violeta, dirá algún lector-, no hay mayor soplapollez que descartar a los de Miroslav Djukic para el ascenso directo por el simple hecho de haber caído contra el Celta de Vigo a falta de nada menos que quince partidos para la conclusión del campeonato sin mayor argumento que la propia derrota y la diferencia abierta entre vigueses y vallisoletanos.

Ciertamente, la caída ante los de Paco Herrera no invita demasiado al optimismo, dando por sentado que los celestes apenas se encontrarán con teóricos rivales fuertes hasta la finalización de la liga regular y que a los blanquivioletas aún tienen que afrontar salidas nada sencillas como la de este domingo al Martínez Valero, a Santo Domingo o a Riazor.

RiazorLa cuestión es, ¿dijo alguien que fuera a ser fácil? ¿Acaso alguien ha osado llevar el mantra de Djukic al absurdo o convertirlo en un egocentrismo mal entendido? Esto es, en un ser Valladolid implica subir por encima de todo y todos, ser los más mejores, y si no lo somos merecemos el destierro no ya a Portugal, sino allén de los mares. Vuelvo a cuestionarme, ¿de verdad alguien ha entendido su mensaje así?

Ser Valladolid implica ser un histórico y tener la obligación de defender un escudo sin titubear, sin jamás dudar. Y eso, queridos amigos, deben hacerlo los jugadores, pero también los aficionados y periodistas. Renunciar a formar parte de los dos primeros es negar la mayor de los cuarenta y cinco puntos que restan por delante, y principalmente traicionar a quien hoy recuerda quiénes somos y adónde debemos ir. Juntos. Luchando.

Es de perogrullo recordar que debemos ser conscientes de nuestras limitaciones y errores. Hacer examen de conciencia en cada tropiezo para ser mejores. Para levantarnos y seguir adelante, no para lamentarnos, y menos para abandonar la lucha. Rendirse no es una opción. Ya habrá tiempo más adelante para lamerse las heridas que provoquen las batallas restantes. Lo importante es el devenir de la guerra, no de un único escenario. Así lo quiere el almirante, y así debe ser.

Perder la perspectiva es desviarse del camino, perder de vista la realidad. No hay peor cosa que un ser humano puede hacer que vivir una realidad aparte. Y si además es periodista, debería tenérserlo prohibido. ¿Qué es el periodista, si no un mero transmisor de la verdad? Incluso en el pronóstico, debe no aventurarse a ser infiel con el mundo que le rodea.

Hablaba antes de la exageración como desencadenante de exabruptos en mi mente, y en ocasiones incluso en mi boca. En las postrimerías de la derrota ante el Celta llegué a escuchar alegar a parte de la fauna y flora en que a veces se convierte el aficionado de a pie que los tropiezos del Real Valladolid provienen de las deficiencias de un técnico que no sabe tirar penalties.

De oídas, debo reconocer, esta tarde llegaron a mí las críticas del Local Radio-Star -como acertó a bautizar Arturo Posada a un buen amigo de esta santa casa- al equipo filial del Real Valladolid. Un señor cuya mayor referencia de este equipo es lo que le puedan transmitir un par de humildes colaboradores, y no siempre, pues no siempre el Imperio del Monopolio está representado en Los Anexos.

Unos pronostican el Apocalipsis. Otros mientan a Santa Bárbara justo hoy, cuando truena. ¿Qué importa la realidad y de qué vale la perspectiva? Algunos aficionados creen que su valor es el de la nada. Para algunos periodistas, más acostumbrados al grito que al argumento, su precio es el de un esputo. Y yo que me lamentaba de no distinguir isométrica de caballera…

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