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Por la Puerta de los Príncipes

por Jesús Domínguez
4 de diciembre de 2012
en Noticias
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El Real Valladolid suma tres puntos valiosísimos en el Sánchez Pizjuán después de lograr dos goles de renta en doce minutos y aguantar el tipo en una trabajada segunda mitad.

 

Gol Valladolid
Foto: Marca

De púrpura y azabache saltó el Real Valladolid al ruedo. Cerró la jornada en Sevilla, lo que en términos taurinos equivale a cerrar la plaza en La Maestranza. La temporada se encuentra aún en los albores, pero va bien encaminada. No era obligado, por tanto abusar del natural, pero el equipo que dirije Djukic no sabe no ser valiente. Lo es tanto que, entre pase y pase, en ocasiones, se juega ser corneado. Pero, que le quiten lo bailao’. Si está donde está es precisamente por arrimarse al toro, sea de la ganadería que sea.

Como casi cualquier novato, se mostró dubitativo a la hora de matar. Pero lo hizo. Supo adaptarse a cada tiempo, como el diestro se adapta a cada toro, y cuajar dos faenas con poso de victoria.

La primera, con varias series de pases bien ligados, con una cadencia que dejó al aire las vergüenzas del Sevilla, en parte provocadas por las bajas. En la segunda, mientras, supo mostrar serenidad ante un astado duro, difícil de torear, y al que supo sacar de las tablas en las postrimerías de la faena para evitar la igualada.

Como si fuera Luque, El Juli o Manzanares -un prime espada, vaya-, los dos goles del Pucela en los primeros doce minutos vinieron a ser dos orejas acompañadas de una tercera con la consecución final de los tres puntos. Y si no se llevó los cuatro apéndices imaginarios fue porque falló en la suerte de matar. Vamos, que la segunda faena perdió lucidez porque fue incapaz de cerrar el encuentro.

Aun así, abrió la Puerta de los Príncipes -para los efectos, en plural, y no en singular, en homenaje a los blanquivioletas-, algo con lo que no contaba nadie o casi nadie. Y no porque al equipo le falte valentía, como antes se ha dicho, sino porque daba la sensación de que llegar a diciembre con dieciocho puntos era suficiente; que arriesgar no era necesario. Pero en puridad tampoco es que se arriesgase demasiado. ‘Solo’ se aprovechó la incapacidad de la zaga rival.

Apenas había pasado un minuto cuando Patrick Ebert hizo un recorte a un defensa para, con la izquierda batir a Diego López, sorpresa en el once de Míchel. A pase de Óscar, que hizo antes del cuarto de hora el segundo después de picar el balón por encima del portero sevillista. La definición del alemán pareció un pase de izquierda de El Cid. El desplante del salmantino, de Enrique Ponce.

El Sevilla, aturdido, introdujo un cambio a la media hora, permuta que no surtió el efecto buscado en el último tercio restante de la primera mitad. Sí lo hizo en el segundo periodo, en el que el conjunto hispalense intentaba aprovechar la hiperactividad de Reyes, Rabello y especialmente Jesús Navas para neutralizar la renta blanquivioleta.

El gol, a falta de Negredo, debía correr a cargo del senegalés Baba Diawara. O, bueno, debía estar en sus botas, porque correr, por más que él lo haga, no es lo suyo. El punta, purísimo rematador, no mezcló bien con la línea de tres cuartos que le precedía en vanguardia, por lo que al final el tanto local fue de un matador, pero del que no debía, de Manucho.

Poco después de que las distancias se acortasen Medel -siempre Medel…- se fue a la ducha antes de tiempo por derribar en una contra al angoleño, algo que, si embargo, no cambió demasiado el guión con el que se había inaugurado el segundo lote. Aun con un hombre menos, el Sevilla siguió intentando empitonar a la defensa del Real Valladolid, que aguantaba mediante estatuarios con brillantez incluso después de la lesión de Rueda.

La querencia sevillista de ir a tablas la solventaron bien los vallisoletanos gracias a la zaga y a las varias intentonas de llevarse al centro del ruedo, o más allá incluso; a su propio área. Así, Patrick Ebert y Manucho pudieron hacer el tercero a la contra y poner la puntilla antes de tiempo, pero sus fallos ante Diego López obligaron a esperar a que el pitido del árbitro fuese el estoque que precisaron los hombres de Miroslav Djukic para sumar una nueva victoria.

Los puntos viajan a Valladolid de púrpura y azabache, los colores del traje de luces vestido por los habituales blanquivioletas, y de lustroso oro, lógicamente, porque es lo que el triunfo parece por tiempo, forma, escenario y la enjundia del rival.

Si la salvación suele estar en torno a los cuarenta y dos puntos, el Real Valladolid afrontará la visita de los ‘vitorinos’ y la salida a Riazor con la certeza de tener medio objetivo en el zurrón, lo que, dicho sea de paso, no implica que el maestro serbio y su cuadrilla se vaya a amedrentar ante los cuernos de lo que a corto plazo está por venir. Más bien al contrario.

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