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Pucela, me dueles

por Jesús A. Zalama
22 de octubre de 2015
Rodri

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La afición blanquivioleta no está preparada para el espanto que hasta ahora viene siendo el Real Valladolid

 

Hace unos días me espetaron: “Ser del Pucela hoy en día es como votar a UPyD”. Yo nunca he pensado que ser del Real Valladolid sea fácil, y si me paro a contemplar el amplio margen que me muestra Zorrilla desde mi  recóndito espacio, asiento en que somos pocos y cada vez menos. Ahora bien, las dificultades son asumibles, incluso los fracasos, pero cuando los dos se agolpan, el trago se complica incluso para aquel que es alimentado en vena.

Garitano || Real Valladolid
Garitano || Real Valladolid

Son muchos los minutos de sufrimiento que se agolpan, un tropel de sentimientos contradictorios que desgastan y que acabarán, si no lo han hecho ya, por anestesiar. Aquí se hizo bandera de aquello de que sufrir era un camino limpio y asumible, más como prevención y remedio frente a la decepción que como algo gustoso en sí. Aquello de ‘tener el culo apretao’ acabó estallándonos en la cara, y en Segunda División no nos vale ya esa filosofía.

Sin embargo, ¿cómo cambiar ahora el chip que el propio club nos marcó, aquel de que estar con la soga al cuello puede ser estimulante? Obviamente, ningún club debería vender las apreturas como acicate para nada, sobre todo porque cuando sufrir en una categoría inferior es un auténtico desastre institucional y personal, como ahora sucede, ya no vale.

Un descenso, ¡incluso un descenso!, no duele de forma inasumible en el seno del aficionado blanquivioleta. Sobre todo si este todavía es joven y ha vivido más penas que glorias, más descensos que ascensos y más sinsabores que alegrías emergentes.

Yo pertenezco a este grupo, a un colectivo desdichado que alberga en la mente que la idiosincrasia vallisoletana contiene más sufrimiento y carestía que goce y abundancia. Porque así nos lo ha inculcado e inoculado nuestro propio equipo, nuestro propio club. ¡Cuán triste es esto! ¡Qué forma más ruin de poner la venda antes de que se produzca la herida! ¡Qué bajeza!

Ahora bien, para lo que no fuimos adiestrados, para lo que no nos pusieron vacuna preventiva alguna, fue para ver al Real Valladolid deambulando por los campos de Segunda División. Estamos más cerca de nuestro filial que de la desgastada posición histórica de nuestro equipo en Primera División. Para eso no estamos preparados, es algo nuevo. Tan nuevo, que hacía más de treinta años que en Zorrilla no se veía tal situación, y siendo así, ya no solo los más imberbes nos vemos solos, desprotegidos y alterados ante una situación nueva que nos supera, sino que las canas también se perturban y tienen miedo.

Somos ahora como aquel que se enfrenta al abismo de la soltería, de la soledad, tras contar más años en compañía que en inhóspita individualidad. Y en estas situaciones, lo que vulcaniza nuestro cuerpo y nuestra mente no es el enfado, no es la rabia ni el ánimo necesarios para mirar al frente frunciendo el ceño, lo que verdaderamente nos sale es la pena, porque nos duele todo, nos duele el Real Valladolid.

¿Cómo no nos va a doler algo que sentimos como nuestro? E inserto el ‘como’ porque con cada año que transcurre siento que esto es cada vez menos nuestro, que cuanto más me acerco, más se aleja. Pucela, me dueles: me duele el ver como cada vez somos menos los que te contemplamos, y a ti esto parece no importarte o, al menos, no lo pones remedio; me duele ver como el grado de identificación que allá años tenía contigo se va perdiendo por más que yo intente hacer lo contrario, porque tú no ayudas; me duele verte tan abajo, sumido en lo que es ya de por sí un pozo; y me duele, y mucho además, que te acabes convirtiendo en un equipo sin más, un rescoldo de lo que fue o pudo ser. Eso sí me duele, sobre todo porque si eso ocurriera, aquí seguiríamos unos cuantos, pero cada vez menos.

Pucela, me dueles. Levántate y camina porque después viene el enfado y tras ello el hartazgo, y acabarás por pedirme el imposible de perderte, así que, por favor, pon tú algo de tu parte y solivianta tus desgracias, que nosotros enjugaremos nuestras lágrimas lamiendo tus heridas.

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