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Pucela Retro | “Manolo, selección”

A veces el recuerdo de un viaje a Ferrol sirve para desmentir el dicho de que cualquier tiempo pasado fue mejor...

por Jesús Domínguez
19 de abril de 2025
Manolo Sánchez

Otra copa rota

Esperpento copero en Portugalete

“Esto no es digno del Real Valladolid ni de su escudo”

Era un día de esos grises. De qué otra manera podría ser el día si había amanecido en Ferrol, ciudad que, para uno de Pontevedra, sonaba al lugar más lejano al que nunca podría ir. Cosas de las comunicaciones… El viaje había durado lo suficiente como para ver a un niño que se había subido al bus con legañas convertirse en adulto tras hacer allí mismo la primera comunión. Cuenta la leyenda que, cuando se bajó, acababa de terminar el segundo curso de algún ciclo superior. El trayecto había sido tan anodino que podría haber muerto hasta el aburrimiento.

Tantas eran mis ganas de bajarme de allí que, a la primera vez que escuché “próxima parada, Ferrol”, no lo dudé. Pero no era aquello una estación; no. Era un lugar en medio de la nada -tendría que haber mirado antes; el día era gris, pero no negro, algo habría visto…-. Había un edificio con pinta de hotel. Coches pasando. Faltaban varias horas hasta la del comienzo del partido, pero el Ferrol era poco menos que el extranjero para quien una vez se quiso escapar en Madrid y lo más lejos que pensó fue en llegar a una estación de metro situada a unos cien.

Es mejor no echar cuentas de los años que uno tenía. Tampoco es una heroicidad; la historia está llena de quienes caminan durante horas para hacerloqueseaquetienenquehacer. Incluso una tía mía había hecho autostop más de una ocasión cuando se le hacía tarde para llegar a algún lugar cuando vivía en Estados Unidos. Aún hoy lo cuenta y se ríe; “qué loca, tú imagínate”. Podría haberle pasado cualquier cosa, dice. Pero yo solo estaba en Ferrol.

Hace tanto tiempo de aquello que yo lo pienso en pesetas. Como si haber viajado a la ciudad departamental me hubiera transportado a los años 90, a cuando iba a Portugal, pagaba en escudos y pensaba que aquella gente era el hermano pobre solo porque las casas de mi familia estaban en ruinas. Después de todo, el tipo que tenía el chalet enfrente, con el que discutí el favoritismo de su selección en el Mundial 98, era francés, no portugués…

El caso es que no quisieron aceptarme el dinero. El recorrido lo recuerdo con la cabeza asomada entre aquel matrimonio casi como si fuera sentado encima de la misma palanca de cambios. Creo que tenían algún vástago, pero no podría asegurarlo. Él tenía el pelo negro; ella juraría que era rubia. No iban hacia allí, realmente, así que me dejaron en un parque. Tampoco tardé tanto en llegar. Iría nervioso, pero no fue tan mal mi primer autostop.

¿Cómo ha quedado Alonso?

Allí había gente disfrutona ataviada con la blanquivioleta. Estoy seguro de haber visto a alguien a quien había conocido con anterioridad sentado contra la pared, como queriendo echarse la siesta. Quizás el pulpo le había sentado mal. O quizás fuera el viaje. Después de todo, aquellas personas habían viajado durante más horas que yo (o eso dijeron). Algunos me esperaban; otros no tenían ni idea de qué hacía entre ellos aquel chaval con la camiseta de Capdevila si decía ser gallego. Mentiría si negara acompañar de un carallo su mismo pensamiento.

Había algún alonsista, y esa tarde Fernando Alonso corría; creo que unos entrenamientos. Era su época buena, en la que, con perdón, todavía ganaba (concretamente, un año antes del famoso sanganchao, que lo he mirado). Entonces la vida no era igual que ahora y, para qué mentir, aunque hubiera otras alternativas, lo más cómodo era preguntar a gritos “¿Cómo ha quedado Alonso?” en los libres, a ver qué en qué posición salía al día siguiente. A todo bicho viviente. A tantos que hasta algún futbolista en el calentamiento pareció tentado a responderles.

No sé en qué lado hizo esos ejercicios previos el Racing de Ferrol. ¿En cuál suele hacerlo? Es posible que Manolo no se enterase de lo que estaba a punto de ocurrir hasta que el pitido inicial del árbitro motivó que empezase a correr por la banda. Frente a él y frente a sus compañeros (de los que no recuerdo a ninguno), un Real Valladolid de esos que pasan a veces, de los que se lían y no saben muy bien cómo. Igual que ese amigo que jura que no va a salir hoy, pero al final sale, y acaba en los baños de un after enrollado con el novio de una despedida de soltero.

Trinidad, Trinidad; Trinidad-Tobago…

Malo sería, pensaba el gallego, que con seis puntos por disputarse bajara el Pucela si tenía cinco con el descenso. Se juntó aquella expresión típica de la zona, que ya lo era antes de que Gadis se la apropiara igual que hizo una paisana con la Luna, con el agorerismo más blanquivioleta; con un “cuidao’ que quizá sí”. Sucedía que, igual que hubo un ‘Valladolid de los colombianos’, aquel, el de los uruguayos, tenía una pinta feota, con hasta cuatro pululando y todos teniendo saudades de Hornos. OJ Morales, Broli, Curbelo y el ‘Petete’ Correa, a cada cual más sospechoso, obviando seguramente al último, que durante años había alcanzado dobles dígitos goleadores.

El gol de la victoria, sin embargo, lo marcaría Tote. Pronto, a los 22 minutos. A un equipo que estaba descendido. Contra el que Alfredo Merino no acabó de atreverse del todo a dar de paso a un par de canteranos (de hecho, no había subido al del nombre más largo del mundo: Francisco de Borja Pérez-Peñas Díaz-Mauriño). ¿Qué otra cosa podían hacer aquellos pobres diablos que no fuera gritar “Manolo, selección” a quien tanta gallardía estaba mostrando en aquella pachanga? Pues sí: seguir hablando de otras cosas muy en alto, ya fuera para preguntar que qué tal Inglaterra o cantar, con la melodía del Carnaval, “Trinidad, Trinidad; Trinidad-Tobago… lololó lolololó, lololó lolololó, Trinidad-Tobagooo” así, arrastrando la ‘o’ como si aquello fuera una fiesta (como aquí se aprecia).

No es verdad que cualquier tiempo pasado fue mejor

Recuerdan las memorias de aquel partido en Ferrol que eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor es una mentira que a veces nos contamos, queriendo autoconvencernos de que la desdicha que nos pasa, además de pasajera e inmerecida, antes no la teníamos; pretendiendo usar al ayer como un subterfugio que nos diga que sí, que la felicidad es posible, y que ya la hemos conocido antes. Es verdad que el Pucela la conoció, que fue mejor de lo que es hoy en algún momento, pero tiene el fútbol estas cosas, que a poco que lo hayamos seguido unos años, estos han sido tiempo suficiente no solo para extrañar a algún ex, sino también para guardar el cadáver de algún maula en el armario. Y es que el fútbol, como la vida, va de atesorar lo bueno y relativizar lo malo. Hasta el punto de tomarse con filosofía un licorca en A Malata y revertir la tristeza pidiendo a un random para la selección.

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