Un arrebato de sinceridad de Rubi tras la derrota frente al Zaragoza invita a reflexionar sobre los efectos que ciertas revelaciones emergen en la afición

Existen numerosos perfiles de entrenadores de fútbol, aunque suelen distribuirse en dos categorías generalizadas y antagónicas. Por una parte, aquellos tan metódicos y calculadores que afrontan las ruedas de prensa posteriores (y anteriores) a los partidos con un diáfano esquema mental por el que se rigen para no descabalgarse. José Mourinho, Pep Guardiola o ‘El Cholo’ Simeone representan este paradigma. El bando contrario, sin embargo, acoge a un tipo de técnico conducido por un juicio táctico que, en ocasiones, puede desvelar más de lo pretendido, y caracterizado por advertirse… demasiado sincero.
Tanto que, en un escenario de preocupación, interrogantes e inseguridad, puede chocar de plano con una afición enfervorizada y hastiada. Marcelo Bielsa obedece al perfil franco, cuyos argumentos y revelaciones frente a la burbuja pública pueden tornarse en su contra.
Rubi, a menor escala, está padeciendo los efectos de una mezcolanza casi desesperada en Valladolid. Pagando su tibieza e ingenuidad frente al juicio impuesto por la afición, como soberana, y por los medios de comunicación, al ser su trabajo.
Las redes sociales bullían. El Real Valladolid acababa de encajar una derrota que escoció profundamente en una hinchada blanquivioleta dominada por la decepción. No tanto por perder, pues el equipo de Rubi estaba destinado a jugarse el ascenso en play-off, sino por la forma de hacerlo.
La brecha impuesta entre un notable grupo de seguidores pucelanos y el entrenador catalán (y una sección de jugadores) se amplió aún más tras el pitido final. El estadio estalló en un vocerío que reclamaba la salida de Rubi, como un conducto para liberar el compuesto resultante de fusionar la frustración y la rabia.
En el análisis posterior al encuentro, el entrenador de Vilassar anunció que impondría varios cambios en el modo de juego para afrontar la promoción de ascenso. “Habrá alguna situación que intentaremos cambiar para que el Valladolid no se comprometa tanto con el juego elaborado porque a veces al querer jugar tanto se produce alguna pérdida que nos pesa demasiado”, abundaba Rubi. Cambiar para dejar de ser un conjunto de futbolistas atados al juego elaborado y a la salida en posesión.
Este acceso de franqueza se pudo interpretar de dos formas, aunque, como suele suceder al estar sometido a juicio público, se suele escoger la negativa. Rubi, se entendía, reconocía no haber tomado el pulso a su plantilla. En la jornada 40ª. Reconocía, por tanto, que su ideario futbolístico se había despeñado por la montaña del ensayo y error y que yacía ahora en su falda.
En el entorno más pegado a las dinámicas de trabajo de los entrenadores, el hecho de explorar nuevas variantes para incrementar el rendimiento de la plantilla es una decisión plausible. Porque los equipos están vivos, cambian, se adaptan. Pero, o uno está dotado de una pulida capacidad persuasiva o intentar transmitir a un público desorientado y cabreado un cambio de rumbo a escasas semanas de la promoción puede conllevar consecuencias funestas. Puede implicar que no te entiendan. Que las diferencias entre ambos estamentos se amplifiquen y, en consecuencia, viciar aún más un ambiente perjudicial.
A Rubi le está pesando a nivel mediático su reducida dureza para criticar lo que ha hecho mal -él y su equipo-. Le está minando no imponerse, frente a los micrófonos y cámaras, ni mostrarse como un entrenador pétreo y dominante. Que tenga todo bajo control, aunque no sea así, como suele ocurrir. Resulta parcialmente injusto tener que modificar la personalidad propia para favorecer una relación cordial con la hinchada, pero la comunicación corporativa no siempre aboga por enarbolar la bandera de la ‘transparencia’.
En fútbol, un espectáculo movido por sentimientos tan profundos e incontrolados, sucede que a veces el aficionado reclama de su entrenador ser un destello de lo que él pretende ser. Alguien que conduzca su vida con una seguridad impasible, que proclame en público un idilio con la ‘ambición, los huevos, el coraje, la resiliencia’. Y, de pronto, se ve solo.
