En 1975, el rock se debatía entre guitarras distorsionadas y baladas de apenas tres minutos que entrara cómodamente en el estándar marcado por la radio. Pero, un tal Freddie Mercury, iba a decidir que su próximo tema no iba a ser una canción sin más, sino una experiencia sensorial. Es entonces cuando Queen creó Bohemian Rhapsody, una pieza tan extraña que ni los propios miembros de Queen sabían exactamente qué era. Ni rock, ni ópera, ni balada, pero todo eso mismo a la vez. Una especie de monstruo musical imposible de clasificar, condenado —según la industria— al fracaso más rotundo. Grandes visionarios, como todos sabemos hoy.
Fue en las oficinas de EMI donde los ejecutivos se acabaron mirando entre ellos con cara de susto. “Seis minutos. ¡Seis!”, murmuraban, como si Freddie hubiese presentado una tesis de física en lugar de un single que pudiera abrirles las puertas del éxito. Ese salto temporal era una herejía comercial en los setenta, pues las radios solo querían melodías rápidas, pegadizas y repetibles para que la gente las cantara sin parar. El tema, sin embargo, no tenía siquiera un estribillo para ser memorizado por los fans. ¿Cómo iba a sonar en la radio algo que no sabías dónde empezaba ni terminaba?
De hecho, el propio Elton John, que por entonces ya acumulaba trajes brillantes y triunfaba en el mundo de la música, advirtió al mánager de Queen que el tema iba a ser un desastre. Incluso John Deacon, el bajista de la banda, reconoció sus dudas, aunque sin demasiado interés de enfrentarse a Freddie, al que, por supuesto, no le importó nada. Si iba a hundirse, estaba convencido de que fuera con su propio estilo y con las canciones que él quería escribir. Y vaya si lo hizo, pues convirtió un disparate absoluto en materia de marketing musical en una sinfonía eterna.
Una escena clave de Queen inmortalizada por el cine
Es por eso que la película Bohemian Rhapsody quiso incluir esta escena para dar a entender lo importante que fue ese ‘no’ de la compañía y lo resumió con un villano perfecto. Ray Foster, el ejecutivo que rechaza el tema por ser “eterno”. Un personaje que, en realidad, jamás existió, pues fue un collage compuesto de todos aquellos hombres trajeados que le dijeron que no al mayor tema de la historia del rock. Aunque, en la vida real, el productor más parecido a la caricatura mostrada en la película ‘Bohemian Rhapsody’ fue Paul Watts, ejecutivo de EMI que reaccionó con un “¿Qué mierda es esto? ¿Están locos?”. Pues sí, lo estaban.
Pero donde hay villanos, suelen aparecer héroes. Y el héroe involuntario de esta historia fue Kenny Everett. DJ y amigo personal de Mercury, recibió la grabación con la orden de no emitirla, pues la indicación era solo escuchar y dar su opinión. Everett, nada obediente, la puso catorce veces en solo un fin de semana. Cada vez que su jefe lo pillaba, fingía sorpresa y, sin proponérselo, creó el efecto bola de nieve, pues los oyentes llamaban a todas las emisoras pidiendo Bohemian Rhapsody. Es por eso que las radios empezaron a competir por emitirla y Queen se convirtió, de golpe, en una banda conocida que todos querían escuchar.
Los críticos que la tildaron de exceso tuvieron que tragarse el escepticismo cuando el público la convirtió en religión. No está mal para un fracaso anunciado, ¿no? A partir de ahí, Bohemian Rhapsody fue imparable. Incluso hot, en la era de TikTok y de las canciones de apenas 15 segundos, el viaje de seis minutos que propuso Queen sigue hipnotizando a las nuevas generaciones. Un recordatorio de que lo verdaderamente original suele nacer del descaro y no de una fórmula matemática.
