El central de Peñafiel vuelve a casa para liderar la defensa y un proyecto que buscará lo que él ya hizo: subir a Primera División

El gallego tiene la morriña. El portugués, a saudade. Y el castellano, el terruño, un concepto distinto pero que da la mano al anhelo y la melancolía, como los otros dos. Es lo propio, la patria, la tierra; casa, en definitiva.
Difícilmente en el mundo podrá encontrarse a quien lo extrañe aquello que dejó atrás un buen día. Los hay que habrán sido felices lejos del hogar, pero casa es casa; no hay nada como el calor de allí de donde es uno.
Rafa López lo sabe. Por eso vuelve. Seguramente más hecho, como jugador y como persona. Hecho un hombre, que diría el tópico, aunque quepa huir de esta afirmación por quienes odian el llamado y manido heteropatriarcado. Vuelve para ser líder, probablemente para ser capitán, o al menos para parecerlo, seguro, porque extrañaba el terruño y porque este siempre abre la puerta al hijo pródigo.
Ocho años han transcurrido desde su partida, los suficientes para que él alcanzara la treintena y su fútbol un poso mayor que el que tenía cuando se fue. No porque fuera mal futbolista, porque de ser así no se habría ido con una veintena de partidos en Primera siendo todavía un pipiolo, sino porque entonces se le achacaba que quizá no fuera un defensa excesivamente contundente. Era más bien el típico zaguero moderno, con una salida de balón y técnica depuradas, con buena colocación, aunque no demasiado fuerte.
Y ese sendero siguió en el Getafe CF. Todavía no éramos reyes –empezábamos a serlo– cuando se fue. En seis temporadas y media de azulón jugó 142 partidos oficiales, quizá sin ser nunca insustituible, pero siendo casi indispensable hasta su marcha. Fue parte de la mejor época de la historia vivida en el Coliseum Alfonso Pérez; vivía en el sur de Madrid cuando mejores fueron el fútbol y los resultados de los locales.
Si no jugó más, por momentos, fue porque las lesiones hicieron siempre mella en su estado. Entre 2011 y 2012 tuvo una grave lesión que le obligó a estar un año sin jugar. Cuando volvió, llegó a ser capitán, y el año que dispuso de más apariciones sobre el tapiz fue precisamente el previo a su salida. Aunque fue titular en la primera jornada de la 2014/15, se marchó al Bundesliga.
Atrás dejó la sensación de no haber terminado de explotar por aquello de los problemas físicos. No fueron óbice para que firmara por el Paderborn 07 por dos temporadas, un vínculo que ha concluido el treinta de junio del presente año y que ha permitido su retorno con la carta de libertad debajo del brazo y que, desde luego, y para su desgracia, no fue un camino de flores.
En esos dos años ha disputado diecisiete encuentros, todos, salvo uno, durante el primer curso. Los dos que estuvo allí concluyeron con un descenso, hasta el punto de pasar de jugar en la máxima categoría a ser un descarte habitual en un equipo que militará en el equivalente a la Segunda División B. Si es que existe alguna duda, podrá deberse a esto, y a que si no vino antes fue en parte porque volvió a sufrir problemas físicos, al margen de los impedimentos que ponía la dirigencia del club alemán.

Volver a ser,
dónde mejor que en casa
En su última campaña con el Getafe, Rafa sufrió mucho. Luchó hasta el final por no bajar. Y como se ha comentado, en los dos años que nos preceden descendió dos veces. Es por ello que puede decirse que viene de una dinámica colectiva mala. Es por ello que cabe esperar que en el deseo personal de revertirla exista un cierto afán de revancha, sobre todo por cómo fue el curso pasado.
Y dónde mejor que en su casa para volver a ser; para reencontrarse con su mejor versión. Al fin y al cabo, sus 31 años no son tantos, aún le queda fútbol, algo que la dirección deportiva del Real Valladolid demuestra con los tres años de vinculación que ha firmado.
Pero es que además su retorno tiene mucho significado. El propio club hizo ver en el anuncio que es una medida más de esa intención de ser #MásBlanquivioletaQueNunca.
Marketing al margen, lo cierto es que se trata de uno de los frutos más exitosos de la cantera en los últimos años, salido de una Residencia de Jóvenes Jugadores que otrora fue referencia y hoy, por la proliferación de estos centros y por la apuesta nula por un modelo de base, muy venida a menos. Y aunque la mayor no ha sido confirmada, se prevé que será uno de los capitanes de un vestuario nuevo, joven, remozado, falto de líderes y de gente experimentada.
Si deja atrás sus continuos problemas físicos, al menos lo suficientemente alejados como para tener cierta continuidad, no es descartable que la tenga, porque encaja en el modelo de juego que promueve Paco Herrera. Aunque se le pudiera reprochar en el pasado que adoleciera de carácter, a buen seguro los años no habrán pasado en balde y cabe esperar un plus en este sentido también sobre el verde, no solo en el vestuario, acompañado de una salida de balón depurada, especialmente en corto, y de una versatilidad que le permite actuar en diferentes posiciones.
La de Rafa es la típica historia del hijo pródigo que se marcha en busca del crecimiento y enriquecimiento que termina, haya sido esa experiencia fuera más o menos exitosa (que en su caso, al menos en Getafe lo fue), con un retorno con los brazos abiertos, tanto por parte de un Real Valladolid que celebra su vuelta, como si lo hiciera el padre, como seguramente por la suya. Cosas del terruño, ya saben.
