El Real Valladolid se ha acostumbrado tanto a la insuficiencia que si hubiera que hacer un diagnóstico diría que esta se ha cronificado. Así volvió a serlo contra una Real Sociedad perezosa y apática, ante la que podría haber puntuado de no haberse pasado demasiado tiempo recordándose a sí mismo todo lo que le falta para no solo competir en LaLiga EA Sports, como defienden en Zorrilla que hacen, sino también puntuar algún día más.
El primer acercamiento fue de los blanquivioletas y provino de una jugada sobre Latasa, que había caído en fuera de juego, no obstante. Al ariete, que en cualquier caso puso a prueba a Remiro, iba dirigido un centro deficiente de Luis Pérez que, alrededor del minuto 7, vino a confirmar que el Pucela había salido con unas sensaciones mejores que en las encuentros anteriores con Álvaro Rubio, en las que había arrancado demasiado timorato y encogido. Ello no fue óbice, claro, para que se viera sometido a situaciones de área en los primeros compases.
A la Real Sociedad parecía urgirle; presionaba alto, como cabía esperar, e intentando combinar, que también, pero como con excesivas prisas. Por ello, aunque recuperó balones en zonas de salida del Real Valladolid, no concretaba por las imprecisiones en las que caía. Daba la sensación que el desahogado era el visitante, dado que así, liberado, Iván Sánchez hizo su típico fuera-dentro para golpear de zurda abajo, obligando a Remiro a una nueva intervención; esta, válida, y cuyo rechazo no pudo embocar Raúl Moro al adenntrarse desde el otro lado.
Las malditas áreas…
El jienense consiguió llevar las dudas a Javi López, a quien consiguió sorprender de nuevo minutos más tarde
y volver a disparar después de otro ‘uno-dos’. Sin grandes alardes, parecía estar más cerca del gol el conjunto pucelano… hasta que la Real Sociedad embocó en la primera clara. Pablo Marín rompió por banda izquierda y Luis Pérez no impidió el centro, Javi Sánchez saltó raro y a deshora y Torres, ni llegó; se resbaló y se cayó en el área, un error fatal que propició que Oyarzabal, así, sin oposición, ejecutara al debutante Arnau Rafús.
Las áreas; las malditas áreas, allí donde se juega el pan, el Real Valladolid volvía a adolecer de mordiente; volvía
a ser el abuelo sin dentadura que intenta alimentarse a lametazos. No se había mostrado el equipo de Imanol Alguacil como uno duro como un currusco; había miga para aprovechar y llevarse algo a la boca, pero nada. El gol, de hecho, fue sustento para los donostiarras, que -como habían marcado- sin demasiado esfuerzo llevó el esférico al área contraria mientras aquellos a los que siempre les pasa lo mismo se preguntaban por qué otra vez.
Las pulsaciones de algunos bajaron; las de otros, concretamente las de Amallah, ni llegaron a verse alteradas. Lo que al inicio era presión, se convirtió en miradas al cielo o al suelo, con las caras taciturnas, y los pelotazos de Rafús no llegaban a ningún lado: aunque cogieran dirección a Latasa, siquiera algunos, a su alrededor todo era apatía. Como si el internacional marroquí hubiera contagiado al resto. Que menos mal que no, porque entonces el objetivo del equipo se habría convertido en que el medidor de actividad alcanzase a señalar 10.000 pasos.
Ni por un favor
El encefalograma plano blanquivioleta continuó en el segunda parte, cuyo arranque tuvo como protagonista voluntario a Take Kubo, que intentó adentrarse en el área en un par de ocasiones. En una, lo hizo, pero se tiró al suelo tras percibir un agarrón insuficiente para que el árbitro cobrara penalti. El involuntario estuvo a punto de serlo Aritz Elustondo, que despejó mal un centro hacia la nada de un apocado Raúl Moro. Ni por un favor el Pucela era capaz de marcar. Ni uno le hizo Cordero Vega al ver caer al extremo junto a la cal (que cayó, sin más).
Álvaro Rubio metió a Grillistch y a Sylla, que no llegaron más que a ver de cerca esa jugada antes de que Sergio Gómez ampliara distancias en una falta que, para variar, el Pucela no defendió bien. No es que estuviera muy bien tirada, pero Latasa falló el despeje y Rafús solo pudo mover los brazos como el muñeco hinchable cuando le sopla el viento de cara: sin mucho sentido y sin opción de evitar un segundo gol que no se puede llamar letal, porque, realmente, antes de eso la sensación reinante es que uno tenía pereza y ni por esas al otro le daba.
Ni le dio. Aunque Chuki lo intentó nada más salir; buscó la escuadra pero el remate se le marchó fuera. Es más: el Real Valladolid jugaba con ambición invertida; debiendo dar un paso adelante para… algo, no daba un solo viso de reacción y se le veía, sobre todo, en su campo. La tendencia la rompía Álvaro Rubio, que decidió terminar con tres delanteros, Latasa, Sylla y Arnu, más Machis y Chuki. Como quiera que la Real se durmió, y que Machis había entrado bien, hubo suspense al final, cuando el venezolano puso un buen centro que premió con gol la entrega de Latasa. No había tiempo, sin embargo. La insuficiencia crónica pudo más y llevó a otra derrota irremisible.
 
			