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Recuerda que solo eres un hombre

por Jesús Moreno
17 de enero de 2013
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Jesús Moreno invita a disfrutar, aun en el reconocimiento de la humildad del club, de contar entre las filas del Real Valladolid con un jugador de la talla de Patrick Ebert.

 

EbertEn el antiguo imperio romano, tras una gran victoria militar, Roma recibía a sus héroes con un desfile donde el general triunfador paseaba en una cuadriga acompañado por un siervo que, mientras le sujetaba la corona de laurel, le iba recordando que a pesar de la gloria tan solo era un hombre, como queriendo decirle que aquel momento no se le subiese a la cabeza, que los dioses estaban mirando y no permitirían que un mortal asaltase su divinidad.

De la misma forma ocurre entre parte de la prensa y la afición del Real Valladolid cuando el equipo consigue un triunfo con más o menos brillo. En ese momento, y sin tiempo casi ni para esbozar una sonrisa satisfecha por el éxito logrado, se instala en nosotros -como vertiendo un jarro de agua fría- una especie de voz de la conciencia que a modo de Pepito Grillo nos recuerda que solo somos un equipo pequeño, que no echemos las campanas al vuelo y que nuestra alegría será exigua.

Hay algo en nosotros que nos impide disfrutar de los éxitos del equipo, una manera de ser tan nuestra que serviría para encabezar nuestro propio currículum mecanografiado por Fofito, algo que repele la euforia o la alegría de la misma manera que Álex aborrecía la violencia y el sexo una vez sometido al ‘Método Ludovico’ en ‘La Naranja Mecánica’, y que salió a relucir en el momento en el que el árbitro pitó el final del partido frente al Real Mallorca y en el cual, lejos de disfrutar de los tres puntos y de revivir en la memoria los golazos que se habían marcado, nuestra atención se dirigió a calcular –como si de una porra se tratara- el día exacto en el que dejaríamos de disfrutar de Patrick Ebert en nuestras filas.

Se podría decir que no somos dignos de tener un jugador del calibre del cañonero de Potsdam, desde el sábado a las seis de la tarde algunos periodistas y aficionados -que se diría en perpetua depresión postvacacional- están empeñados en colocar a Ebert en cualquier equipo que no sea el actual y parecen pedir perdón por la osadía que supone salirnos de la mediocridad durante un instante a base de golazos, abrir telediarios o estar en boca de todos los aficionados de este país, y se justifican en este caso diciendo que el alemán es bueno, sí, pero que no se trata de otra cosa que de un fichaje afortunado y que nadie se altere, que en verano a más tardar ya habrá abandonado la disciplina del Real Valladolid. A veces pienso que los jugadores del Real Valladolid al dorso no deberían llevar su nombre y su número, sino, como los yogures, la fecha de caducidad en la que serán traspasados.

Si cuando uno de nuestros jugadores hace un partido para enmarcar, lo primero que pensamos es en lo poco que va a durar en nuestras filas, lo que estamos haciendo es asumir una mediocridad que no nos corresponde. Como ha manifestado Miroslav Djukic, los aficionados también estamos llamados a crecer con el equipo, a desterrar fantasmas y a abandonar el color gris en nuestros comentarios. A no pensar cuánto durará éste o aquel jugador, sino a que Ebert y el resto de peloteros de su estirpe no hacen sino congraciarse con nuestra propia historia, con la de Coque, Saso, Eusebio, Víctor y tantos otros que vistieron esta camiseta a los que se premió con un aplauso, una sonrisa y letras de oro en nuestra memoria, y no con el comentario pesimista de una pronta venta.

En estas circunstancias yo propondría un referéndum, ahora que está tan de moda, que nos otorgase a los aficionados el derecho a decidir si podemos ser felices, al menos hasta la siguiente derrota, porque -por una vez y sin que sirva de precedente- las cosas se hacen moderadamente bien tanto en lo económico como en lo deportivo, y olvidarnos de la persona que colocada justo detrás en la cuadriga nos recuerde que ahora reímos, pero que más pronto que tarde volveremos a llorar. Por una derrota. Por un traspaso. Pues al fin y al cabo, solo somos hombres. Solo somos un equipo humilde.

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