El Real Valladolid será el noveno equipo en la carrera de Humberto Osorio, un jugador devoto, humilde y familiar, como su compatriota Alcatraz.

“Me encontré a Dios. Es el eje fundamental de mi vida, vivo conforme a su palabra y a lo que él nos manda vivir”. Teniendo en cuenta cómo se presentó el cafetero Gilberto ‘Alcatraz’ García, la anterior premisa bien podría haber salido de sus labios. Pero no fue él quien la pronunció, sino un compatriota suyo, con el que se encontrará nuevamente en Valladolid después de haber jugado juntos en Bucaramanga.
Humberto Osorio es un vallenato humilde, muy familiar y, por encima de todo, religioso. Ese ‘encuentro’ al que suele referirse a menudo marca su vida desde pequeño, no por haber vivido ningún episodio mariano, sino porque en esas creencias, tan firmes como arraigadas, fue educado por sus padres.
Todavía en el colegio, donde se mostraba aplicado y responsable, pronto empezó a destacar como futbolista, lo que le valió para cambiar su Valledupar natal por Cali, donde ingresó en las inferiores del América, uno de los principales equipos del país, anteponiendo así el fútbol a los estudios y a la familia, muy a su pesar, “aunque el sacrificio valió la pena”.
Y no le hizo cambiar, quizá porque concibió la oportunidad exactamente así, como un sacrificio que debía hacer para cumplir su sueño de alcanzar la élite. Pero no se quedó ahí. Después de debutar con el primer equipo escarlata, no dudó en salir del país para buscar el hueco que en Cali -de momento- se le negaba.
Jugó un semestre en Venezuela, pero el éxito y el gol miraron a otro lado -“estaba muy niño, necesitaba madurar un poco”-. No así en su retorno al América, en el que empezó a marcar. Más tarde siguió haciéndolo en el Bucaramanga, donde coincidió un semestre con Alcatraz, y también en Perú -previo paso por el Cúcuta-, donde se ganó la posibilidad de firmar por Millonarios.

Adiós con polémica
En Bogotá, de nuevo, Osorio Botello, como también se le conoce, no logró echar raíces. Y no porque no le fuera bien, ya que consiguió marcar doce goles antes de irse, de nuevo, seis meses después de cambiar de camiseta. “A mitad de año se terminaba mi contrato, apareció San Martín y Millonarios no igualó la oferta. Yo tenía pensado seguir, pero los Millos no hicieron nada para retenerme”, reconoció el jugador al poco de llegar a Argentina.
Para entonces, si uno coge el calendario y ve el plazo de dos años que según Alberto Marcos llevaba siguiéndole con la intención de que se incorporase al Real Valladolid, ya había llamado la atención de la dirección deportiva. Era, no obstante, una pieza muy codiciada -como este mismo verano, dicho sea de paso-, ya que había sonado incluso como posible refuerzo para el Porto. Casi nada al aparato. Sin embargo, fue en San Juan donde acabó, vestido de verdinegro y luchando por no descender.
“Para mí, fue un paso muy importante en mi carrera. Si uno se destaca en un equipo como San Martín, puede ser valorado, porque se habla de uno. Mi objetivo personal es hacer un gran semestre. Quiero ser goleador”, dijo al llegar a Argentina; cuarto país en su carrera, donde juega Boca Juniors, su equipo favorito (en Colombia no tiene preferencias), uno de tantos que vieron a la postre su meta perforada por ‘El Zorro’.
“Sueño con ser un buen padre y un excelente esposo”
En plena lucha por huir del fantasma de la B, se convirtió en el goleador enmascarado. Como si fuera el superhéroe de un cómic de Marvel. La razón, sin embargo, fue más terrenal, pues arrastraba una fractura facial que, por precaución, le hizo jugar con máscara. Aunque, ya de paso, se ganó un sobrenombre y la familiaridad con la mascota de su noveno club.
Para no ser reconocido bien podría haber utilizado el mismo antifaz. Pero Osorio no se oculta. Aunque tímido, humilde, entiende que atender a los aficionados forma parte de su trabajo. “Al principio, alguna gente no me conocía. Luego, en la calle, me saludaban, me sacaban fotos… Para eso uno trabaja y hace las cosas bien. Es lindo que lo reconozcan”.
Así, caminando por la calle, en San Juan, encontró un día a una señora que le habló de un centro cristiano que empezó a frecuentar con Mónica, su mujer y fiel compañera desde hace años, cuya exuberancia llamó mucho la atención en Argentina. “Cuando joven era bastante travieso, tuve varias novias, pero cuando conocí a Dios, me volví serio. Ahora sueño con ser un buen padre y excelente esposo”.
Su hija, Gabi, su mujer y Dios son los pilares de un jugador con carácter dentro de la cancha, aunque reconoce ser mentalmente “un poquito débil”. Humilde y trabajador; devoto, evangelista, no descarta ser predicador algún día. “Por ahora no está en mis planes. Oro todas las noches, pero no he decidido qué voy a hacer en el futuro. Habrá que esperar el llamado de Dios. Estoy en sus manos”.
