Dos años después de la salida de José Luis Mendilibar, muchas son las personas que comparan su exitosa temporada del ascenso con la vigente. La última del técnico de Zaldibar, la que desembocó en la destitución de la que hoy se cumple el segundo aniversario, también encuentra para algunos un espejo estos días: el Sporting de Gijón, que acaba de destituir a Manolo Preciado.
Parece lógico que, como hombre de fútbol, José Luis Mendilibar haga hincapié en la necesidad ser pacientes al ser cuestionado por la situación actual del Real Valladolid en la entrevista concedida a este portal. Lógico, pero ni mucho menos baladí.
Es la suya la voz de la experiencia. De alguien a quien devoraron en su día las vacas sagradas del Athletic Club. De alguien con el culo pelao’, que diría ‘El Zapatones’. De un técnico con una personalidad tal que llegó a ser bautizado como sargento chusquero por un periodista tan mediático como mediocre.
Ciertamente, en su estancia en Valladolid, esa personalidad le granjeó enemigos. Los más, quizá un grupo de iluminados a los que José María García habría tenido a bien bautizar como estómagos agradecidos, lametraserillos y abrazafarolas.
La masacre cometida día sí y día también por los ínclitos en las postrimerías de la ‘era Mendilibar’ para con el de Zaldibar probablemente sea el mayor ejercicio de absurdo escarnio público que se recuerda en los últimos tiempos en el foco mediático deportivo vallisoletano.
Siguiendo con la doctrina Corleone, incluso aquellos que intentaron denostar la imagen de alguien a quien el aficionado del Real Valladolid sigue idolatrando se han puesto hoy en contacto con el técnico osasunista para hablar de lo divino, lo humano y lo pucelano. Sólo negocios, que diría el Gran Don.
Pese al capo di tutti i capi -puesto aún a años luz del de padrino-, decía, a José Luis Mendilibar se le sigue respetando y apreciando en Valladolid casi tanto como el día en que el grupo de ‘mendrugos’ y ‘cebollos’ que dirigía logró el último de los ascensos logrados por el club residente en la Avenida Mundial ’82.
Recordando una vez más a SuperGarcía, maestro de la radio española, podría decirse que el afamado periodista tenía razón cuando caracterizaba al tiempo como juez supremo que da y quita razones. Porque, mal que le pese -quizá- a alguno, el fútbol, sabio, parece estar dando este año a Mendilibar lo que se merece.
Más allá de una cuestión de justicia, que también, la clave del éxito que podría alcanzar como técnico rojillo radica en esa paciencia a la que antes se hacía referencia, sosiego detrás del que se esconde una confianza indispensable para triunfar no ya en el deporte, sino en el día a día, en la vida diaria.
Después de los murmullos del inicio de la temporada, hoy la afición blanquivioleta acude al Nuevo José Zorrilla expectante, deseosa de que los soldados del almirante Miroslav le den las alegrías que merece (unas veces más que otras).
Es, la doce blanca y violeta, una pareja fiel; indudablemente enamorada. Actúa en el amor, sin embargo, con las reticencias de quien ha sido herida. Con la exigencia de quien una vez se excedió tanto, y por tanto ahora necesita recibir tanto o más para entregarse abiertamente.
Muestra de esta necesidad de afecto y de su sobreexigencia fueron los pitos a Alberto Bueno en el partido contra el Alcorcón que tan lejano queda -sobre todo después de las victorias en la Nova Creu Alta y en El Collao-. Se habló mucho en el post-partido de aquel sonido de viento y su justicia. Poco de su verdadera clave: la paciencia.
Por difícil que parezca la tarea, a una amante herida no se le puede pedir que sea justa, sino cauta. Si la otra parte actúa como debe, de su cautela nacerá la confianza. ¿O acaso alguien duda del apoyo de la afición cuando se tropiece sin antes el equipo sigue dándolo todo?
A la hinchada, como decían Mendilibar y la DGT, hay que pedirle precaución en la carretera. Porque quedan demasiados kilómetros por delante como para perder la perspectiva, como para obcecarse con que todo es bueno o todo es malo.
Las sensaciones y los números son prácticamente inmejorables, pero no hay que lanzar las campanas al vuelo. Toda comparación en sí misma es odiosa, y más si una de los dos términos comparativos es nada menos que el Real Valladolid de los records. Es por ello que, también aquí, ha de hacerse caso al mago de Zaldibar. El peligro que conlleva tocar los extremos a ello invita.
Decía antes un servidor que la paciencia lleva a la confianza. ¿O es más bien al revés? Podría uno perderse en la dicotomía entre el huevo y la gallina, en el ruido que envuelve a lo verdaderamente importante: la creencia en un proyecto.
En su día, en el afán de dar un salto, el Real Valladolid se lanzó al vacío. Poco hay más que añadir a lo que no se haya hecho referencia antes. Las heridas aún están pendientes de cicatrizar. Y todo por no saber adaptar un deseo lógico a una idea consolidada como era la de José Luis Mendilibar.
De poco o nada vale llorar ahora o clamar contra los padres de aquella desfeita. Lo que queda es mirar al futuro, pensar en no volver a caer en el mismo avaricioso error. Porque es verdad que, como decía hace escasas semanas Miroslav Djukic, el fútbol no tiene memoria, pero hacer anotaciones a pie de página probablemente ayuden a no tropezar de nuevo en la misma fatídica piedra.

A orillas del Cantábrico un conjunto rojiblanco ha dado buena cuenta de la escasa validez de los recuerdos del fútbol. En los vicios mostrados a lo largo de la temporada, quizá heredados ya de la pasada, el Sporting de Gijón parece ser reflejo de aquel mal llamado equipo, en el que quien más y quien menos estaba a sus cosas, de jarana o ambas.
Sin entrar a valorar teorías conspiranoicas ni pactos varios, lo cierto es que Manuel Preciado da la sensación de ser un hombre de bien a quien el fútbol, como entonces a Mendilibar, ha castigado. Quizá fuese quien menos lo merece, pero así de frágil es la cuerda que separa a un solo hombre de un desalmado vestuario.
Es de recibo reconocer, en cualquier caso, la extrema delgadez de la línea que separa las carencias de los excesos en lo que a confianza se refiere. ¿Qué otra cosa puede hacerse en un caso así? ¿Actúas y pecas por no creer lo suficiente o esperas y caes por creer demasiado?Sin duda, parece difícil la elección. Aun así, servidor tiende a considerar la confianza, santa paciencia, una santa virtud.
			