El Real Valladolid logra volver a la segunda plaza merced a la fácil victoria ante la Sociedad Deportiva Huesca, la cuarta consecutiva.
“Dulces sueños”, dice una madre en algún lugar del mundo a su vástago. “Que sueñes con cosas bonitas”, desea a miles de kilómetros un novio ñoño a su pareja. Un aséptico “que descanses” sale de los labios de alguien cuya relación con su interlocutor no es la mejor.
A orillas de Pisuerga alguien no logra conciliar el sueño, pese a que lleva varias horas tendido sobre su cama. No muy lejos, otra persona traga techo como si por sus venas no fluyese sangre, sino café. Un tercer elemento piensa que mañana será otro día, y que “el ejército nos hará sonreir”.
No es el suyo un pensamiento golpista. Ni tan siquiera militarista. Sus soldados visten de violeta y blanco. Sus víctimas, ni pies, ni elefantes. Son las antítesis del mercenariado, pues luchan a sabiendas de que la maquinaria del Estado no funciona.
Conocedores de que quizá el mañana no sea mejor, los insomnes sufren. Apenas pegan ojo, pero se cuadran con la tropa a la señal del almirante. Porque saben que quienes responden a las órdenes de ese tipo serbio hecho gallego en Coruña también están jodidos.
Su máxima, “Somos Valladolid”, resuena y retumba en la avenida que un día vio a Panenka golear en un Mundial, en el estadio en que un jeque tornó en dueño y señor del fútbol cuando Platini era algo más que un dirigente trasnochado, casi odiado.
Minuto cinco. ¡PAM! Una nación de zombies intenta ocultar el estruendo que la granada lanzada por Nauzet provocó cuando Óscar sacó el seguro en boca de gol, como quien amaga con hacerse el harakiri, tras el despeje de quien cerraba el cajón rival.
El estallido pudo parecer señuelo, a tenor de lo visto en los minutos siguientes, pero no hizo salir al enemigo de la trinchera. Siguió pertrechado, como el espartano que aguarda entre montañas, intentando hacer de menos su inferioridad. Un par de expediciones timoratas dieron cuenta de su miedo de caer en el hoyo del segundo gol por atacar a tumba abierta.
Juanito -el hombre que porta sobre su traje la medalla de quien un día reinó sobre el viejo continente- apretó el gatillo, pero no acertó con el objetivo y el balón dio en el palo. Bueno tuvo mayor suerte al finalizar en carrera una buena jugada colectiva al filo de descanso, terminada con centro de Nau.
Por la renuncia a la defensa de cinco pudo alguno pensar que los del Alto Aragón lanzarían una última ofensiva. No fue así. Ni por el emperador ni por la victoria. Quizá porque la batalla no era suya, y porque el escenario no es más que parte de una guerra mayor entre los locales y otras dos potencias.
El Pucela siguió a lo suyo, jugando al ritmo de Wagner, manu militari. Así llegó el tercer gol, de nuevo obra de Bueno a pase del mago del que en las última semanas se viene erigiendo alter ego. El tanto puso la rúbrica a un pacto de no agresión. O no demasiada, al menos, pues la ocasiones acabaron casi ahí.
“Hoy sí dormiré”, piensa una de las personas que ayer no lo hacían. “Un paso más, un obstáculo menos”, cree otro insomne, pese a que los tres puntos no mejorarán aquello que le roba el descanso. No los sueños. Éstos, dulces, perviven. Cobran fuerza, de hecho. “Gracias al ascenso lloverá menos”, afirma el creyente en el ejército.
En realidad desconoce el optimista que él también es parte de las tropas del almirante serbio. Sin entrar en combate, los reservistas también son soldados de Djukic. Las victorias también son suyas; ellos también son Valladolid. Como quien no creía el tres de marzo, y sin embargo ha vuelto a creer.
Quizá mañana vuelvan, sobre todo si el sur gana al norte en el derby gallego, pero hoy no habrá pesadillas. Esta noche habrá huelga de parpados caídos, y los insomnes, soldados de un sueño, fantasearán con ascensos. No pensarán en nóminas, ni tampoco en los días que le faltan al mes y al ritmo en que el dinero se va.
Esta noche, jugadores y demás empleados dormirán a pierna suelta, en primera; más conscientes si cabe que ayer que las monedas se van y el éxito queda. “¡Palabra de Djukic! Luchemos por él. Luchemos con él”. Por el ascenso, por el entrenador. Por la grada y las entretelas de Zorrilla, como Japón por el emperador.
